_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El proceso es el mensaje

La salida de Dominique Strauss-Kahn como jefe del Fondo Monetario Internacional ha supuesto para el G-20 de las economías avanzadas y emergentes una oportunidad y un desafío mientras rivalizan por seleccionar un nuevo dirigente. Es un momento de transición crítico porque las economías en ciernes que han permanecido eclipsadas durante la mayor parte de la existencia del FMI serán las que dominarán en un futuro no muy lejano. Por tanto, la apertura del proceso de selección para encontrar un nuevo director del FMI será clave no solo para la futura legitimidad de la institución, sino también para la noción misma de gestión económica mundial basada en la cooperación.

El FMI siempre ha tenido una enorme profundidad analítica. Gracias al prodigioso liderazgo de Strauss-Kahn, ha cobrado fuerza como una institución mejor capitalizada, más motivada y con un alto rendimiento. En el periodo posterior a la crisis, sus funciones se han ampliado para abarcar una mayor "vigilancia" de la salud económica de los países importantes para el sistema. Ha sido decisiva su transformación en un secretariado experto que presta sus servicios al G-20 mientras este se esfuerza por coordinar la política en un intento de lograr estabilidad, crecimiento y sostenibilidad en un mundo en el que aún se imponen los intereses nacionales.

Merece la pena hacer esto colectivamente y como es debido, en vez de cumplir un plazo arbitrario
Más información
¿Quién gobernará las finanzas mundiales?

Hay algunos candidatos de países avanzados y emergentes con experiencia y extraordinarias aptitudes en los aspectos político y de liderazgo. La macrogestión de las economías emergentes no solo ha mejorado con el tiempo, sino que es claramente excelente. Su óptima situación antes de la reciente crisis financiera, la eficaz respuesta en plena crisis y el control de los déficits fiscales y la deuda soberana después, por no mencionar el restablecimiento del crecimiento, respaldan esta opinión. La resistencia de estas economías durante el periodo posterior a la catástrofe financiera mundial de 2008-2009 es la envidia de los países avanzados.

Esta cantera puede proporcionar un dirigente de primera categoría si las negociaciones internacionales no desembocan en acuerdos que dejen los méritos en segundo lugar, como ha sucedido en el pasado en otros contextos. Esto debería evitarse.

Pero hay mucho más en juego que el hecho de terminar con uno de los varios candidatos perfectamente capaces. El proceso en sí tiene una importancia crítica. Los países avanzados necesitan a los emergentes como socios para gestionar la economía mundial ya mismo, no solo dentro de unos años cuando las tornas hayan cambiado. Una buena gobernanza ahora constituirá un ejemplo.

Impedir un proceso abierto en el que se tenga en cuenta a todos los candidatos altamente cualificados transmitirá un mensaje equivocado -y de hecho destructivo- a un grupo de países en desarrollo grandes y en rápido crecimiento cuya importancia para el sistema es notable y va en aumento.

Concretamente, Europa no debe hacer valer su tradicional prerrogativa "una vez más", porque el problema de la deuda soberana es un factor de riesgo considerable para la UE y la economía mundial. El campo de búsqueda tampoco debe restringirse a los candidatos de las economías emergentes simplemente porque "ahora son importantes para el sistema" o porque "quizá con retraso, es su turno". Ninguno es el mensaje adecuado. Ambas opciones impiden avanzar en la construcción de la capacidad de gestionar conjuntamente el equilibrio económico, el crecimiento y la equidad mundiales.

Los países del G-20, donde se encuentra la mayor parte de los votos del FMI, se enfrentan, por tanto, a un problema delicado. Aunque proyecten con toda la razón su creciente influencia, el mensaje que deben enviar es que los méritos importan más que el país de origen o el hecho de quién gane el debate del "derecho al cargo" en esta ocasión. Si la discusión se centra en lo segundo, nadie saldrá ganando en lo que respecta al programa más amplio de construir un gobierno mundial basado en la cooperación.

El nuevo director gerente del FMI se estrenaría en el cargo con la certeza y la sensación de que el apoyo y el entusiasmo de los interesados es desigual. Eso solo serviría para debilitar al nuevo líder y la institución.

Aquí el problema es el marco. La señal principal tiene que ser la calidad del proceso, no el resultado. En esencia, el proceso tiene que evaluar a los candidatos objetivamente en relación con una serie de criterios de tipo técnico y político. En las actuales circunstancias, sería legítimo que uno de estos criterios fuese el conocimiento del contexto europeo y la capacidad para trabajar en él. Pero es solo uno de ellos. Abordar firmemente, pero con realismo, los problemas fiscales y de deuda soberana similares que existen al otro lado del Atlántico es otro. Reequilibrar y restaurar la demanda mundial con consecuencias positivas para el crecimiento y la sostenibilidad, la regulación financiera eficaz y la coordinación de las políticas monetarias y de tipo de cambio en torno a un nuevo conjunto de principios todavía por desarrollar son otros. Sería un error centrarse exclusivamente en uno de ellos.

Las autoridades de algunos países han insinuado que merece la pena dedicar algún tiempo a hacer esto como es debido y colectivamente, en vez de cumplir un plazo arbitrario. Sin duda, es lo correcto. El FMI tiene suficiente profundidad técnica y fuerza de liderazgo para seguir adelante, incluso sin un nuevo director gerente en el cargo (en gran parte, debido al legado de Strauss-Kahn). No será fácil hacer que la calidad del proceso sea el mensaje, independientemente del resultado en cuanto a la nacionalidad. Pero merece la pena hacer el esfuerzo. Si llega a buen puerto, transmitirá el poderoso mensaje de que, al menos en algunos ámbitos, la gestión de la integración y la interdependencia mundiales no se ve arrollada por intereses nacionales, regionales o relacionados con el Estado de desarrollo.

Lo que se necesita es tiempo, y un proceso en el que intervengan todos los interesados del FMI, grandes y pequeños, y que desemboque en un consenso sobre el próximo dirigente que tenga unas bases razonablemente objetivas. No todo ese proceso puede o debe llevarse a cabo en público. La transparencia tiene sus límites. Pero al final, el resultado debería contar con un fuerte respaldo por parte de las economías avanzadas y emergentes. Esa será la señal de que el proceso ha funcionado. También será la sólida y crucial base de apoyo inicial para el nuevo líder del FMI.

Michael Spence recibió el Premio Nobel de Ciencias Económicas en 2001 y es asesor del 21st Century Council. ©Global ViewPoint. Traducción de News Clips.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_