_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las mayúsculas de la Igualdad

¿Por qué no hemos alcanzado la Igualdad? Tal vez esta interrogante no se formula tan abiertamente porque de ese modo nos ahorramos asumir las responsabilidades de la respuesta. La igualdad entre hombres y mujeres no llega porque requiere previamente la conmoción de algunos de los pilares en la estructura de todo el orden social establecido. Si la igualdad está éticamente residenciada en la moral y moralmente, en la política de los valores, no basta solo con las arduas decisiones legislativas, y con los compromisos políticos, sino que necesita de la convicción profunda de que no es democracia plena y verdadera sin nosotras.

Por todo esto, es fácil entender que no es tarea sencilla, pero también es difícil aceptar que, tras más de 30 años de democracia, esta cuestión central de la vida de la política vaya tan lenta. Sospechosamente lenta. Los datos lo demuestran.

La discriminación de las mujeres es la pieza que abre y cierra todas las demás injusticias
Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Dicho todo esto, creo que la primera respuesta a la antedicha pregunta es otra pregunta: ¿por qué el otro lado de esta lucha por la igualdad no se acaba contundentemente de activar? Ese otro lado es básicamente el que tendrían que haber movilizado más y mejor los varones demócratas. Otra pregunta intrínseca es: ¿Por qué los varones demócratas creen que pueden serlo, y al mismo tiempo no considerar que es su obligación principal esta tarea de transformación? o ¿cómo puede un varón demócrata, por ejemplo, usar la prostitución, y no pensar que tiene un problema gravísimo en materia de derechos humanos, que al fin y al cabo son la razón de existir de la democracia? Podríamos seguir encadenando preguntas y respuestas y con todas ellas ir entrando en la esencia del gran y central asunto.

Es obvio que el orden de los factores que componen la arquitectura de la agenda política de la democracia se inicia por la economía y la producción de las cosas, y es, el capitalismo y sus componentes, desgraciadamente la única fórmula organizadora de esta sociedad. Esta ha sido también la construcción patriarcal y masculinista, que olvida políticamente que la vida no arranca en el mercado, sino en el paritorio. Mala cosa, porque la propia realidad indica lo contrario: la maternidad y la reproducción de la especie son el hecho primigenio de nuestro mundo, y diremos categóricamente que no es un hecho privado. Otra cosa es que el machismo ambiental lo haya convertido en un acontecimiento interno de la vida más de las mujeres incluso que de los hombres, habiéndolo reducido a unas circunstancias que lo despojan de la gran proyección política que tiene. El sentimiento maternal investido de poder es una fuerza femenina aún sin explorar que el mundo necesita para su equilibrio.

Si miráramos la vida con rigor colocaríamos el hecho del nacimiento, al menos, a la altura del mercado, lo que nos permitiría una mirada justa y equilibrada sobre las vidas verdaderas de hombres y mujeres. No siendo así, todas las estadísticas cantan la multitud de problemas que acumulamos las mujeres por el hecho de serlo en cualquier lugar del mundo, incluidas las democracias y economías desarrolladas.

Este modus operandi de la sociedad machista hace que los problemas de las mujeres estén muy disminuidos como problemas sociales o políticos, no siendo priorizados nunca en la "gran agenda" de la política. Con lo que las democracias viven en una contradicción mayúscula, al pretender no mirar en firme y a fondo los mayores problemas acumulados, no por un colectivo, sino por más de la mitad de sus correspondientes poblaciones, que somos las mujeres de todo el mundo. La mayoría absoluta natural del planeta.

Esta incomprensible situación rompe incluso con el principio elemental democrático de la regla de la mayoría y de este modo alargamos irracionalmente las expectativas de las mujeres y la resolución de sus problemas, consiguiendo que ni siquiera exista una gran conciencia colectiva a veces de las propias mujeres para avanzar.

Continuaremos preguntando: ¿Ha llegado el momento de movilizarnos las mujeres por nosotras mismas más y mejor? Me refiero a pensar en serio y con la experiencia democrática que ya tenemos si hemos tocado techo en las posibilidades de acelerar los cambios de la mano de las estructuras tradicionales de los partidos, incluidos los de izquierdas, que son sin duda aliados de la igualdad.

Se trataría de empujar el encuentro de las mujeres para la conciencia política y en la dirección de encontrar salida a sus situaciones y problemas. La crisis, la tan presente crisis, puede y debe propiciar nuevas miradas sobre viejas realidades sobre todo en un terreno libre y democrático abonado para trabajar de otro modo, tras más de 30 años de experiencia democrática.

El tiempo y su paso no dejan nada inalterado, tampoco la impaciencia e incomprensión que nos produce a los verdaderos demócratas todo esto, y su órdago mayor, que son los asesinatos de tantas mujeres al cabo del año, -cada año sin falta-, y que la sociedad no parece asumir como una realidad frente a la cual levantarse con la contundencia como lo ha hecho, por ejemplo, contra el otro terrorismo, me refiero al de ETA.

El equilibrio de condiciones de vida, de igualdad de derechos y asunción de la diversidad de hombres y mujeres ni es un eslabón más ni uno de tantos de la cadena moral de la Igualdad. Es alfa y omega. Dicho de otro modo, la discriminación de las mujeres es la pieza que abre, cierra, y amontona todas las demás injusticias que acumula la desigualdad en cualquier ser del planeta. Por ello, no es un atajo, ni un anexo de la gran política, sino la verdadera gran política de transformación y avance de la humanidad a través de las fórmulas democráticas.

Quizás ha llegado el momento de concentrarnos valientemente en ello todas las mujeres, frente a aquellos que a duras penas lo aceptan, frente a aquellos que lo boicotean subrepticiamente, frente a aquellos que lo niegan, e incluso frente a aquellas mujeres en posiciones de influencia que son instrumentos útiles de esta profundísima contradicción política de la democracia, por no decir instrumentos perfectos para la coartada de tantos varones.

Qué podemos esperar de una derecha política que históricamente ha colaborado poco a la lucha por los derechos formales de igualdad de hombres y mujeres, que en estos últimos ocho años ha recurrido prácticamente todas las leyes de igualdad de género. Pero, sin ambages, también deberíamos decir que quizás la izquierda tradicional ha tocado techo.

No se trata solo de hacer bandera política del feminismo en la izquierda en general y en el socialismo. No es una cuestión de asumir los postulados de las mujeres. Es dejar que ellas, de forma directa, transformen y protagonicen otra política, otras respuestas. Una parte capital de la socialdemocracia por venir en Europa estará en los contenidos del feminismo político y en las energías creativas de muchas mujeres del mundo que conocen la realidad desde abajo, donde la realidad no es objeto ni de teoría ni de especulación.

Carmen Calvo es doctora en Derecho, profesora titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba y exministra de Cultura.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_