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Columna
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Termópilas

En la Edad Media los códigos feudales permitían enviar a prisión a un niño cuyos padres no hubieran podido saldar sus deudas antes de morir. Ante semejante castigo ningún cristiano sensible se atrevía a pedir un préstamo si no estaba seguro de poder devolverlo. Eran leyes bárbaras para tiempos bárbaros. Pensarán ustedes que esas prácticas inhumanas han quedado atrás hace mucho tiempo gracias a los avances de la civilización. Pues no está tan claro, miren por dónde. Si no, échenle un vistazo al patio.

Algunas naciones obtienen préstamos a un interés tan alto que los niños de una generación se verán hipotecados de por vida para saldar las deudas de sus padres. Grecia debe más de 340.000 millones de euros. Lo que significa que cada bebé griego viene al mundo con una deuda debajo del brazo que generará intereses leoninos hasta que se muera y que le impedirá recibir a cambio mejor sanidad, mejor educación y mejores infraestructuras. Solo, un país en bancarrota. Está claro que a esa situación no se llega de un modo inocente. Grecia tendrá que exigir responsabilidades a sus políticos por falsear las cuentas, dilapidar el dinero de los ciudadanos e hipotecar el país hasta los restos. Pero la transferencia de la deuda de padres a hijos igual que en la época medieval no es propia de países soberanos.

Si aceptamos el llamado nuevo plan de ajuste, tendremos que aceptar también que llegado el caso cualquiera pudiera verse obligado a vender un riñón y parte del otro para pagar al banco los intereses del préstamo del piso. Grecia se va al carajo. Y nadie repara en que quizá a fin de cuentas les debamos mucho más a los griegos de lo que ellos nos deben a nosotros. La democracia, para empezar. La filosofía, el teorema de Pitágoras, los juegos olímpicos, el principio de Arquímedes, Platón, las esculturas de Fidias en la Acrópolis, Heródoto, la Odisea, el teatro, el templo de Apolo en Delfos, la Venus de Milo... Puras ruinas, dirá alguno. Cierto. Pero sin ellas Europa estaría todavía desbravando jabalíes. Hace tiempo que los dioses del Olimpo no cotizan en Bolsa. Sin embargo, por cada crío que nace sin futuro en Atenas, mucha gente se está haciendo de oro a costa del diferencial de la deuda griega.

Ni la lógica, ni el sentido común sirven para explicar por qué los ciudadanos tienen que regalar dinero a las grandes entidades financieras cuando se hallan en apuros y sin embargo estas no pueden perdonar una parte de la deuda a un país para rescatar a sus ciudadanos del infierno.

Hubo una vez 300 espartanos que detuvieron ellos solos una invasión de más de 30.000 persas dispuestos a asolar Europa. Pero me temo que en esta ocasión no va a haber nadie para frenar el paso a los nuevos persas del mercado financiero en el desfiladero de las Termópilas.

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