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EXTRAVÍOS

Cañón

Ora con la pluma, ora con el pincel, por no hablar de algún que otro mazazo al cincel, el caso es que Eduardo Arroyo (Madrid, 1937) no se cansa de golpear la realidad hasta producir chispas. Desde luego, se puede pintar, esculpir y hasta caligrafiar con la diestra, pero una cosa es manejar la derecha para diseñar imágenes y otra, muy distinta, describirlas sin previamente cambiar de mano. Porque no es pequeña la distancia que separa el ejercicio artístico del literario, como así lo ilustran demasiado las catástrofes perpetradas por escritores aficionados a pintar los domingos y por pintores a discursear los fines de semana. Para salir airoso de esta prueba es preciso poseer la rara cualidad de ser ambidextro, más común, en cualquier caso, entre deportistas que usan con habilidad mecánica manos o pies, pero no tanto cuando anda de por medio una labor intelectual, donde la mano ha de plegarse a la cabeza. Para cumplir con esta última función hace falta cierta gaucherie, término francés que cabe traducir literalmente como "izquierdismo", aunque su significado correcto aluda a "torpeza" o a "retorcimiento". Sea como sea, Arroyo, todo lo retorcido que se quiera, no es nada torpe como ambidextro mental, no sé si por su proverbial afición al boxeo o por su pasado juvenil de furibundo izquierdista.

El preámbulo precedente viene a subrayar no sólo la constante y simultánea aplicación de Arroyo a la literatura y a las bellas artes, sino la reciente publicación de una obra, ella misma ambidextra, porque, con el libro titulado Al pie del cañón. Una guía del Museo del Prado (Elba), no sabemos dónde empieza el escritor o dónde termina el pintor. Por de pronto, la supuesta guía que ha pergeñado Arroyo no responde a ningún guion convencional al uso, sino que se parece, sobre todo, a uno de esos monstruitos que pueblan el Museo del Prado, engendros del genio español de Velázquez y de otros colegas suyos igualmente aficionados a pintar criaturas a medio camino entre dos naturalezas discordantes. Desde luego nadie debe emplear la guía escrita por Arroyo para orientarse, por primera vez, en un recorrido rápido por el Museo del Prado, porque tardará horas en encontrar la salida. No. Al pie del cañón no es una obra didáctica, ni "científica", ni, todavía menos, "funcional". Todo lo contrario: es una criatura mixta para gozar simultáneamente de la literatura y de la pintura, ¡oh rarissima avis! Es, en fin, una obra para leer antes o después de visitar el Prado; o sea: para volver siempre a la histórica pinacoteca con ojos nuevos y perderse para siempre por entre su inagotable excitación física y mental.

Son tantas las ocurrencias y digresiones insólitas que palpitan por la pluma del pintor Arroyo al atravesar el Prado del derecho y del revés que hay que renunciar ni siquiera a indiciariamente espigarlas. Es una autobiografía apasionada sin ningún género de cortapisas, porque no responde a ningún patrón conocido. Está escrita con una prosa artillada, como corresponde a un artista que no ceja en su voluntad de estar al pie del cañón. Ese cañón de la vida donde carga sus mejores proyectiles el arte de verdad. Es, en efecto, una guía sin guion: una guía para dar siempre en el blanco. ¡Una guía cañón!

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