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Columna
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Post-indignados

España y sus aliados han descabezado, en sentido casi literal, el antiguo régimen tiránico que gobernaba Libia; el fin de una agonizante, y carente de todo apoyo social, banda terrorista ETA es ya casi una realidad; la crisis económica sigue su curso, mientras los países centrales de la Europa del euro acaban de enseñar la patita dejando claro que su receta para combatir los riesgos sistémicos generados por la deuda y el sector bancario europeos pasan porque su capacidad de influir en nuestras políticas económicas sea cada día mayor... Todas estas situaciones tienen una cosa en común con las manifestaciones del 15-O, que demostraron, de nuevo, el músculo de las convocatorias que en torno a la bandera de la indignación a muchos nos agrupan: las realidades complejas obligan a tomar decisiones, a optar por unas medidas frente a otras. Una toma de decisiones que se realiza en entornos, inevitablemente cuando hablamos de situaciones difíciles, de fuerte incertidumbre. Una toma de decisiones que requiere, por ello, de un análisis inteligente y bien hecho que permita identificar las claves de cada situación antes de actuar.

El movimiento de indignación que sacude España (y la va a seguir sacudiendo mientras dure y se agrave la crisis económica) ha fallado hasta la fecha a la hora de identificar qué está pasando exactamente y, por ello, qué medidas alternativas podrían adoptarse. Frente a la hoja de ruta de la derecha social y económica (a la que ha sucumbido el actual Gobierno de España con más o menos resistencia y a la que se adivina entregados tanto al futuro Gobierno del PP para todo el Estado como a nuestro nuevo Consell) no se ha esbozado, a día de hoy, alternativa alguna.

De modo que solo hay planteada, por el momento, una vía de salida: una España atada al euro y a las políticas de prima al capital con origen en la UE, que habrá de trabajar duro para pagar las numerosas deudas contraídas en la época del crédito barato (y dilapidado en inversiones no productivas) compitiendo bien en sectores donde tenemos fortalezas pero de poco rendimiento (turismo), bien en industria y servicios por la única vía que sabemos explotar: precariedad laboral y salarios bajísimos que compensen nuestra pésima productividad asociada a desarrollo tecnológico o educativo. Mientras tanto, nuestros salarios se reducirán más todavía debido a los recortes en servicios sociales (sanidad y educación a la cabeza) donde cada vez recibiremos menos y, por tanto, deberemos pagar más. Y previsiblemente, para rematar la faena, se acabarán de cuadrar las cuentas con una subida de impuestos indirectos (IVA, impuestos especiales...).

¿De veras es la única salida posible? Más allá de la creciente indignación que pueda generar esta sucesión de medidas (previsiblemente agravada por su discutible eficacia para reactivar la economía, como los ejemplos griego o portugués, por mencionar los más cercanos, están poniendo de manifiesto pues de momento poco más han conseguido que devolver el nivel de vida de la población a la década de los setenta del siglo pasado), urge que el enfado dé paso a la reflexión, a la identificación de los problemas estructurales que nos han llevado hasta aquí y a la elaboración de recetas alternativas. Porque solo con quejarnos del sabor amargo del jarabe que nos suministran no vamos a ninguna parte.

Blog en http://www.elpais.com/espana/cvalenciana

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