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Libia apuntilla los fallos diplomáticos de la coalición

La anunciada renuncia de Guido Westerwelle se produjo antes de lo esperado. Las pocas frases de su aparición pública, a las seis de la tarde de un domingo, demostraron que se va por las presiones del partido. Desde que accedió a Exteriores en 2009 gracias al mejor resultado electoral de la historia del FDP, Westerwelle no ha sabido ganarse las simpatías de los votantes.

Primero lo ensombreció la estrella democristiana Karl-Theodor zu Guttenberg, que se pasó los 14 meses como ministro de Defensa viajando a regiones en crisis y fotografiándose allí con soldados alemanes. Guttenberg dimitió en marzo tras un chusco escándalo de plagio en su tesis doctoral. Westerwelle, cuya posición en el Gobierno se vio fortalecida por la renuncia, quiso apuntalar su perfil en Exteriores mediante la polémica abstención en el Consejo de Seguridad de la ONU en la votación sobre los ataques al régimen libio.

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Es cierto que los éxitos electorales del FDP de Westerwelle no tenían precedente. Como tampoco lo tenía la deserción alemana de sus compromisos con la OTAN y sus socios europeos, a los que abandonó en la lucha contra Gadafi. Para Merkel, el debilitamiento de Westerwelle es ambivalente: por una parte, es obvio que erosiona al Gobierno. Por otra, Westerwelle está pagando por desaguisados comunes y por decisiones conjuntas, de las que la democristiana Merkel se podrá desentender ahora más fácilmente.

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