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Columna
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Con-fianza

Dicen las encuestas que los valencianos nos aprestamos de nuevo a demostrar que somos un granero de votos fiable y amigable del PP y a ofrecer nuevas glorias a España, lo que en este caso se traduce en conseguir que, ¡¡por fin!!, Mariano Rajoy ubique su regia tumbona en la Moncloa. Antes de apuntarnos a tan gloriosa empresa y confiar en los nuevos y sobrevenidos adalides del cambio podríamos andar con tiento.

Las elecciones no son un concurso de méritos ni la razón y el voto tienen por qué darse siempre la mano. Sin embargo, si recurrimos a nuestras raíces judeocristianas y echamos mano del "por sus obras los conoceréis", podríamos aprovechar nuestra larga experiencia de gobernados y declinar educadamente la invitación cursada por el eterno aspirante y por su delegado en provincias Esteban González Pons, asesor áulico, alumno aventajado del máster de cinismo político impartido por Eduardo Zaplana y defensor del "todo vale en política".

Seguiré sin entender qué esperan los que nada van a recibir, los votantes 'peperos' del pueblo llano

Si recurriéramos o recurriésemos a nuestra experiencia de gobernados por la orden de la gaviota desde 1995 (un poco antes en el cap i casal), voto a Dios que empezaríamos a ser dignos de nuestra condición de animales racionales. Porque, díganme, queridos conciudadanos, por qué narices son dignos de confianza si a los hechos nos atenemos. Desde aquel ya lejano 1995, la lista de méritos es sin duda larga: ha aumentado de forma considerable nuestra distancia con la media de la renta per cápita de la UE-27, es decir, somos más pobres en términos relativos. Estamos en el grupo de cabeza del paro y ser joven y trabajar es heroica hazaña. Hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria en el tema del endeudamiento per cápita y si no fuera por Madrid seríamos líderes. Ahora todo es llanto y crujir de dientes pero nadie parece ser responsable de los grandes eventos, de los equipamientos sobredimensionados, de los sobrecostes endémicos, de los aeropuertos sin aviones, de los platós de cine subvencionados, de una televisión horrible con 1.500 empleados (justo el doble de lo previsto al principio) y un déficit galopante, de unos rascacielos torturados cuya maqueta costó la minucia de 15 millones, de la gran eficiencia de Ciegsa haciendo como que hace centros escolares, del fiasco de Emarsa, de...

Nuestros azules gobiernos han apostado por un modelo económico incomprensible y de alto riesgo en caso de recesión formado por un extraño mixing de ladrillo, turismo (de glamour a ser posible), logística y supuesta innovación sin dinero y sin innovadores. Del mismo modo, han medrado todo lo que han podido en Bancaja, la CAM y el Banco de Valencia llevando a las tres a la ruina y desvalencianizando (para como lo hacían, igual es mejor) nuestro endeble entramado financiero. Como no hay nada mejor que perseverar en los errores se han puesto la sahariana y han cabalgado sobre el tigre de la burbuja inmobiliaria en un abrazo suicida con una banca con exceso en liquidez y unos promotores voraces incólumes al desaliento y reacios a los avisos. Y así, entre casa y casa, han alicatado el país y destrozado la costa volviendo a poner de moda el problema de la vivienda porque con precios que subían como la espuma, la VPO era pura entelequia y los bolsillos llegaban hasta donde podían.

En política social, nuestros gobiernos han dado la nota racaneando como nadie en las prestaciones de dependencia y enfermedad mental y siendo el hazmerreír de tirios y troyanos con esa fantástica iniciativa de explicar la asignatura de ciudadanía en inglés. Se inventaron el modelo Alzira de sanidad privada (o concertada) y nunca explicaron sus ventajas. Dieron (y dan) un trato de favor vergonzante a todas las iniciativas en el ámbito educativo -que son muchas- con olor a cera. Cuestión de valores: No. Comensalismo, conveniencia: sí.

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La información convertida en propaganda, la negación de la evidencia por principio, la corrupción como práctica generalizada. Labor de zapa con la memoria histórica, cinco años para recibir a las víctimas del metro y en cultura: al enemigo... ¡¡ni agua!! El enemigo, claro está, siempre son los perdedores. De la guerra o de las elecciones. Y la Universitat, permanentemente bajo sospecha, no sea que critiquen.

Con Aznar, sumisión y peloteo. Con Zapatero, victimismo a capazos. No existe el gobierno valenciano. Solo Madrid, y es quien tiene toda, todita la culpa de todo. Eficaz estratagema sin un ápice de vergüenza. No se conoce política económica, industrial, agrícola, territorial o social de la Generalitat que sea digna de ese nombre. Ya llegarán los nuestros, han debido pensar.

Esta es la hoja de servicios de la orden de la gaviota en tierras valencianas. Y van a volver a ganar por aplastamiento entre La Sénia y el Segura. ¿Qué ha hecho la izquierda mientras tanto? El imbécil. Siempre dividida y disputándose un puñado de votos menguante o haciendo concursos de pureza ideológica. O vegetando -salvo excepciones honrosas- al calor de remuneración pública de la que no se rinde cuentas. Pero por horrible que haya sido la oposición, por muchos cambios sociológicos que se hayan producido (Romero y Azagra dixit) y por mucha globalización que resta margen de maniobra a los ya obsoletos estados-nación, ¿cómo se puede votar a los autores de tanta tropelía? ¿Bajo qué promesas? Si los augures no se equivocan, seguiremos viviendo con muy poco oxígeno pero resistiremos a la sutil barbarie. Por dignidad. Y yo seguiré sin entender qué esperan los que nada van a recibir, los votantes peperos del pueblo llano que son multitud. Supongo que la desinformación, la extensión de valores culturales conservadores y los méritos de la izquierda tienen algo que ver, pero háganme caso: confianzas las justas. En todo caso, un número finito pero elevado de los que nos piden el voto debería andar por la calle con fianza.

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