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Columna
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El 'pringao'

En los programas de radio, el espacio reservado para las llamadas de los oyentes es mi favorito. Ya saben: es cuando la gente llama para dar su opinión, o para contar anécdotas relacionadas con el asunto del día, o solo para hacerse notar, que también hay bastantes de esos. Se aprende mucho escuchando esta sección. Hay historias muy grandes que se cuentan casi sin querer, como si fueran pequeñas. Y los oyentes son muy divertidos, de todos los tamaños y colores. De hecho, es sorprendentemente fácil reconocer el perfil de un oyente casi en cuanto llama: tenemos al intelectual redicho que elige siempre la palabra más complicada al hablar; al ama de casa que está muy nerviosa por llamar a la radio; al campechano saleroso que llama desde el trabajo; al oyente iracundo contra todo y contra todos... Perfiles muy diferentes, pero con una cosa en común que no falla: casi sin excepción todos empiezan su discurso con un "felicidades por vuestro programa". Qué cosa más curiosa. Solo por hacerme la original, creo que yo no lo diría.

El otro día, llamó un chico con un testimonio que me dejó cuajada. Este oyente en concreto parecía del grupo de los sensatos. Era dueño de un bar. Sonaba joven y cuerdo. Después de los saludos y las felicitaciones de rigor, explicó que en su bar recogía a menudo currículos de personas que buscaban trabajo y que hacía poco recurrió a esos currículos para cubrir una vacante de camarero que le había quedado. Cuál fue su sorpresa al encontrarse que, de cinco personas a las que llamó para ofrecerles el puesto, las cinco respondieron que sólo aceptarían el trabajo si les pagaba en negro.

El oyente en cuestión contaba su historia con pasmo. Él le explicó a los cinco aspirantes que de ninguna manera iba a tener trabajadores irregulares en su negocio, pero no consiguió convencerles. Ellos, lógicamente, estaban cobrando el paro y no tenían ninguna intención de renunciar a ese dinerito. A los cinco les parecía legítimo proteger esa fuente de ingresos y sumarle después el sueldo de camarero. "Si los políticos tienen pensiones de por vida, hacen y deshacen a su antojo con nuestro dinero y viven como Dios, ¿por qué voy a ser yo el tonto de turno que pringue?", se ve que argumentaban los aspirantes a camarero.

En este país, como en todos, nadie quiere ser el pringao de turno. Se está extendiendo peligrosamente lo de no ser honrado con el Estado, porque la gente siente que el Estado no es honrado con ellos. Craso error. En esta guerra rara, el que tiene todas las de perder no es el Estado -ojalá fuera así de facil-, sino el que agita la bandera blanca: el ciudadano honrado, que es el auténtico y genuino pringao.

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