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Tribuna
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La clave: el fin de la soberanía nacional

Xavier Vidal-Folch

¿Por qué esta vez parece diferente? En las anteriores ocasiones, la credibilidad de las pruebas de resistencia a los bancos realizadas por la Autoridad Bancaria Europea (EBA, con base en Londres) se desplomó al compás del desplome de bancos que habían superado su listón de solvencia: los irlandeses, el franco-belga Dexia, el español Bankia. Ahora, en cambio, hay muchas novedades. El ejercicio ha sido hegemonizado por el Banco Central Europeo (BCE), por encima (aunque en aparente igualdad), de la desprestigiada EBA, demasiado cercana a la corrupta City; el número de datos exigidos a cada entidad ha superado los 12.000; y, sobre todo, ha suspendido un número importante de entidades, 25 de las 130 examinadas.

Quizá más decisivo aún: 9 de las 25 eran italianas, de igual nacionalidad a la que luce el DNI del patrón del BCE, Mario Draghi. En cualquier caso no podrá acusarse a la prueba de ningún tipo de sesgo territorial favorable al examinador. Los métodos y criterios utilizados admiten mejora, por supuesto. Y la difícil prueba de que se hayan detectado todos los cadáveres de los armarios, sin excepción, se obtendrá cuando los próximos balances atestigüen la evolución de los activos más dudosos. Pero de entrada, que el grupo más castigado sea el italiano, prefigura una sólida presunción de imparcialidad. ¿Alguien imagina que eso mismo pudiera haberse realizado por las autoridades nacionales de cualquiera de los países de la UE sobre sus propios bancos? Ahí radica la superioridad estructural de Europa sobre el Estado-nación en loable retroceso. Además, el BCE se jugaba su propio prestigio en el envite aunque compartiera el papel evaluador con la EBA (y con los supervisores nacionales), pues los cuasi aprobados generales otorgados por esta última equivalieron a su suspenso como institución.

Estas radiografías del 26 de octubre eran el requisito previo requerido por Fráncfort para asumir, desde el próximo día 4 de noviembre, la responsabilidad general del control sobre las entidades “sistémicas”, a través del Mecanismo Único de Supervisión (MUS). Ambas fechas simbolizan el principio del fin de la soberanía financiera nacional en Europa, afortunadamente. Eso se desarrollará en una dinámica de vínculos como los de las cestas de cerezas, en la que un rabo agarra al siguiente. La necesidad del MUS venía de la urgencia de combatir la fragmentación del mercado interior financiero, y de romper el bucle vicioso entre deuda pública y sistemas financieros. La supervisión única exigirá que el Fondo de Resolución (rescate o liquidación de bancos en crisis) sea tan potente y esté tan dotado cuanto sea necesario, incluso más que lo previsto, porque ¿qué supervisor responsable desencadenaría una crisis sin saber que hay recursos con que taponarla? Y uno y otro, supervisión y “resolución” acabarán haciendo inevitable un Fondo de garantía de depósitos común y paneuropeo, para que todos los consumidores del continente estén en igualdad de condiciones, sin segmentaciones nacionales.

Fallecida la soberanía monetaria con el euro, asistimos ahora a la agonía de las soberanías financieras, mediante la incipiente unión bancaria. Aleluya.

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