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Reportaje:PURO TEATRO

Arácnido en tu pelo

Marcos Ordóñez

1 Los hijos se han dormido: Veronese reinventa La gaviota, en Temporada Alta. Procedimiento habitual (poda, reconcentración, esencialización), que aquí alcanza la pura incandescencia. De nuevo, predomina un aire de improvisación a tumba abierta (un vendaval, más bien). De nuevo, no hay subtextos: todos los conflictos están a la luz, todo se actúa, todos se dicen las verdades a la cara, pero V introduce en los careos a personajes que "no estaban", que presencian y callan, añadiendo tensión, incomodidad. Gente inclemente, contradictoria, apasionada y lúcida, sobre todo acerca de sus autoengaños: por eso están tan desesperados, por eso tienen tanta energía y tan poco romanticismo. Ritmo vivísimo, casi vodevilesco, que da una idea de tiempo continuo y claustrofóbico, hasta que de repente, por una alusión en el diálogo, comprendemos que han pasado meses, un año. La obra de Treplev se desarrolla en off pero V refuerza los puentes shakespearianos: Arkadina reacciona como Gertrudis ante La ratonera. Fernán Mirás es el mejor Treplev que he visto: un bipolar desarmante que se toma por Hamlet y por Lermontov. Ideas fenomenales: cuando se tumba junto al dormido Sorin y hace que su mano le acaricie. Arkadina es aquí más niña, más caprichosa, más rapaz que nunca, devastada por el desprecio que le inspira su hijo. Arkadina es Maria Onetto, una de las mejores actrices de la galaxia: parece el reverso negro de su personaje en Nunca estuviste tan adorable, de Daulte. Grandes momentos: cuando se da cuenta, mientras ordena unas ropas, de que Trigorin se ha enamorado de Nina: lo percibimos por su obstinación en el gesto, su modo de alzar la cabeza como si sintonizara una frecuencia extraterrestre. Más tarde intuirá, de modo igualmente paranormal, el suicidio de Treplev: se alza en mitad de la partida, los ojos arrasados en lágrimas, como cuando en Twin Peaks murió Laura Palmer. Osmar Núñez es un Trigorin pomposo, infantil, vulnerable, que habla de cara a la galería, lo que no impide que sus elucubraciones sobre Hamlet sean brillantes. Nina (María Figueras) destila su dificilísimo monólogo como un alcohol helado, sin una gota de los acostumbrados acentos alucinatorios. Vemos el personaje de una actriz que intenta ser melodramática ("Soy una gaviota... no, no es eso") pero acaba optando por una claridad demoledora: ha vuelto para hacer balance y para decirle a Treplev que sigue amando a Trigorin, que intentó amarle a él pero no pudo, le abraza, sale corriendo, nos precipitamos hacia el final como ruedas cuesta abajo. Elementos de farsa absurda, dislocaciones: durante el juego de la lotería llama reiteradamente Medvedenko (Claudio da Passano) y nadie abre; le ignoran igual que al viejo Fisk en El jardín de los cerezos. Nunca Treplev había sufrido tanto; nunca Medvedenko había sido tan humillado. Poco más tarde, Arkadina finge escuchar sabias palabras sobre el arte del teatro brotando de la boca del dormido Sorin (Roly Serrano), al que antes habíamos oído pronunciar, en sueños, el nombre de un amor perdido como si fuera un conjuro. Conmovedor Sorin, enfermo, vacío, hedonista, bondadoso; conmovedora Masha (Ana Garibaldi, otra giganta), hasta entonces dura, alcoholizada, burlona, y la única que quedará en escena para llorar a Treplev. Extraordinaria función, extraordinarios intérpretes: en Madrid se verá, me dicen, en primavera. ¡Atentos!

Nina (María Figueras) destila su dificilísimo monólogo como un alcohol helado, sin una gota de los acostumbrados acentos alucinatorios

2 Los ojos no se puede resumir. Hay que ir al Fernán Gómez, hay que verla y, sobre todo, oírla. Hay que ver cómo pasa el texto por los cuerpos y las bocas de los intérpretes, todos formidables, y fuera de concurso esas dos fuerzas llamadas Fernanda Orazi y Marianela Pensado, para las que parece haberse inventado el término "organicidad": las frases brotan como agua fresca y tumultuosa. La función no es redonda, vale, pero me da igual: tiene verdad y gracia, es sorprendente sin buscarlo y sigue sus propias reglas con tanto rigor como alegría. En Los ojos aletea una pureza sin sentimentalismos y, sobre todo, sin miedo. Pablo Messiez parte de un asunto peligrosamente melodramático, entre Marianela y Molly Sweeney (la fea, la desposeída de la fortuna que teme perder a su novio ciego si recupera la vista) y lo utiliza como mero trampolín para saltar en muy diversas direcciones. La trama avanza como un río de mercurio, rompe cauces, se desvía en nuevos afluentes, reaparece en los rápidos. Los narradores se suceden sin competición: ahora parece la obra del ciego, ahora la de la hija, ahora la de la madre. Incluso la elipsis que precede al final, que en otros sería un escamoteo, un no rematar el lazo, aquí no escama: pesa más la generosidad formal, la libertad narrativa. Todos hablan como si fueran niños, niños salvajes, siempre con su verdad a flor de labios, sin frenos sociales, sin retóricas, y así pueden alternar las mayores brutalidades y los vuelos más poéticos. Messiez tiene el mismo oído que tenía Manuel Puig: las invocaciones de Nela a su virgen de yeso y cabeza de muñeca; las torrenciales embestidas de Natalia, esa madre terrible, feroz y tronchante, entre Violencia Rivas y una criatura de Chéjov (único riesgo: que a Orazi la encasillen en roles de ultraneurótica); los diálogos de la oftalmóloga (Violeta Pérez), que parecen compuestos a cuatro manos entre Achard y Queneau. Los ojos es un drama y es una comedia negra y es un musical secreto: hay monólogos que parecen arias o recitativos; hay esa bellísima tonada italiana que Natalia, más Magnani que nunca, canta rumbo a Moscú cuando la emoción le anula las palabras; hay cuatro manes tutelares (Mercedes Sosa, Nina Simone, Jimmy Durante y Ada Falcón) y tampoco parece azaroso que la oftalmóloga se llame Chabuca Granda, que sólo entienda el mundo a través de las canciones, que cure con música. Messiez juega en la misma liga que Alfredo Sanzol y Rafael Spregelburd, que los norteamericanos Sarah Ruhl y Tarrell Alvin McCraney. Que siga jugando por muchos años y que podamos jugar juntos. Y hablando de Sanzol, no se pierdan En la luna, en la Abadía: su ampliación de capital, su álbum de oro. La semana que viene se lo cuento.

Los ojos. Una obra sobre la vista, la tierra y el amor, o la falta de cualquiera de las tres cosas. Dramaturgia y dirección de Pablo Messiez. Teatro Fernán Gómez. Centro de Arte. Madrid. Hasta el 18 de diciembre. teatrofernangomez.esmadrid.com.

Escena de <i>Los ojos</i>, de Pablo Messiez.
Escena de Los ojos, de Pablo Messiez.FERNANDO NAVAL

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