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Entrevista:EN PORTADA

Handke en otro tiempo

En su casa rodeada de castaños, situada entre París y Versalles, recibe un Peter Handke (Griffen, Austria, 1942) cuyo aspecto humilde y voz apenas audible están en fuerte contraste con su fama de estrella mediática y de hombre combativo, defensor de causas controvertidas. Tres de sus libros se publican ahora en español: sus notas viajeras reunidas en Ayer, de camino (Alianza), sus apuntes sobre 'Yugoslavia bajo las bombas' en Preguntando entre lágrimas (Ediciones Alento y UDP) y sus conversaciones con Peter Hamm recogidas en Vivan las ilusiones (Pre-Textos). Tras la solidaridad mostrada con el pueblo serbio durante las guerras yugoslavas y su asistencia al entierro del expresidente Milósevic, en 2006, fue víctima de una campaña mediática que no sólo condenaba su postura política sino que descalificaba también su obra literaria. En los textos reunidos en Preguntando entre lágrimas describe este proceso y aclara los motivos de su compromiso. Las anotaciones de viaje de Ayer, de camino, en cambio, recogen justamente la época antes del estallido del conflicto bélico en Yugoslavia. Acaba de volver de un viaje a Eslovenia, después de pasar por Salzburgo, donde se ha estrenado su más reciente obra de teatro, Immer noch Sturm (sigue la tormenta).

"Las democracias de hoy, en realidad, son las nuevas dictaduras, las dictaduras humanitarias y económicas"
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PREGUNTA. ¿Qué le llevó a hacer este viaje tan largo entre 1987 y 1990?

RESPUESTA. Simplemente, no tenía piso. Había dejado mi casa en Salzburgo, y mi hija, la primera, fue a Viena a estudiar. Entonces yo me permití cumplir un sueño que tenía desde hacía mucho tiempo, el de estar yendo de un sitio para otro durante unos años. Al final, fueron dos años y medio.

P. En el libro se percibe un anhelo grande buscar paz y calma ¿Cómo encaja la tranquilidad con el viaje?

R. Está la famosa historia de los enfermos mentales en la Edad Media, que cuando se ponían agresivos se les montaba en un barco; se tranquilizaban con el movimiento. En este sentido, viajes y tranquilidad pueden ser perfectamente compatibles. Para mí, al menos. Viajando por mi cuenta, se entiende. No es ningún contrasentido.

P. Son importantes las observaciones en iglesias y monasterios románicos, en Italia, España, Francia. Este viaje parece ser también un viaje hacia la espiritualidad.

R. Espiritualidad es una palabra que no habría que utilizar demasiadas veces. Pero hacia el espíritu, sí. Siempre me ha extrañado que Goethe, en el Viaje a Italia, habla con rechazo y espanto de las figuras románicas, por ejemplo, en Verona, en San Zeno. Las llama caricaturas. A mí me atrae lo espiritual, la espiritualidad soñadora de las figuras románicas, de sus posturas, cómo están puestas entre ellas, sin retorcimiento. No como en el arte gótico, donde está todo puesto en punta, hacia el cielo, como una flecha; en el arte románico todo queda en la tierra y, sin embargo, se siente en la redondez de una cabeza el cielo, la bóveda del cielo ¿no? En Santo Domingo, en Soria, para mí la fachada era pura música.

P. En relación con la contemplación de las formas románicas hay en el libro muchas anotaciones con citas bíblicas, reflexiones sobre Dios y lo divino. ¿Hay en el viaje también algo de búsqueda religiosa, de las raíces católicas?

R. No. Es una búsqueda sobre cómo describir a una persona, cómo relatarla. No me gustan las descripciones reales, naturalistas de las personas, tal como magistralmente las da el siglo XIX, en Stendhal o Flaubert, o también, de forma distinta, en Tolstói y Dostoievski. Me es ajeno. Me gustan los contornos fuertes, como en el arte románico. Es decir, el contorno da la forma, en el contorno, el lector o el observador vuelve a encontrar a las personas. Estaba buscando una épica diferente. Que encontré como lector en las epopeyas medievales; me dejé habitar por sus personajes. Intenté contemporizarlas también en El año que pasé en la bahía de nadie, en La pérdida de la imagen y en En la noche sobre el río Morava. Éstas, en el fondo, son novelas medievales, epopeyas más que novelas. En este sentido, no creo tanto en la novela sino en lo épico; el relato que viene de lejos y se balancea hacia la lejanía. Dicho con otras palabras, soy un enemigo de la escritura psicológica.

P. Le cito una frase de

Ayer, de camino: "Cuando te mueves en los lugares adecuados, en el tiempo adecuado, en la luz adecuada, el mundo, todavía, se convierte en cuento". ¿Es usted un romántico?

R. No sé si soy un romántico. También tengo necesidad de ser clásico. Pero permeable, no como Goethe. Aunque Goethe tuvo la suerte -o mala suerte, según se mire- de vivir en una época en la que eso era generalmente aceptado. Acabo de volver a leer Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, y es un libro espantoso. Me he dado cuenta de que lo ha ensamblado, ha trampeado una cohesión que no existe. En este momento entendí que los románticos, con su escritura fragmentaria

..., la explosión del romanticismo tenía que suceder: Novalis, de otra manera Kleist, o Eichendorff, que dejó tantas cosas abiertas y no pretendió unirlas a la fuerza. Como hizo, sin embargo, Goethe al final. Lo metía todo en una novela, en vez de dejarlo en fragmentos. Pero a él se lo pasaron por alto. En este sentido, me alegro de vivir ahora, porque no todo es aceptado sin más..., por mí mismo tampoco.

P. En el libro desea para la humanidad poder subirse a una

"traumbarke" -una barca de sueños-. Si esto no es un pensamiento cien por cien romántico no sé qué se puede llamar romántico entonces.

R. Tengo tal vez momentos románticos, pero no me abandono a ellos. Aunque a veces uno también debe abandonarse. A menudo he dicho que la literatura verdaderamente buena se parece a una bonita canción de moda.

P. En estos apuntes, se abre a un proceso de aprendizaje en el que se exige mucho.

R. Sí. Voy al compás del mundo. No voy a mi aire, me acoplo a un compás. Acompaño las cosas que veo. Y lo que penetra en mí lo transmito. Es lo que corresponde. Aprendo de lo que leo, faltaría más.

P. En la primera parte del libro, persigue la tranquilidad; más adelante, la meta es la permeabilidad.

R. La permeabilidad es lo decisivo. Lo que cuenta es que el escribiente se convierta en una figura de tránsito, por la que pasan todas las cosas. Aunque, ¿quién jamás ha conseguido esto? No sé; Homero, tal vez, y Georges Simenon (risas). A veces William Faulkner. La literatura, en realidad, no progresa, tiene variantes. Escribir ahora como Simenon, eso no puede ser. Una vez dije, hace mucho tiempo: ay, si supiera escribir como Chéjov, historias de estas, obras de teatro como Anton Chéjov. Y entonces alguien me dijo: "¡Pero, si eso ya existe!, no te hace falta. Escribe lo que te transmitió Chéjov, de su mundo, de su movimiento y ritmo, de su calidad, y sobre todo de su temblor". Una vez dije, un gran autor cierra el camino a sus sucesores, pero sólo para que encuentren su propio camino. O sea, lo contrario de alguien como Thomas Bernhard, quien es fácil de imitar, en realidad. Un escritor que es fácil de imitar, en el fondo, no merece ser llamado como tal.

P. ¿De dónde viene tanta expansión mundana, tanta sabiduría occidental y oriental?

R. Tonterías. No soy ningún autor internacional. Soy del campo. En el pueblo del que vengo también había budistas, sólo que no los llamaron así. Había un muecín, un alminar, aunque, naturalmente, no estaban allí. Había indios, todo lo que de chico deseaba. Todo proviene del lugar de origen, de los padres, de los antepasados. Naturalmente, uno también se hace a sí mismo, pero no es posible hacerse enteramente. En ningún sentido. No, todo está allí. Antes pensaba a menudo, Dios mío, ¿por qué no he nacido a orillas del Misisipi, como William Faulkner? Pero ahora sé que los riachuelos de mi infancia eran el Misisipi. O pensé, cuando tenía veinte años y leía a Thomas Wolfe y Sherwood Anderson o Dreiser y John Steinbeck, vaya, qué mundo más ancho, y en mi casa todo tan estrecho. Hoy sé que fueron ellos, los escritores, los que lo crearon. Y yo lo tengo que hacer también, hace tiempo que lo sé, y lo puedo hacer, pues este mundo ancho siempre estuvo allí. Sólo que yo lo ignoraba, en mi mente parcialmente obtusa, porque siempre existía en mí el sueño del hombre grande en los hombres pequeños que veía en mi pueblo. Hoy ya lo sé.

P. La infancia en esta región fronteriza le marcó también lingüísticamente.

R. Sí, sí. En casa se hablaba el dialecto esloveno de Carintia. Mi madre hablaba esloveno puro. Yo menos. En el pueblo al que pertenecíamos y que estaba a un kilómetro y medio, sin embargo, estaba mal visto hablar esloveno. Durante el Tercer Reich, allí la gente era estrictamente nacionalsocialista. El esloveno estaba prohibido, y en la aldea había peligro de deportación. Algunas granjas fueron desalojadas; llevaron a la gente a Alemania, a los campos, y trajeron en su lugar a granjeros alemanes o tiroleses.

P. En su obra de teatro

Immer noch Sturm rinde homenaje a estos antepasados. Poca gente sabe que la única resistencia armada contra los nazis dentro del Reich la protagonizaron los austriacos de habla eslovena.

R. Sí, así es, esto tuvo lugar en las montañas de la Carintia meridional. Y es algo de lo que sólo hace unos años se ha empezado a hablar. Probablemente porque dentro de las familias el dolor era demasiado grande. A los partisanos hace poco se les llamaba todavía bandidos, igual que hicieron los seguidores de Hitler. Y la hendidura pasaba a menudo por en medio de las familias. También en Carintia, los peores torturadores al servicio de los nazis eran los lugareños. En eso eran muy hábiles: fueron eslovenos, croatas, serbios, griegos o franceses los que hicieron el trabajo sucio. Y algunos de los eslovenos de Carintia fueron los asesinos de sus hermanos y hermanas. Esto es una tragedia.

P. Estos antecedentes ¿seguramente han marcado su relación con Yugoslavia?

R. Naturalmente. Mi madre hablaba mucho de su hermano mayor, que era fruticultor. Yo estoy completamente impregnado por las historias de amor que mi madre contaba de sus dos hermanos que tuvieron que morir por Hitler y que, en realidad, estaban a favor de Yugoslavia. Y de este hermano mayor, que se fue a Maribor, en Eslovenia, a la ciudad yugoslava más cercana, existen muchas pruebas de que quiso convencer a la familia para tomar partido por los yugoslavos.

P. En

Ayer, de camino anota en 1989: "No entra en cuestión ningún país en el que esté vigente la pena de muerte. ¿Y qué pasa con tu Yugoslavia?".

R. En 1989, la pena de muerte existía todavía en Yugoslavia, aunque, después de 1980, cuando murió Tito, no fue ejecutada ni una sola vez, que yo sepa. En esa época hice un llamamiento en los periódicos yugoslavos para abolir la pena de muerte, como se hizo en Francia. Que esta misma Francia lance bombas sobre otros países -también una forma de pena de muerte- es harina de otro costal. Las democracias de ahora se permiten, más allá de sus fronteras, comportarse como si fueran dictaduras. Las democracias de hoy, en realidad, son las nuevas dictaduras, las dictaduras humanitarias y económicas: lo más hipócrita que hay. Vivimos en una época de hipocresía total, antes regía la violencia pura y dura, pero ahora estamos frente a una violencia azucarada, no menos brutal.

P. ¿Los Balcanes se han desmitificado para usted?

R. No, de ninguna manera. Los países de la tan feamente llamada ex-Yugoslavia siguen siendo los últimos y más terribles de los países encantados. Yo intento representarlos como quizás lo habría hecho Stendhal: con ligereza, con gracia y, sin embargo, con cierto dolor, con cierta conciencia de pérdida. Son pueblos trágicos: los albaneses lo son y los serbios, los bosnios también, los musulmanes; los croatas tal vez lo sean menos (ríe con amargura). Las tragedias se trasladan y todo esto es digno de ser contado. En 'Las tablas de Daimiel' (en Preguntando entre lágrimas), donde cuento qué pasa en los campos de refugiados. Había entonces más de un millón de refugiados, Serbia estaba llena, y su situación era escandalosa, también en Croacia.

P. ¿Sigue pensando que Milósevic era una figura trágica?

R. Ya no quiero decir nada más sobre este tema. Cada vez que abro la boca me atribuyen palabras e intenciones que nunca he expresado. Estoy harto de esto.

P. En su libro hay una continua exposición y reflexión de cuestiones religiosas, especialmente del Nuevo Testamento. ¿Qué significa la figura de Cristo para usted?

R. Los evangelios son historias maravillosas.

P. Permítame que le cite otro pasaje: "La historia de Jesús como una historia dramática de descubrimiento. El descubrimiento de lo divino en sí".

R. Sí, esto lo podría haber dicho Hölderlin. Él hablaba del "pobre dios dentro de uno". Hay que hacer todo lo posible para que no permanezca pobre y abandonado. ¡Existe, es materia! Nosotros podríamos ser mucho más grandes. Pero esta materia, que es al mismo tiempo espíritu -y en ello no hay contradicción- es combatida por los tiempos que corren o por nosotros mismos.

P. ¿Y cómo es que se ha convertido a la Iglesia ortodoxa?

R. Porque allí no hay jerarquías tan fuertes. No son tan palpables. Una vez visité a un patriarca, un hombre diminuto de Serbia, que no tenía nada de cabeza de Iglesia. Por otro lado, tal vez la gente necesite tener una cabeza, como el Papa; el general abandono de la gente les lleva a buscar un sustituto de figura paterna. De todos modos, no hago proselitismo para la fe ortodoxa. Pero no me interesan quienes se jactan de ser ateos, me parecen tontos. Tengo más confianza en alguien que dice creer en algo. Puede haber otro tiempo que el que pasamos tan profanamente, otra luz. Este otro tiempo impulsa mis libros, desde Carta breve para un largo adiós. Aunque no hay que hablar tanto de ello, hay que practicarlo.

P. Pero, convertirse a la Iglesia ortodoxa por la estructura menos jerárquica, siendo la ortodoxa una confesión tan conservadora, esto no puede ser la razón.

R. Pues mis otras razones no le importan a nadie.

Cecilia Dreymuller es crítica literaria y traductora de algunas de las obras de Peter Handke

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