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Columna
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La semana del jardín

La derrota del 22-M hizo saltar por los aires los equilibrios para designar mediante primarias al nuevo candidato del PSOE en las generales Al informar el pasado día 2 de abril que no competiría por un tercer mandato, Zapatero anunció también que agotaría la legislatura como presidente del Gobierno y velaría como secretario general del PSOE por la limpieza de las elecciones internas. El Comité Federal del PSOE había quedado encargado de fijar tras el 22-M la fecha del inicio de las primarias, cuya normativa exige a los participantes el aval del comité federal, de la mayoría de la comisión ejecutiva o las firmas del 10% de los 220.000 militantes del partido. Los candidatos pueden exponer sus propuestas en igualdad de condiciones con sus rivales durante un breve periodo de campaña; los votos de los afiliados socialistas designan por mayoría al ganador.

La magnitud de su derrota en las elecciones del 22-M obliga al PSOE a modificar el desarrollo de las primarias

Pero nada más concluir el recuento del 22-J los cielos se abrieron y empezaron a llover piedras: los miedos a una nueva estrepitosa derrota del PSOE en las generales descargaron con fuerza sobre las primarias. Cundió el temor a que las maniobras sucias entre los participantes transmitieran una imagen de división interna capaz de alejar a un sector del potencial electorado socialista. Las críticas a las primarias de los dirigentes más veteranos -entre otros Felipe González- y la apuesta a favor del procedimiento que encomienda al Congreso del PSOE la tarea de acumular sobre una misma persona la secretaría general del partido y la candidatura ganaron adeptos por los malos recuerdos de la bicefalia que enfrentó a Borrell con Almunia.

El lehendakari, Patxi López, propuso dos días después del 22-M cancelar las anunciadas primarias y convocar un congreso para debatir el programa electoral de las generales y para designar a un nuevo secretario general que fuese a la vez candidato a la presidencia del Gobierno. Un sorprendido Zapatero telefoneó el miércoles por la mañana a Patxi López para expresarle su desacuerdo; horas después daría una versión conciliadora del contenido de la charla, desautorizada de inmediato por el secretario de Organización de los socialistas vascos. El expresidente de Extremadura Rodríguez Ibarra descifró con pocos miramientos el sentido último de la propuesta de Patxi López: la eventual designación de Rubalcaba -cuyo nombre figuraba en todas las quinielas- por las primarias solo como candidato a La Moncloa, y no también como secretario general del PSOE por un Congreso, le condenaría a ser arrojado al cubo de la basura como un kleenex en caso de derrota electoral.

El jueves por la mañana la titular de la cartera de Defensa convocó a la disparada una conferencia de prensa en la sede del PSOE; con la emoción a flor de piel, una expresión corporal de tristeza dramática y la insinuación acusatoria de ser la víctima de una desleal conjura, la ministra reveló que había estado preparando en secreto y con dedicación su candidatura a las primarias desde febrero con pleno conocimiento de Zapatero. A juicio de Carmen Chacón, sin embargo, la ofensiva contra las primarias desatada tras el 22-M ponía en riesgo la unidad del partido, la autoridad de Zapatero como presidente y secretario general del partido e incluso la estabilidad política; esa peligrosa deriva le obligaba a reconsiderar su decisión y a esperar tiempos mejores para encabezar el PSOE. Dicho sea de paso, las primarias socialistas -de no mediar la dimisión de Chacón- se hubiesen dirimido pintorescamente entre el ministro de la policía y la ministra de los militares.

Además del handicap de haber sido adoptada como ahijada electoral por el director del diario El Mundo, célebre por el mal de ojo que suele proyectar sobre las causas que apadrina, la militancia socialdemócrata, la experiencia política, la capacidad oratoria y la preparación intelectual de Carmen Chacón no pueden competir con la ejecutoria de Rubalcaba. Su anunciado programa de renovación del zapaterismo no podrá ser valorado mientras siga encerrado en el arca del buen paño. Ni siquiera se pueden saber a ciencia cierta los rasgos de esa familia ideológica: cesados en su día Jordi Sevilla, Juan Fernando López Aguilar y Jesús Caldera por el presidente, las únicas figuras de la Nueva Vía que continúan en el Gobierno -además de Carmen Chacón- son pesos tan ligeros como Trinidad Jiménez y Leire Pajín.

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La reunión de Zapatero con los secretarios regionales del PSOE cerró el pasado viernes un acuerdo de compromiso sobre las primarias aprobado al día siguiente por el comité federal. A instancias del jefe del Ejecutivo, Rubalcaba recibió el aval del comité federal para ser candidato: aunque las primarias quedan salvadas formalmente, no habrá otros aspirantes, ni campaña, ni votación. En septiembre se celebrará una conferencia política para discutir el programa electoral: el congreso queda aplazado a la próxima legislatura.

La chistosa clasificación del prójimo en amigos, adversarios, enemigos y compañeros de partido fue inventada por el militante de una formación política. Seguramente la principal víctima de ese choque múltiple de ambiciones, celadas y contraataques ha sido Carme Chacón, sacrificada como un cordero pascual. Una de las mejores piezas de la formidable narrativa oral de Juan Benet relataba el aterrorizado encuentro en una sombría calle de Madrid de dos desconfiados viandantes que tiraban de pistola, el primero para pedir fuego y el segundo para encender con su mechero el pitillo ajeno. El antiguo mayordomo de la Casa de Alba que encaneció al hablar con la Muerte en un lujoso sanatorio suizo y el historiador de arte encerrado durante una noche en la catedral de Santa Sofía en Estambul rodeado de dogos hambrientos no tuvieron una escuela de recelo mejor que un partido en época de crisis.

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