La guerra de Libia
La Corte Penal Internacional (CPI) investiga un nuevo aspecto de la represión organizada por Muamar el Gadafi contra las revueltas populares: ordenar las violaciones masivas. Esta acusación no es nueva. Pero según Luis Moreno Ocampo, fiscal jefe de la Corte, se dispone de información que indica que "Gadafi mismo las autorizó para castigar a la población".
Misrata da la medida de hasta dónde puede llegar la locura de un dictador. Muamar el Gadafi no podía permitir que la ciudad más próspera de Libia, a 200 kilómetros al este de la capital, se uniera a la rebelión civil que desde febrero trata de acabar con 42 años de represión.
De apacibles maneras, el líder del principal partido de la oposición no tardó en ser bautizado como Gandhi por los turcos cuando relevó en 2010 al nacionalista Deniz Baykal al frente del Partido Republicano del Pueblo (CHP). El notable parecido de Kemal Kiliçdaroglu con el Mahatma indio y su discurso templado contribuyeron al acierto del apodo.
Miles de refugiados sirios siguen cruzando la frontera de Turquía. El Gobierno de Ankara contabilizaba ayer algo más de 2.400, acogidos en un campamento de la Media Luna Roja, pero muchos otros se instalaban directamente en casas de familiares: la provincia turca de Hatay fue desgajada de Siria en 1938 y numerosas familias quedaron divididas.
Lo más terrible no es que, en el transcurso de una hora, 21 cadáveres con signos de tortura fueran repartidos por la ciudad de Morelia, la capital del Estado de Michoacán. Ni que, a plena luz del día, dos hombres fueran ahorcados en un puente de Monterrey, la capital de Nuevo León.
El intercambio de fotos, más grotescas que obscenas, y de mensajes sexuales online no solo ha dejado en una situación insostenible a su autor, el congresista Anthony Weiner, sino que ha avergonzado a todo el Partido Demócrata y particularmente al matrimonio Clinton, al que se encuentra estrechamente unida la esposa traicionada, Huma Abedin.
El arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, revolucionó ayer la política británica con un feroz ataque al Gobierno de coalición de conservadores y liberales-demócratas y con críticas también a la pasividad de la oposición laborista. Williams cuestionó en particular la legitimidad de las reformas sanitaria y educativa.