Censura iraní a latigazos
Al principio se creyó que la condena a la actriz iraní Marzieh Vafamehr a recibir 90 latigazos era parte de la extendida persecución de las mujeres en ciertos países de modos dictatoriales como el que dirige con mano de hierro y sharía en el alma Mahmud Ahmadineyad. Pero no. La condena de Vafamehr, finalmente anulada, forma parte de la persecución abierta en el país contra todos esos cineastas que, gracias a su crítica mirada y su arrojo, obtienen demasiado reconocimiento fuera y dentro de las fronteras iraníes. De modo que mientras se anulaba la condena de la actriz principal de la película Mi Teherán a subasta los jueces confirmaban los seis años de cárcel dictaminados para el director de la cinta, Jafar Panahi.
Distribuidores, documentalistas, directores y actores menos conocidos en el exterior que Vafamehr y Panahi están sufriendo también en sus carnes el hostigamiento de un régimen empeñado en disponer de la modernidad de la energía nuclear, pero dispuesto a abrazar las tácticas represivas más tradicionales para acallar cualquier conato de disidencia.
Si no fuera por el drama que sufren los perseguidos, los argumentos para justificar las tropelías del régimen resultarían tan hilarantes como los utilizados por aquella dictadura franquista que hace tan solo 60 años seguía enviando a la moral, la unidad de vigilancia de las buenas costumbres hispanas, a patrullar las playas a caballo con el mandato de impedir el uso del biquini por parte de las pocas españolas que osaran utilizar tan minúscula prenda. Y así como el censor español se atrevía a cercenar todo tipo de escenas en nombre de la moral pública, el censor iraní ha llegado a decir que Mi Teherán a subasta es una película vulgar y que la actriz Marzieh Vafamehr exhibe en la misma una conducta contraria a la sharía por simular que bebe alcohol y raparse el pelo.
Un total de 21 realizadores y actores iraníes han pedido medidas de boicot a la comunidad internacional. Mientras esta se piensa si reaccionar o no contra tanta indignidad, Ahmadineyad, que está demostrando una total ausencia de originalidad en sus modos autocráticos, promociona, como el franquismo, su propio cine, que por supuesto se dedica a ridiculizar a la oposición.