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Columna
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Anacoretas en Madrid

Al contrario de lo que se piensa, en Madrid se puede llevar vida de anacoreta mejor que en una aldea perdida. Por algo el teatro de la Abadía es uno de los centros artísticos más importantes de la capital. Hay gente a la que se ve muy poco por la calle, por los bares, por saraos. Parece como que no existen, sobre todo desde que hay crisis, que impide a muchas personas alternar como en otros tiempos o simplemente tomar unas cañas: "Qué le habrá pasado al probe Manué; qué le habrá pasado que ya no viene". La situación no da para lujos. Los ciudadanos se quedan en casa, casi invisibles. Estos momentos esquivos son propicios para la existencia lejos del mundanal ruido, aunque solo sea porque no queda otro remedio.

No salgo mucho, pero esta semana fui a la Fnac a la presentación de La abadía de los crímenes, la nueva novela de Antonio Gómez Rufo. Nos traslada a la vida monacal del siglo XIII, en el monasterio pirenaico de San Benito. La monja navarra Constanza de la Cruz, junto con Jaime I de Aragón, desentraña múltiples asesinatos de jóvenes novicias ocurridos en ese monasterio, emulando a Guillermo de Baskerville, de El nombre de la rosa. Sin moverte de casa, Gómez Rufo te lleva hasta el medievo en un relato fulgurante de amor, ambición, lujuria y misterio. La novela se lee de un tirón.

También la leyó de un tirón la periodista Concha García Campoy, que presentó el acto de la Fnac. Concha, vecina de Madrid, también lleva vida de monja. Se levanta cada día a maitines, a las 3.30. A partir de ahí, toda su jornada es el benedictino "ora et labora". Es cenobita muy activa. No para.

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