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Columna
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Luces de Italia

Manuel Rivas

A todo Napoleón le llega su Waterpolo. Il Cavaliere debe estar meditando sobre la vigencia del sabio desliz popular. En un informe sobre Italia, en The Economist, todavía se preguntan si Berlusconi es el síntoma o la causa. Tiene cara de ser las dos cosas y muchas más. De metáfora, de sinécdoque, de aliteración, de elipsis e incluso de sinalefa. Es una característica de la Era de la Incertidumbre. A los jerarcas, en general, se les ha puesto un rostro bicéfalo de casualidad y causalidad, esa mezcla de asombro y mosqueo ante una realidad indócil. Lo hemos visto estos días en España. Esa rara unanimidad para intentar satanizar la protesta de los indignados con el estigma de kale borroka, confundiendo adrede el todo pacífico con un grupo aislado de huevones. Había un cierto regusto en la acusación: ¡Por fin los pillamos! Pero en ninguna cámara de representación se han debatido las demandas que atañen muy directamente a esta democracia anquilosada: limitación de mandatos, listas abiertas, financiación de partidos, blindaje a la corrupción y una auténtica ley de transparencia pública. En el ágora griego, el heraldo que abría la asamblea preguntaba: "¿Quién quiere tomar la palabra por la ciudad?". Aquí, la iniciativa legislativa popular ha sido siempre amputada. Tampoco nosotros queremos nucleares, pero se nos imponen. En medio de la penumbra europea, los referendos en Italia tienen el efecto de la reaparición de las luciérnagas. En un artículo premonitorio, a principios de los setenta, Pasolini denunció "la desaparición de las luciérnagas". La contaminación estaba acabando con ellas y eso tenía también un significado político. A propósito de fauna, en España ha aumentando mucho la presencia del jabalí. Unos campesinos me explican que el único método efectivo para ahuyentarlo de los campos de maíz es la colocación por la noche de aparatos de radio a todo volumen y a la hora de las tertulias. ¿De qué huirán los jabalíes?

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