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OPINIÓN
Columna
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Las cosas rotas

Juan Cruz

Pongamos que no sabemos nada, que no tenemos acceso a la información, que acabamos de llegar al mundo desde el lejano país del extranjero, allí donde no hay ni un asomo de noticia sobre el país en el que acabamos de aterrizar.

Y entonces veremos en la primera página de los periódicos que el juez que inició el caso Gürtel (el que investigó, porque la ley le daba alas, esa trama corrupta compuesta por personas que creían que lo ajeno podían hacerlo propio) se sienta en el banquillo al mismo tiempo, y por otras circunstancias, que los aquejados por el mal de recibir regalos sin mala conciencia. Recibir regalos para que hicieran favores.

Además, ese juez que se sienta ahí, ante sus iguales, es perseguido con una saña que asusta porque en algún momento quiso saber más en el proceso que estudiaba, por si a los acusados les daba por saltarse las fronteras en las que no pudieran ser controlados sus bienes.

Ese juez, por otra parte, está siendo aniquilado, quieren aniquilarlo, porque también osó usar la ley (la de Memoria Histórica, además de la ley del sentido común) para tratar de saber si los crímenes del franquismo, que fueron abundantes (léase el libro de Paul Preston, tan insultado, por cierto, como el juez, aunque sin estas consecuencias), merecían ser motivo de justicia.

Así que uno llega a la tierra y ve esas cosas y aunque no sepa nada empieza a atar cabos. Desde la ignorancia se ve mejor la nobleza (o lo innoble) de las actitudes humanas, sean de políticos, de jueces, de médicos, de fontaneros o de futbolistas. La vida está hecha de recuerdos y para el futuro no hay estadísticas. Dicen los recuerdos que este hombre, el juez Baltasar Garzón, ha intentado hacer justicia contra los violentos y contra los dictadores; en algunos lugares del mundo piden su auxilio para estudiar cómo hacer más segura la vida, menos amenazada por los traficantes de la violencia, la droga, la corrupción...

Aquí lo persiguen con saña, lo ponen contra un espejo negro, lo llenan de la saliva con la que se pegan los sellos teñidos de destinos indeseables. No lo quieren sus compañeros, este país le da la espalda porque en algún momento pisó la cáscara de plátano q ue, aunque podrida, algunos querían preservar intacta, sin que nadie dijera nada, sin que se mirara hacia el recuerdo para tratar de ennoblecerlo no olvidando.

Ante todo esto puede sentir la perplejidad de lo extraño; pero puede sentir lo mismo que Pablo Neruda cuando contempló, en la duermevela de la poesía, cómo se rompen las cosas, cómo se van rompiendo, cómo hay un interés fatuo, incendiado, por ocultar, por sepultar, al que en algún momento de su vida consideró que era bueno ser juez para ser justo.

Pero, en fin, vayamos a Neruda. Neruda escribió estos versos: "Pongamos de una vez, relojes, / platos, copas talladas por el frío, / en un saco y llevemos al mar nuestros tesoros: / que se derrumben nuestras posesiones / en un solo alarmante quebradero, / que suene como un río / lo que se quiebra / y que el mar reconstruya / con su largo trabajo de mareas / tantas cosas inútiles / que nadie rompe / pero se rompieron".

Que nadie rompe pero se rompieron. Me vinieron a la memoria esos versos. Quería compartirlos.

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