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El Eurogrupo alcanza un principio de acuerdo sobre el rescate de Grecia

Dijsselbloem ultima un pacto con recortes que equivalen al 2% del PIB a partir de 2018 y anuncia la vuelta de la troika a Atenas

Jeroen Dijsselbloem, a su llegada al Ecofin en La Valeta (Malta).Foto: reuters_live | Vídeo: D. AQUILINA (EFE) / REUTERS-QUALITY
Claudi Pérez

Grecia siempre vuelve: como comedia, como farsa, casi siempre como tragicomedia. El Eurogrupo, la reunión de ministros de Finanzas de la eurozona, ha alcanzado hoy en La Valeta (Malta) un principio de acuerdo político sobre el rescate griego, siempre al borde del abismo; siempre a punto de descarrilar. Hay una nueva propuesta sobre la mesa, acompañada de las ya habituales maniobras políticas en la oscuridad. Y la fumata blanca está a la vista: el jefe del Eurogrupo, el polémico Jeroen Dijsselbloem, ha anunciado ese pacto político que, si se sustancia, despejará el panorama en Grecia. El Ejecutivo heleno está listo para aprobar la enésima oleada de recortes y reformas, algunos de ellos con efectos retardados. Los socios le permitirán que a la vez aplique algún que otro estímulo. Y los acreedores han acordado que la troika vuelva a Atenas para supervisar el examen del rescate, lo que se interpreta como un signo inequívoco de que las cosas van bien: cuando Grecia supere ese examen, la troika revisará su senda fiscal, negociará una reestructuración de su deuda, acordará la llegada de las próximas ayudas e incluso permitirá al BCE que compre deuda helénica. Si todo funciona según lo previsto.

La historia se repite: ese pacto llega cuando Atenas está cerca de quedarse, una vez más, sin blanca. Y los socios europeos aprovechan para presionar con el objetivo de que el Gobierno apruebe la enésima oleada de recortes y reformas: unos 3.500 millones en dos años. El pacto es el siguiente: si Grecia cumple sus objetivos fiscales en 2018 (un superávit primario, sin contar el pago de intereses, del 3,5% del PIB), rebajará las pensiones en un 1% del PIB en 2019, unos 1.750 millones, y subirá un 1% los impuestos en 2020, en unos 1.750 millones más. Si no logra cumplir los objetivos del rescate, la subida de impuestos de 2020 se adelantará a 2019. El FMI ha expresado reservas al respecto esta semana, pero las fuentes consultadas coinciden en que finalmente acepta el trato. En paralelo, los acreedores permitirán a Atenas usar parte del superávit en un paquete de estímulo de un tamaño similar con medidas para luchar contra la pobreza, garantizar inversiones y apuntalar el mercado laboral.

Si el Eurogrupo materializa ese acuerdo, aún queda trabajo por delante. Las instituciones conocidas como troika volverán de inmediato a Atenas para terminar de resolver los últimos flecos de la reforma laboral que se avecina (medidas adicionales sobre negociación colectiva, despidos y huelgas) y de la reforma del mercado energético (una nueva privatización, esta vez de la empresa pública PPC). Si todo eso funciona, Grecia recibiría el próximo tramo de ayuda, esencial para no suspender pagos en verano. El BCE podría incluir los bonos griegos en su programa de compra de activos. Y el Eurogrupo empezaría a negociar la prometida reestructuración de deuda, esencial para que la luz al final del túnel no sea una nueva recesión (que sería la tercera en siete años en un país que ha perdido un 25% de su riqueza desde 2010) a punto de arrollar el tercer rescate griego. "Las piezas principales del acuerdo ya están puestas, solo queda recorrer el último kilómetro", ha dicho Dijsselbloem. "Estamos listos para aprobar las reformas, pero paralelamente hay que negociar nuevas cifras de superávit y la reestructuración de deuda; creo que la solución final llegará antes de verano", le ha secundado el ministro griego Euclides Tsakalotos.

A pesar del ruido de las últimas semanas, el acuerdo es cada vez más probable en un futuro cercano. Aunque está sujeto a más condicionales que el poema de Kipling, y a los inevitables bandazos de última hora. El FMI lleva meses amenazando con no participar en el tercer rescate si no le salen los números, con Estados Unidos poco favorable a que el Fondo siga a bordo. Alemania ha desempolvado el fantasma del Grexit. Y el Gobierno griego, en fin, está en medio de una feroz crisis de confianza de su electorado, que no ve más que los palos de siempre sin la zanahoria prometida: las pensiones más altas bajarán a cambio de una pequeña subida para los pensionistas más pobres, para cuadrar ese recorte, y el Ejecutivo bajará el listón a partir del cual las familias están exentas de pagar impuestos, de manera que aumente la base imponible y eso eleve la recaudación en torno al 1% del PIB. Esa última y larguísima frase se resume fácilmente: más recortes. El soniquete habitual cuando la troika está cerca.

Dijsselbloem se reunió esta semana en Bruselas con Tsakalotos, el comisario europeo Pierre Moscovici, el presidente del Mecanismo de rescate (Mede), Klaus Regling, el consejero del BCE Benoit Coeuré, y el responsable del FMI, Poul Thomsen. Allí se gestó esa operación. Y ha intensificado los contactos en las últimas horas con el ministro alemán Wolfgang Schäuble, la llave de casi todo. Todo el mundo es consciente de que el tiempo apremia, con la economía griega de nuevo lanzando señales preocupantes. El PIB volvió a terreno negativo en el último trimestre de 2016, y el banco central griego ha rebajado las previsiones de crecimiento del 2,5% al 1,5% (Bruselas esperaba un alza del PIB del 2,7%, que todo el mundo considera ya irrealizable). El paro vuelve a subir y cerró enero en una tasa del 23,5%. La banca ha alertado de nuevas fugas de depósitos, que se intensificarán si el panorama no se aclara. El Gobierno pierde apoyo en las calles. Solo por el lado fiscal hay buenas noticias: no hay aún cifras oficiales, pero el superávit primario fue mayor de lo esperado en 2016, y Grecia podría estar ahorrando ese dinero por si no llegan las ayudas, o para usarlo más adelante en un estímulo fiscal que el país necesita imperiosamente.

El acuerdo, en fin, está ahí, pero depende de que nadie se salga del guión. Si eso sucediera, Europa vería un nuevo capítulo del viejo chicken game (que popularizó un joven James Dean en la inolvidable Rebelde sin causa), versión geoeconomía europea, y con Grecia y su rescate siempre a un paso del despeñadero.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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