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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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No todos son náufragos

Despierto con un ataque de vértigo, en el martes que sigue a uno de los ya habituales lunes negros bursátiles. Optimista voluntaria -soy de las que ven la parte buena de naufragar en el Titanic: barra libre-, pienso en la suerte que tengo de ejercer el oficio de escribir, en lugar de ser limpiador de ventanas encaramado a un andamio en la planta veinte de un edificio repleto de asesores financieros. Ingiero un Dogmatil y, mientras aguardo a que surta efecto, escucho la radio, zapeando como es debido. Se preguntarán ustedes por qué la radio, en pleno vértigo. La respuesta es simple. Los ruidos radiofónicos cubren en parte el de la taladradora de los obreros que están cambiando las tuberías del gas de la casa donde habito.

"Encuentro a todo el mundo desvalido, menos a la pareja de domadoras del PP"

Leo los diarios en el iPad, ideal para la cama, mientras las inquietantes voces de los conductores de programas matinales en las emisoras decentes trepidan, una tras otra, o a la vez -uso dos aparatos más Internet-, en mi cama. He escrito el adjetivo inquietantes porque, últimamente, a los profesionales de la radio les estoy empezando a notar el mismo tono perplejo que usan los políticos cuando hacen ver que saben lo que está ocurriendo y que son capaces de solucionarlo, a sabiendas de que nosotros hace ya un rato que les hemos clasificado como incapaces. Encuentro a todo el mundo desvalido -menos a la pareja de domadoras circenses del PP, que ésta es otra: Madame Manostijeras y Madame Guillotina, cada cual en su autonomía a modo de carpa-, y eso me desazona.

En esencia: hundimiento financiero; de nuevo, la absurda e idiota polémica del castellano-catalán (con la que les está cayendo en recortes a los enseñantes; y la que les caerá); los cientos de miles de muertos por hambruna que ya se dan por futuribles seguros en el Cuerno de África (a principios de los noventa anduve por allí: no han arreglado nada desde entonces, al contrario), y mucho blablablá de expertos que suenan, también, inseguros. Palabras que se repiten: Europa (más), gobernanza (más), educación (menos).

Abandono la radio y agarro Le Monde diplomatique, en español y en ese bonito papel tan claro que tiene. El artículo de Ramonet: Generación sin futuro. ¡Cielos! Hay también una interesante aportación sobre el debate abierto por el prestigioso mensual -tranquilos: ni los políticos ni los financieros lo leen- sobre la necesidad de que nos desmundialicemos de una puñetera vez, o aunque sea poco a poco. Hay un escrito sobre el que me arrojo, porque el título promete entretenimiento -Orejas de burro para el FMI-, pero la lectura de los errores básicos de dicho ente mundial del prestamismo, así como su institucional cerrazón de mollera, ponen los pelos de punta.

Así las cosas, y ya un poco mejor de mi trastorno, abro la revista El Temps -en catalán: soy bilingüe, como saben, y nunca me he sentido de más en la mejor Catalunya-, y veo un reportaje a todo color sobre Eivissa (Ibiza). El trabajo es excelente y muestra un universo tan obsceno, de multimillonarios, de súper yates, de limusinas, de servicios al cliente al momento cueste lo que cueste, de habitaciones de hotel a 3.000 euros la noche, con piscina y jacuzzi privados, de mafiosos rusos, de jeques árabes, de VIPs descendientes de aquella santa que fue actriz buena en Hollywood y bastante peor en Mónaco... Y de nuevos ricos españoles que no se cortan a la hora de pedir lo más grande, lo más ostentoso, lo más más de lo más.

Cielos, me repito, pero ahora ya con poca esma (ánimo). ¡Tiene razón Jorge Drexler! Más o menos: "Tu hipoteca se hizo calor, luego el calor movimiento, luego gota de sudor, luego yate de 90 metros de eslora provisto con helicóptero en cubierta y amarrado al embarcadero por 2.000 euros al día". Sí, todo se transforma, y el dinero que debemos está por ahí y se pega la vida padre.

Continúo en la cama reflexionando acerca de si lo que me aqueja es vértigo de oído, como creía al principio, o más sencillamente, asco.

Ahora que lo pienso, en el Titanic sólo tuvieron acceso al bar los que viajaban en primera. Pinche parábola neocapitalista, ya a principios del siglo pasado.

www.marujatorres.com

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