_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Toros e intenciones

A estas alturas, es de suponer que el Partido Popular ya tiene preparados, además de un nuevo recurso ante el Tribunal Constitucional, toda clase de iniciativas parlamentarias tanto en el Congreso como en el Senado y, probablemente, una gran manifestación con final en Cibeles en defensa de los valores patrios arteramente mancillados. Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, por su parte, afila sin duda los argumentos para denunciar a don Alberto Oliart Saussol como separatista antiespañol que ha asestado un golpe alevoso e hipócrita a la fiesta nacional; sí, claro que mi buen amigo Oliart es extremeño de nacimiento y fue ministro -¡de Defensa!- con la UCD, pero ¿acaso no estudió en la Universidad de Barcelona? Pues ahí debió de contagiarse, que el nacionalismo catalán es como la lepra...

No he oído a Mayor Oreja decir que lo de RTVE sea "la expresión de la profunda crisis nacional que vive España"

Fuera del ámbito político, imagino a una legión de filósofos, escritores y otros intelectuales españoles -e incluso franceses- redactando febrilmente la marea de artículos con que van a inundar de inmediato las páginas de opinión de los diarios para combatir tamaña muestra de aldeanismo y poner en la picota a sus catetos responsables. En fin, calculo que es cuestión de días contemplar a piquetes de toreros y de aficionados a la tauromaquia concentrados permanentemente en los accesos a Torrespaña, con pancartas y silbatos, mostrando su rechazo a la dramática decisión que EL PAÍS anunciaba el pasado sábado: Radiotelevisión Española (RTVE) ha resuelto vetar de su programación las corridas de toros por considerarlas "violencia con animales" incompatible con las normas que rigen su horario de protección de menores.

Permítanme una aclaración: no es mi propósito tomar parte en el debate (ya sea este moral, estético o metafísico) entre taurinos y antitaurinos, una polémica que me resulta más bien indiferente y fatigosa. Pretendo solo hacer un pequeño análisis comparativo sobre las reacciones políticas, sociales y mediáticas ante dos decisiones cercanas en el tiempo y semejantes en el contenido: la votación del Parlamento catalán que, el pasado mes de julio, abolió las corridas en esta comunidad, y el acuerdo reciente del vértice de RTVE de eliminar de su parrilla los festejos taurinos. Decisiones semejantes, sí, con un par de matices: la primera fue tomada por la mayoría democrática de una asamblea salida de las urnas, y afecta a las pocas decenas de miles de espectadores que la Monumental sumaba a lo largo de toda una temporada; la segunda es obra de los gestores designados de un ente público, y afecta potencialmente a millones de telespectadores.

Sin embargo, a pesar de las diferencias de legitimidad y de impacto entre uno y otro veto, no he oído al eurodiputado Jaime Mayor Oreja decir que lo de RTVE sea "la expresión de la profunda crisis nacional que vive España", ni a la presidenta madrileña Esperanza Aguirre calificarlo de "medida casposa y liberticida", ni a Alicia Sánchez-Camacho hablar de "un día triste para España", como sí hicieron literalmente el pasado verano. Tampoco he leído en los medios de la ultraderecha capitalina que Radiotelevisión Española se halle sometida -así lo afirmaron de Cataluña a raíz de la prohibición de las corridas- a un "régimen totalitario". Menos aún he escuchado a toreros del renombre de Enrique Ponce, Curro Romero o el Juli repetir contra el presidente de RTVE, Alberto Oliart, cuanto aseguraron en julio de 2010 a propósito de la ley antitaurina catalana: que era "un ataque a España", "un atropello" movido por "intereses políticos separatistas".

Así, pues, ¿hay dos raseros, dos varas de medir? Peor aún. Lustros de intoxicación goebbelsiana a cargo de la derecha y de inhibición o complicidad por parte de la izquierda han creado en España un espeso clima de prejuicio que convierte cualquier noticia política procedente de Cataluña en síntoma del separatismo que aquí se incuba. A base de repetirlo, podría convertirse en un caso modélico de profecía autocumplida.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_