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Reportaje:

El 'Rubalmessi vulpes'

Tienen gran facilidad para escurrirse de las muchas trampas que les tienden, pero a veces les hace perder pie una excesiva autosuficiencia

José María Izquierdo

Los Rubalmessis vulpes siempre se escapan. Les ponen cepos, les disparan, les echan a cinco gañanes para que les agarren por las corvas o, en su defecto, les sepulten bajo cientos de kilos de carne endurecida; y nada. Se escurren, se escabullen, se escapan, se fugan. Se evaporan. Estaban y ya no están. Les agarran con las dos manos, tenaza invencible -o eso creen- alrededor del cuello, y zas. Por arriba o por abajo, que no sabrían decirlo, el bicho ha huido para seguir, tan telendo, en la misma dirección que traía. Los ru-balmessis, en sus noches en solitario, añoran la secreción mucosa de la anguila, pero no la necesitan. Es que siempre quieren más.

Hace 80 millones de años, los velocirraptores suplían con su vertiginosa rapidez, cual artefacto supersónico, las carencias que les proporcionaba su escaso tamaño frente a fieras de mayor envergadura o condición. Nos lo contó Michael Crichton y nos lo mostró Steven Spielberg. Casi igual de alígeros se muestran los Rubalmessis vulpes. Incluso a alguno de sus ejemplares más conocidos se le ha cronometrado: 11,2 segundos tardó ese rubalmessi en vencer 100 metros en el año 1975. Otros científicos (Castells y Mayo, 1993) indican que pueden alcanzar hasta los 55 kilómetros por hora en velocidad punta. Capaces, pues, de competir de igual a igual con el mítico Geococcys californianus, más conocido como el Correcaminos. (Véase Chuck Jones y Warner Brothers. Hay también abundante literatura).

Decíamos antes que tienen tendencia a la soledad. Esta clase de Vulpes vulpes ataca a sus víctimas en solitario, que no es amigo de manadas. Es de natural curioso y se le adjudica gran agudeza. Pero su carácter tímido, muy tímido, les fuerza a buscar caminos poco concurridos. Tienen, en general, pocos amigos. Y dado que nunca van a necesitar un compadre para sus episodios de caza, no les importa reconocer el mérito de los otros, aun cuando no sean miembros de propia camada. Es capaz, incluso, de mostrar su admiración a quien le ha arrancado el triunfo de la mejor gallina, el mejor conejo o la mejor Copa de Europa.

Pero no todos los individuos de la especie muestran su carácter de la misma manera. Astutos siempre, eligen el disfraz que mejor les conviene. A los más tímidos les puede su tendencia a aislarse: miran de soslayo y se quedan en las esquinas, mejor si están en claroscuro. Estos especímenes son poco sociables, no les importa aparecer algo toscos, pero todas sus excepcionales habilidades las guardan para el momento de correr por el campo. Y es ahí, en la cacería, donde estos ejemplares despliegan el prodigioso espectáculo de sus capacidades. La desmaña en el gesto se transforma en expresividad plena, y donde solo había impericia todos descubren el fulgor de una habilidad extrema.

Otros, por el contrario, quizá porque hayan recibido distinta alimentación, posiblemente de frutas, que les gustan sobremanera las uvas, no ocultan e incluso hacen gala de las cualidades que les han hecho famosos. Son sagaces, silenciosos y discretos. Lo dicen los tratados: "Estas condiciones se revelan en todos los actos de su vida y les han permitido sobrevivir a los continuos ataques y persecución sin tregua de que vienen siendo objeto", según se certificó en el proyecto de Sierra de Baza. Dado que su físico es cualquier cosa menos imponente, si no se les deja que te miren fijamente a los ojos, hacer explícitas esas cualidades de inteligencia y perspicacia, que hay quien la llama perfidia, se ha convertido en una de sus mejores armas defensivas. Así que expulsan sapos y culebras por su fino hocico, en el entendimiento de que no hay mejor defensa que un buen ataque. Algún ejemplar ha hecho famosa en la literatura sobre animales sus dotes de gruñidor y escupidor de venenos más o menos dolorosos, pero siempre recibidos por sus antagonistas como dardos malignos, bien por su violencia o el ánimo mordaz con el que han sido emitidos. Hasta un "sin ti no soy nada", dicho con gesto un punto burlón, afirman que le soltó una vez uno de ellos a un contrincante.

Pero sea cual sea el estilo del rubalmessi en estudio, todos consiguen hacerse temer antes de hacerse presentes. La fama les precede, por utilizar una frase hecha. Así que sus enemigos se cuidan de sus habilidades, de las que todos los vigilantes de la valla y el portal, los defensores, que se les dice, son conscientes y aguardan, expectantes, que el animal que hoy estudiamos ataque por la izquierda, por el centro o por la derecha, aunque llegado el momento lo más probable es que llegue por todas partes. Los contrincantes se tientan la ropa antes del combate, que a nadie le apetece llevarse un sofión. Porque hay quien dice que no son sagaces, sino marrulleros, y no ingeniosos, sino arteros.

Es conocido también que todas las especies gallináceas o similares ya llevan incorporado en el ADN el temor reverencial a esta especie de vulpes. ¿También el faisán?, se preguntan algunos estudiosos. Sí, también el faisán ha visto cómo sus muchas, muchísimas plumas, de todo estilo y tamaño, no le han servido para evitar que el rubalmessi se lo tragara de una sentada. Entero. Guap. A otra cosa, parecía decir el glotón cuando acabó con la tarea.

Su manera de actuar, sibilina por callada, taimada por astuta, insultante por burlona, exige un notable dominio del arte del disimulo. Dicen cosas y las dejan caer como hacían las damiselas en el siglo XIX, para que alguien las recoja mientras ellas siguen el paseo mañanero. Es como si dijeran, por ejemplo, "los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta". O se van a enterar los banqueros. Y ahí lo dejan, con gesto comedido. Como tienen un gran olfato, político o de cualquier otro tipo, saben elegir bien el momento de soltar el pañuelito. Y como además poseen un oído de espía superdotado, rápidamente captan la respuesta y así pueden reaccionar con sorprendente presteza. Han amagado por la derecha y se han colado por la izquierda.

Pero los rubalmessis se han mostrado en ocasiones demasiado vulnerables, que tienen un gravísimo problema, bien detectado por sus estudiosos: en no pocos lances de la lucha diaria han acabado embrollados, enmarañados en su propia madeja, regateándose a sí mismos, tal es su afán de demostrar al contrario su superioridad en la finta, el truco y el embeleco. Presuntuosos o atolondrados, tienen un gusto insano por intentar el camino imposible, vadear el río por donde es más profundo o sortear la valla más alta. Bajan el hocico y arremeten. Hay quien dice que obtendrían mejores piezas en las noches de cacería si se conformaran con triunfos nutritivos, sí, pero de menor relumbrón.

Les pasa también a los trileros en los parques. Mueven manos y vasitos de plástico a toda velocidad y el respetable se traga una y otra vez está aquí, no, aquí. Los más avezados de la singular profesión hacen 10 o 20 jugadas y luego emigran a otros lugares con un público distinto, que saben que seguramente siempre va a haber un espectador más listo o más paciente que los demás y les va a pillar el truco. Demasiada presunción acaba en desastre. Recuérdese que Johnston McCulley hizo un valiente y bizarro Don Diego Vega, alias El Zorro, pero Los Ángeles, y por extensión toda California, se la quedaron los gringos. Que confiar en la astucia está muy bien, pero en muchas peleas se necesitan mayores y más completas armas. Hay algunos zorros, por ejemplo, que tienen más ayuda que otros. Que hay gallinas estúpidas como gallinas, pero también existen conejos listos como conejos.

Y hartos de tanto perder, hay granjeros que han aprendido a colocar los cepos en los lugares idóneos. Incluso cazadores que han dejado la humilde escopeta y han apostado por el AK-107 con lanzagranadas. Ahora apuntan con munición cada vez más gruesa. Y les es más fácil acertar. Bum. Pieza cobrada.

Así que a lo mejor hoy perdéis, Rubalmessis vulpes.

So listos. -

TOMÁS ONDARRA

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