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Orgullo 2011
Columna
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Una apuesta

Vicente Molina Foix

Para celebrar de forma original aunque particular la semana del Orgullo Gay, hice el pasado martes, mientras seguía por Televisión Española el debate del estado de la nación, una apuesta con un amigo. La sesión tenía la grandeza mórbida de los ocasos, el sabor amargo de lo que tan bien nos supo no hace tantos años, y, sobre todo, la miseria ramplona de los discursos que se traen hechos de casa, si es que alguna vez fueron realmente hechos y no consistieron más que en la estrategia cobarde de aguantar el remojón guardando la ropa seca en el armario.

El martes en las Cortes fue la única vez en los últimos tiempos en que la improvisación de Zapatero tuvo sentido, y nos convenció; a mi amigo hasta le emocionó. Frente a él, algunos maestros de la más alta esgrima periférica, Josu Erkoreka y Josep Antoni Duran i Lleida, a mi juicio un poquitín sobrevalorados los dos (aunque aprecio, en un cristiano, las gafas tan totémicas del catalán). Y, como no podía ser menos, la subida al estrado de Rajoy, a repetir mecánicamente el rollo de su pianola. Pensar que en otro tiempo nos pareció un hombre con un pico de oro. Si es orador, será en su casa, y a la hora de rezar.

Supongo que hay muchos más homosexuales y lesbianas en las filas del PP

Fue en una de las muchas baladronadas del líder del PP cuando saltó la apuesta en la sala de estar. "Qué te apuestas", dijo mi amigo, "a que este cuando llegue al poder se olvida del recurso contra las bodas gay, y pasa página, para escurrir, como siempre, el bulto. Cualquier bulto". ¿Qué me podía yo apostar, sin riesgo de perder mi honra y, en el mejor de los casos, sacarme unos euros? Decidí hacer lo que en el mundo del juego está peor visto: no luchar, no pujar, y ponerse del lado del que lleva las de ganar, en este caso mi amigo. Pienso lo mismo que él, y lo paradójico es que si se cumple la apuesta, o la profecía (y antes tiene que darse el triunfo del Partido Popular en las generales), hasta tendríamos que estar contentos.

Una vez, pocos meses antes de la primera victoria en las urnas de José Luis Rodríguez Zapatero, me ocupé en estas páginas, a través de un artículo que titulé Colegio macho, del caso de unos estudiantes universitarios que habían contado su terrible peripecia en la revista Zero, hoy desaparecida. Eran cuatro, y residían en un colegio mayor privado propiedad de la Asociación de Hidalgos a Fuero de España (sic), adscrito y subvencionado por la Universidad Complutense. Después de haber sido acosados por una buena parte del alumnado allí residente por ser maricones, los cuatro fueron expulsados ignominiosamente del colegio. Los chicos, por algún conducto que ahora no recuerdo, me contactaron, y hablé con tres de ellos, incluyendo los dos que no habían tenido reparo, al contrario que sus compañeros, en dar sus nombres completos a la revista, y a mí mismo, que los publiqué con su consentimiento en EL PAÍS.

Recuerdo tres detalles, quizá anecdóticos, del asunto. Los tres con quienes me entrevisté estudiaban periodismo, los cuatro eran homosexuales declarados, y el director del colegio, a quien llamé por teléfono antes de escribir el artículo, se mostró tan hermético como tolerante, aunque, según la versión que los muchachos me contaron, en el memorándum enviado al rector de la Complutense cuando el asunto fue aireado, este señor recalcaba que los expulsados hacían "alarde de una supuesta condición sexual". La pequeña moraleja de la historia, al menos para mí, fue que medio año después de aquel artículo mío (útil, me dijeron los mismos chicos, en la controversia con las autoridades complutenses) me encontré a los dos más locuaces en el acto donde menos esperaba encontrarlos: el mitin de exaltación del líder cesante, José María Aznar, disfrazado de presentación de su libro de memorias. El acto tuvo lugar en el Invernadero de la Arganzuela y yo acudí al mismo (no vayan a tener malos pensamientos) como reportero empotrado de la revista Tiempo para hacer una reseña político-costumbrista. Pues bien, en primera fila de los forofos, arengados en ese momento por el presentador de la velada, Jon Juaristi, vi a los expulsados del colegio mayor de la Asociación de Hidalgos a Fuero, en pleno delirio aznarista. ¿Y por qué no?, me dirán ustedes.

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Creo que una de las ciudades de la Comunidad de Madrid con mayor número de habitantes, casi 200.000, tiene ahora un alcalde gay del PP, y hay más, supongo que muchos más homosexuales y lesbianas en las filas de ese partido. Algunos, me atrevo a pronosticar, desfilarán mañana en la cabalgata del Orgullo. Luego pasarán los meses, no sabemos cuántos, habrá elecciones y el Tribunal Constitucional tendrá que decidir qué pasa con el matrimonio gay. Hay países que seguirán estando, diga lo que diga el Tribunal, peor que nosotros. En Ucrania se les apalea. En varios de los musulmanes, se les ajusticia. Aquí, de momento, solo se les pone un recurso.

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