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Tribuna
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Por qué Rajoy besa a la rana

El Gobierno sigue sin tener un relato, es decir, una narrativa que dote a sus actos de legitimación

Irene Lozano

Cuando se afirma que el presidente Rajoy carece de relato, él y su círculo cercano interpretan que existe un fallo de comunicación. Animosos, se ponen a comunicar a diestro y siniestro, pero siguen sin tener un relato, es decir, una narrativa que dote a sus actos de legitimación. Para ello hay que ubicar las decisiones en el tiempo e imprimirles sentido, como sabe muy bien el príncipe del cuento: hace algo tan estrafalario como besar a una rana, porque sabe que va a convertirse en princesa. Esa certeza dota de sentido su sacrificio.

Imaginemos por un momento que la mutación de la rana se demora unos meses, algo perfectamente posible, pues transformar un ser vertebrado, viscoso y sin lenguaje, en una bella princesa erguida y parlante no es tarea de un día. ¿Qué haría si, entretanto, las encuestas mostraran un menoscabo sustancial de su popularidad? Le resultaría acuciante explicar que la rana va a convertirse en princesa, un fenómeno tan sobrenatural como enterrar un país en la tumba de la austeridad y esperar que resucite próspero, eficaz y competitivo. No resulta fácil comprenderlo: ¿por qué su príncipe sagrado, investido de todos los atributos del poder y llamado a conquistar a la más bella princesa para que alumbre a un heredero sano y fuerte, besa a una rana?

En vista de su desgaste de imagen, decide llevar a cabo un esfuerzo de comunicación. Los pregoneros de lenguaje florido reúnen a la plebe, ansiosa de noticias de su príncipe. No se sorprenden de que no lo explique él mismo, porque en la Edad Media la preservación de la figura del poder se consiente con naturalidad. Comienza a informar el pregonero: el príncipe no quería besar a la rana, pero no le ha quedado otro remedio; ya se sabe, la vida es así, a veces a uno le toca besar ranas. Y además ha sido obligado por fuerzas ajenas, pues el anterior príncipe, su hermano, sedujo a tantas princesas que ya sólo quedan ranas. ¿Qué otra cosa podía hacer?

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En vista de su desgaste de imagen, Rajoy decide llevar a cabo un esfuerzo de comunicación

Algo así ha difundido el Gobierno cuando ha emprendido la tarea de comunicar: no nos gustan las medidas que estamos tomando, pero nos fuerza un ente indefinido (Bruselas, los mercados, Merkel) y nos obliga el anterior Gobierno, que nos dejó un déficit desbocado. Ooooh, exclama la muchedumbre decepcionada: no hay relato. En el mejor de los casos, se trata de una justificación; en el peor, de una excusa, puesto que el PP ya gobernaba en muchas Comunidades Autónomas: ¿acaso ignoraba el príncipe lo mujeriego que fue su hermano, si solía ir de correrías con él? ¿Acaso no sabía que sólo quedaban ranas?

El estupor de la plebe se transforma en desazón. Si nuestro príncipe omnisciente ignoraba la escasez de princesas, ¿será que su sabiduría no es tan vasta como creíamos? Y si él desconocía la situación del principado, ¿qué no ignoraremos nosotros, simples mortales? Y lo que es aún peor: si nuestro príncipe omnipotente admite no ser libre en sus decisiones, ¿a qué libertad podemos aspirar nosotros, el pueblo llano? Y si le son impuestas decisiones absurdas, ¿a qué no seremos obligados nosotros, sus súbditos? Y si el príncipe es impotente, ¿cómo confiarle el poder? En un último intento de engrandecer a su señor, el pregonero añade un dato: el esforzado príncipe sigue besando ranas por las esquinas, sacrificándose por su pueblo hasta que el prodigio ocurra. Pronto todo irá bien. O no, en realidad, las cosas van a ir a peor. Pero luego mejorarán… errr, eso me han dicho. En fin, no hay más preguntas, concluye el pregonero.

La plebe ruge. El esfuerzo de comunicación ha empeorado las cosas, porque el príncipe sigue sin articular una narración que legitime sus actos y los dote de sentido. Se puede comunicar con gran fluidez un sinsentido, como estamos viendo, cuando no se ubican en el tiempo las decisiones propias, para que expliquen el pasado y se proyecten hacia el futuro. La explicación causal debe constituir un análisis creíble que incluya los errores propios y no tema mencionar fallos estructurales profundos: el sistema financiero, el Estado autonómico, la corrupción y la opacidad, la incompleta construcción del euro. En cuanto al futuro, resulta imprescindible dibujarlo para embridar la imaginación ciudadana, esa loca de la casa con tendencia a desbordarse. Nada de eso ocurre. El Gobierno se instala en Rubén Darío: “Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto”; los ciudadanos se ponen del lado de Miguel Hernández: “Tanto penar para morir seguro”.

El acto de comunicación desvela el secreto: que no había secreto. Y decreta la impotencia del príncipe, por lo que no produce legitimidad, sino que ahonda en su deslegitimación. Pese al malentendido generalizado, comunicación no equivale a relato: aquélla designa lo que se cuenta y éste lo que se sabe. El príncipe sabe que la rana se convertirá en princesa, por eso puede legitimar su extravagante acto. El pregonero puede narrarlo porque el príncipe puede verlo. Es, en el mejor sentido de la palabra, un visionario. Cuando el príncipe no sabe y no ve, puede contar muchas cosas, pero no estará tejiendo un relato, sino actuando como un charlatán.

Irene Lozano es diputada nacional de UPyD y ensayista. Su último libro publicado es Lecciones para el inconformista aturdido (Debate). Twitter: @lozanoirene

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