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Columna
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Sí al valencià, no al gueto

Una de las últimas decisiones de Alejandro Font de Mora antes de abandonar la Conselleria d'Educació ha sido anunciar un proyecto de trilingüismo que cambia radicalmente el modelo de organización de la enseñanza basado en líneas (valenciano, castellano y algunas opciones intermedias). El proyecto pretende que los estudiantes valencianos acaben sus estudios siendo capaces, todos ellos, de dominar inglés, valenciano y castellano. Los colegios concertados y públicos quedarían obligados a ofrecer un tercio de sus asignaturas en cada idioma, aunque habría una serie de variables que, esencialmente, permitirían disminuir la presencia del inglés por una cuestión de disponibilidad de profesores capacitados. Como es sabido, el proyecto ha generado una reacción muy negativa en la oposición, que lo ha descalificado de raíz. Sin embargo, tiene notas francamente positivas. La primera de ellas es que el PP aleja de su tradicional visión de que los padres tienen derecho a determinar la lengua en que sus hijos han de estudiar. Se trata, sin duda, de una excelente noticia.

Un segundo elemento del proyecto que no se puede criticar es el que se refiere a los objetivos planteados. Garantizar que todos los estudiantes valencianos acaben sus estudios con un nivel de castellano y valenciano incuestionable y una cierta solvencia en inglés (en este caso es obvio que hay que ser prudentes y saber dónde están los límites) es un objetivo que todos los partidos políticos debieran compartir.

Sorprende mucho por este motivo que la reacción crítica con el proyecto de Font de Mora haya sido inicialmente un defensa a ultranza del sistema vigente. Las líneas en valenciano, que han cumplido un importante papel normalizador, suponen también un efecto gueto que no es positivo para la supervivencia del valenciano. No capacitan de manera solvente en valenciano a esa inmensa mayoría de estudiantes que sigue sin estudiar en esa lengua. Y condenan a la lengua propia de nuestro pueblo a la condición de anomalía exótica que algunos, los "raritos", estudian, pero de la que la gente "normal" pasa.

Lo criticable de la propuesta de Font de Mora, en contra de lo que parece por la reacción unánime de la oposición, no es ni la desaparición de la línea ni la aspiración de lograr un alto de nivel de competencia en tres lenguas. Conviene asumir ese planteamiento de base y en cambio, como inteligentemente ha hecho Escola Valenciana, cuestionar si el concreto reparto ideado por Educación es apto para lograr lo que ellos mismos dicen desear. Porque es obvio que la preponderancia del castellano en medios de comunicación, literatura, películas... hace que sea imprescindible que las horas de docencia en valenciano superen con mucho a las horas de docencia en castellano para conseguir, de verdad, una solvencia lingüística equivalente en ambas lenguas. Por no mencionar que sólo si la docencia en valenciano comporta la exigencia de usarlo en trabajos y exámenes se puede aspirar a que, tal y como se pretende, el modelo obligue a todos los estudiantes a adquirir el nivel requerido.

Bien estaría que centráramos todos los esfuerzos en lograr convencer al Gobierno del PP de que su modelo es perfectamente válido, pero con un reparto de los porcentajes muy diferente al propuesto. Al menos si se trata, de verdad, de conseguir que todos aprendan valenciano y castellano.

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