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Columna
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Franco Pop-Art

Seguro que el Franco en efigie frigorífica mejora el original

Manuel Rivas

No sé porque molesta a la Fundación Franco la excelente pieza que Eugenio Merino presenta en Arco, con el Excelentísimo metido en una cámara expendedora de bebidas. E incluso el título, Always Franco, puede interpretarse como un homenaje a lo imperecedero, acorde con el vigente clima de Contrarreforma. Es verdad que no aparece tan favorecido como el tiburón en formol que Damien Hirst exhibió en su día en la Tate Modern, pero no se puede querer todo. El portavoz de la Fundación ha anunciado que demandará al artista. Supongo que lo harán ante el Tribunal de Orden Público (TOP), muy animado en los últimos tiempos. La denuncia podría ir respaldada por un Certificado de Buena Conducta del Dictador, expedido para el caso por la Academia de la Historia, responsable del Diccionario Biográfico de España que, según rumores, será la próxima pieza que Hirst exhiba en formol. A propósito de historia, hay dos filmes de éxito reciente muy interesantes para reflexionar sobre la intencionalidad en la obra artística. Hablo de J. Edgar, que retrata a Hoover, el jefe perpetuo (eso pensaba él) del FBI, y de La dama de hierro, inspirada en Margaret Thatcher. Son películas de factura perfecta. Pero uno sale de verlas con una sensación algo inquietante. No sabemos todo, pero si lo suficiente sobre tan célebres personajes. Durante décadas, Hoover destrozó muchas vidas utilizando como escándalo o chantaje la orientación sexual de las personas que ponía en su punto de mira. Él, por supuesto, era un reprimido patológico. Esa hipocresía canalla está tratada con gran delicadeza por el director Clint Eastwood. Algo así ocurre, en otro orden, con Margaret Thatcher. La interpretación de Meryl Streep es tan matizada, tan sutil, que al final la señora Thatcher nos parece Virginia Woolf. El personaje de DiCaprio es mejor que Hoover. Y el de Streep mejor que Thatcher. Seguro que el Franco en efigie frigorífica mejora el original.

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