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El nuevo Oriente Próximo

Joschka Fischer

Independientemente de que en el nuevo Oriente Próximo triunfe la democratización o vuelvan a predominar sistemas autoritarios, hay un cambio fundamental muy claro: en ningún país será ya posible gobernar sin tener en cuenta a la propia opinión pública.

Esta transformación modificará los parámetros de política exterior en el conflicto de Oriente Próximo (entendido como conflicto entre israelíes y palestinos y como conflicto entre los israelíes y los árabes en general). A pesar de las guerras de Líbano y Gaza y las intifadas en la Cisjordania ocupada, dichos parámetros han sido sorprendentemente estables durante decenios, sostenidos por los tratados de paz con Egipto y Jordania y los acuerdos de Oslo con los palestinos.

Turquía aspira a ser líder en la región y apoya a los palestinos. La situación de Israel es cada vez más difícil
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Todo eso está a punto de cambiar. Y, aunque lo que ha desencadenado ese vuelco trascendental en la región es el despertar árabe, sus actores no están solo en el mundo árabe ni en la zona de conflicto de Oriente Próximo. Estados Unidos, Europa, Turquía y, en cierto sentido, Irán, también desempeñan su papel, unos de forma más directa que otros.

Empecemos por Estados Unidos. El discurso del presidente estadounidense Barack Obama en El Cairo hace dos años suscitó grandes expectativas, pero de ellas se han cumplido pocas o ninguna. Por el contrario, Estados Unidos permitió que, a falta de cualquier paso por parte del Gobierno de Israel, se creara un vacío político. Ese vacío es el que ahora ha llenado el despertar árabe.

Europa, mientras tanto, está preocupada con su propia crisis. Pero en los últimos años, los europeos, encabezados por la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy, han cerrado la puerta en las narices a Turquía y han impedido de facto su entrada en la Unión Europea. Como consecuencia, Turquía ha adoptado una política exterior neootomana en la que el puesto central lo ocupan, más que el Cáucaso, Asia Central y los Balcanes, los países árabes.

Es evidente que Turquía, como corresponde a sus intereses políticos, económicos y de seguridad, no tiene más remedio que prestar gran atención a sus vecinos del sur y debe tratar de impedir que la región caiga en el caos. Afrontaría los mismos riesgos aunque estuviera integrada en un contexto europeo, pero entonces sus prioridades serían completamente distintas.

Por culpa de la estrechez de miras europea, Turquía ha abandonado sus aspiraciones a pertenecer a la UE y ha optado por el proyecto neootomano de convertirse en una potencia en Oriente Próximo, un giro estratégico que se debe tanto al interés como a la ideología. Por un lado,Turquía concibe la hegemonía regional como un escalón hacia un papel mundial más amplio, y, por otro lado, se considera un modelo para la modernización de Oriente Próximo sobre una base islámica y democrática.

Este intento de hegemonía regional hará que Turquía entre, tarde o temprano, en serio conflicto con el vecino Irán. Si triunfa Turquía, Irán y los radicales de la región se quedarán en el bando perdedor de la historia, y ellos lo saben.

Aunque el Gobierno del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, está intentando mantener buenas relaciones con los iraníes, dada su ambición de convertirse en la mayor potencia suní, en algún momento tendrá que combatir la influencia de Irán en Irak, Siria y Palestina. Y eso significa conflicto.

El drástico deterioro de las relaciones de Turquía con Israel está relacionado con esa nueva rivalidad con Irán. Por supuesto, dicha rivalidad también tiene un aspecto positivo para los israelíes: el debilitamiento de Irán y otros radicales de la zona. Pero es lógico que, para Turquía, que aspira a ser líder de la región, los intereses de los palestinos sean más importantes que sus relaciones con Israel. Mucho más ahora, ante las transformaciones revolucionarias en el mundo árabe, y ese es el motivo de que Erdogan haya reorientado su política exterior.

El resultado es que Israel se encuentra en una situación cada vez más difícil. Si no reorienta también su propia estrategia -la pasividad es un empeño peligroso en un orden mundial que cambia con rapidez-, Israel se deslegitimaría y se aislaría aún más en la comunidad internacional. Una respuesta viable de Israel a los espectaculares cambios que están produciéndose en la región -y sus consecuencias ya previsibles- solo puede consistir en una oferta seria de negociación al Gobierno palestino de Mahmud Abbas, con el objetivo de firmar un tratado integral de paz.

Los problemas de seguridad son algo que hay que tomar en serio, pero cada vez tienen menos peso, porque puede dejarse un periodo de tiempo suficientemente largo entre la firma del tratado y su plena aplicación para resolverlos de mutuo acuerdo. Sin embargo, lo más probable es que la pasividad actual de Israel -con todas sus consecuencias negativas a largo plazo para el país- continúe mientras el primer ministro Benjamin Netanyahu considere que la supervivencia de su coalición es más importante que una iniciativa decisiva de paz.

Al mismo tiempo, la presión de las revoluciones árabes está convirtiendo a los palestinos en un factor político dinámico. Por ejemplo, ante la inminente caída del presidente sirio, Bachar el Asad, la influencia de la revolución egipcia y el nuevo papel del islamismo en la región, la alianza de Hamás con Irán es cada vez más problemática. Está por ver si en Gaza, a la hora de la verdad, la vía turca prevalecerá contra los radicales o no.

En cualquier caso, Hamás tiene que tomar varias decisiones arriesgadas y trascendentales, sobre todo si su principal rival, la Autoridad Palestina de Abbas, tiene éxito en su campaña diplomática actual en Naciones Unidas. Obama había prometido un Estado palestino en el plazo de un año, y Abbas está trabajando para hacer realidad esa promesa.

Pero lo que suceda a continuación es fundamental. ¿Será Abbas capaz de mantener a los palestinos en la vía diplomática, o volverá a degenerar la situación en violencia y nuevos desastres? ¿Y cómo será la vía palestina hacia la paz después de que la ONU decida reconocerle alguna forma de Estado?

Dada la actual velocidad de los cambios en Oriente Próximo, quizá no tengamos que esperar mucho a tener respuestas... o nuevas preguntas.

Joschka Fischer, ministro de Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, dirigió el Partido Verde alemán durante casi 20 años. © Project Syndicate / Institute for Human Sciences, 2011. www.project-syndicate.org Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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