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Seísmo mortal en Murcia

"Los dos niños estaban debajo de su madre muerta, no paraban de chillar"

Una mujer protegió con el cuerpo a sus hijos, rescatados por vecinos y policías

José Luis Amador tuvo suerte. El segundo temblor, de magnitud 5,2, que sumió a Lorca en el caos el pasado miércoles pilló a este camionero en la azotea de su casa, el número 2 de la calle Infante don Juan Manuel, en pleno barrio de La Viña, uno de los más afectados. El edificio, justo después del terremoto, "se tambaleaba", recuerda. "Tuve una décima de segundo para pensar. Salté de la azotea a una terraza del bloque contiguo. Fue así cómo logré salvarme". A su espalda vio que toda la construcción se venía abajo "como un acordeón". La azotea encima del segundo, y este encima del primero. Abajo, en la calle, una mujer de unos 30 años falleció bajo los escombros cuando caminaba junto a sus dos hijos. Consiguió salvar a los pequeños cubriéndolos con su propio cuerpo.

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En ese preciso momento, atacados por el pánico, José Manuel Lorca y su hijo se agarraban al marco de una puerta de su casa de la calle Talleres, tratando de seguir las normas más elementales de seguridad ante un seísmo. Cuando el suelo dejó de temblar bajaron a la calle para ponerse a salvo. A la salida del portal, justo a la derecha, a unos 50 metros se encontraba el edificio derrumbado de la calle Infante don Juan Manuel. "Se oían los gritos de niños, así que no lo pensé y me lancé a buscarlos". Él y otros cuatro vecinos de esa misma manzana improvisaron un pequeño dispositivo de salvamento al que luego se sumaron cuatro policías locales. Hicieron una cadena humana y empezaron a levantar escombros.

El paisaje era desolador. La cabeza de la mujer, la única parte visible de su cuerpo a simple vista, asomaba entre los cascotes. "Tardaríamos unos 15 minutos en sacarla, aunque, la verdad, era un momento tan intenso que no recuerdo bien el paso del tiempo, pudimos tardar mucho más". José Manuel explica que enseguida se dieron cuenta de que no podrían hacer nada. "Había muerto en el acto, seguro, porque cuando logramos sacarla tenía el vientre destrozado, lleno de sangre. Como no había nada que hacer, pensamos en auxiliar a otras víctimas, pero enseguida nos dimos cuenta de que los niños estaban justo debajo. No paraban de chillar". Así que siguieron adelante, sacaron su cuerpo y lo cubrieron con una de las cortinas de la casa. Quedó tirado en la acera.

Unos pocos escombros más y encontraron al primer niño, de unos tres años. "Estaba consciente, llorando, con una fuerte brecha en la cabeza y cortes en los pies, pero se encontraba bien". Un poco más abajo se hallaba el segundo, que solo tenía un golpe en la cabeza. Para entonces, dos ambulancias habían llegado hasta el lugar. "Gritamos de alegría al encontrarlos. No todos los días se salva a dos criaturas de una muerte segura", cuenta José Manuel.

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Pero el trabajo de esta cuadrilla de emergencia vecinal aún no había acabado. En la parte de arriba del edificio derrumbado se encontraban otros tres vecinos. Se trataba de un matrimonio mayor con un hijo dependiente, de unos 30 años. "Se salvaron porque vivían en la última planta. Sobre ellos habían caído muchos menos cascotes. Solo tenían encima unos cuantos bloques de cemento y placas de escayola", recuerda José Manuel, que cuenta que lograron salir por su propio pie.

Ayer, los vecinos no podían acercarse al edificio para tratar de salvar algunos enseres. La Policía Local acordonó el acceso mientras los soldados de la Unidad Militar de Emergencias trataban de despejar la calle, cubierta de bloques de ladrillo y yeso. Varias excavadoras del Ejército los recogían y cargaban en camiones ante la expectación de vecinos y las miradas de cientos de curiosos.

El daño, según José Luis Amador, el vecino que consiguió saltar por la azotea, podría haber sido mucho mayor. El inmueble, de dos pisos y un bajo y con 15 viviendas, se hallaba casi vacío. "La mayoría de la gente se había ido después del primer terremoto", recuerda el camionero. "Si no, ahora estaríamos hablando de una auténtica catástrofe". José Luis, que se ha trasladado a vivir con sus padres a una casa de campo, se pregunta ahora cómo un edificio tan bajo y construido hace solo nueve años es el único de todo el barrio que se ha venido abajo. "Solo hay que ver lo que ha quedado de la casa: cemento, arena, tabiques multiusos de 10 centímetros de ancho". "Tenemos que dar muchas gracias al constructor", ironiza el camionero. "Que le den muchos premios por su obra". Después se gira sobre un policía local. "Pero, vamos a ver, ¿cuándo narices vamos a poder pasar?".

Un bombero y varios vecinos, delante de los escombros a los que quedó reducido un edificio de la calle del Infante don Juan Manuel.
Un bombero y varios vecinos, delante de los escombros a los que quedó reducido un edificio de la calle del Infante don Juan Manuel.CLAUDIO ÁLVAREZ

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