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Entrevista:ENTREVISTA

Elvis Costello "Cada canción debe encerrar su misterio"

Jesús Ruiz Mantilla

Elvis Costello jamás quiso ser una estrella del rock. Tan solo un decente hacedor de canciones. Un músico de la legua. Un hombre libre. No buscó grandes públicos, ni seducciones masivas, ni números uno en las listas. Pero ha conseguido mucho más. Hoy no hay figura de dos o tres generaciones que no se haya fijado en su trabajo. Es todo un referente de la cultura pop.

Con el apellido italiano robado por coquetería a su bisabuela, Costello responde en su pasaporte al nombre de Declan Patrick MacManus, descendiente de irlandeses. Hoy es un anglosajón poco apegado a las raíces. Nacido en Londres en 1954, vecino en su infancia de Liverpool, actual habitante de Canadá, del frío Vancouver, donde vive con su esposa, la diva del jazz Diana Krall, y con sus gemelos.

"El fÚtbol hoy Recuerda a la burbuja que vivió la música en los ochenta"
"No seamos apocalípticos. disfrutemos de lo que nos brinda internet"
"Hemos confiado demasiado en gente que no se enteraba de nada"

También con su colección de guitarras y su mirada al mundo. La que le ha hecho lanzar una crónica negra del caos que nos rodea a nivel mundial llamado National ransom. En este nuevo disco, una especie de suma de todos los estilos donde Costello ha bebido antes, el músico ha venido a señalar y a expiar culpas conjuntas, a reírse y a lamentarse, a penar y aullar penas colectivas y a regocijarse con una música compleja y certera, rica y muy personal.

Alejado de la parafernalia de las grandes estrellas, buscó siempre su sitio. Cuando el punk asolaba Londres entre pelos de punta, agujas e imperdibles, vómitos y catarsis nihilistas que naufragaban entre las drogas y el alcohol, Costello se presentó ante el mundo con corbata y gafas de pasta. Igual que ahora, con cierto aspecto de rockabillie repelente, pero ganas de hacerse un sitio entre los intelectuales del negocio.

Mientras muchos cayeron por el camino, él ha perseverado y cuenta ya 36 discos a las espaldas. Puede que esté ya componiendo los últimos. Es muy consciente. La nueva era puede tragárselo todo. Lo primero, el negocio de la música. Pero a Costello le da igual. Está dispuesto a componer una canción al día y vivir de su ración de música en la Red o en las pequeñas salas donde todavía le queden admiradores dispuestos a pagar entrada. Como un camaleón o un superviviente, sigue demostrando una increíble capacidad de adaptarse a los tiempos. Aunque sean tan duros y necesiten un urgente rescate, como estos.

Este último disco suyo es una especie de enciclopedia de la música popular. Un resumen de todos los estilos en los que ha buceado, desde Kurt Weill hasta los ecos modernos de Tom Waits. ¿De dónde bebe? No pienso en estilos cuando compongo una canción. Agarro lo primero que viene y lo desarrollo en la forma que conviene a cada historia. Obviamente he recorrido un largo camino, sobre todo en los últimos 15 años. A veces buscas sonidos específicos para montar una composición. En esta ocasión he decidido adaptar la música conveniente para cada historia. La suerte que además he tenido es que he podido contar con dos grupos para perfeccionarlo todo.

Eso ayuda. Son músicos muy compenetrados y entregados a la concepción que da el autor de las canciones. Nos llevamos tan bien que no necesitamos ni hablar para entendernos después de 25 años trabajando juntos. Así que si tienes los mejores músicos, te desinhibes y te concentras más allá de la razón.

Racionalizar las canciones no debe de ser buena cosa. ¿Es mejor dejarse llevar por los impulsos? No planeo nada. No busco temas que den coherencia a un disco; cuando me preguntan cuál es el motor, respondo que es la acumulación de todo lo que se me ocurre, no algo en lo que has pensado previamente y luego haces que se relacione con esa idea. National ransom es una especie de cómic negro de rock and roll sobre el momento en que vivimos, esta situación caótica y que nos produce tanta ira. Pero sin embargo, la siguiente canción que sigue es un retrato muy íntimo sobre un hombre mágico que se encuentra en mitad de un espejismo. Me inspiraba tonos de los años veinte. Así voy buscando contrastes, hondos y juguetones. No todo tiene que ser serio y profundo.

Quite, quite. No, además se da la curiosidad de que cuando te encuentras componiendo una canción como The stations of the cross puedes divertirte, disfrutar. No conviene que sufras porque debes estar pendiente de que funcione bien, que sea poderoso el resultado. Te asusta el momento en que lo grabas y lo interpretas porque temes no transmitir toda la fuerza necesaria.

¿Plena concentración es lo que requiere? Absoluta, al detalle y poco tiempo de grabación, como este disco. Eso da mucha confianza. En 11 días lo hicimos. Parecía un diálogo de jazz, aunque no lo era.

¿Por qué 'National ransom' y no 'International ransom'? ¿Cuál debe ser la dimensión de nuestro rescate? Porque supongo que en cualquier parte del mundo en la que te encuentras te crees el centro. También podría ser Personal ransom. El caso es que hemos confiado demasiado en gente que creíamos que tenía las respuestas y no se enteraban de nada. Que lo único que buscaban era nuestra confianza y nuestra entrega para forrarse. Todo eso produjo una enorme inestabilidad y reacciones en cadena y también nos hizo preguntarnos qué sentido tiene todo lo que poseemos, todo lo que deseamos. También nosotros somos responsables de lo que ha ocurrido.

Alguien se lo ha llevado crudo. ¿Quién? Por eso se nos ocurrió también ese dibujo del banquero zorro que escapa con el dinero, ese es el elemento. Pero no es cuestión solo de dinero, ¿o sí?

Primero se llevaron la pasta y después otras cosas: sueños, dignidades, moral, sentido del humor. Si vendes secretos nucleares a una nación enemiga, a eso se le llama traición, ¿no? Si haces lo mismo en el mundo de las finanzas, no te ocurre nada. Es paradójico. Por cosas más ligeras te quemaban en la Edad Media. Proponían una especie de brujería, alquimia financiera. Y caímos. Somos responsables también. Cuando alguien roba un limón o una naranja, lo paga. Nosotros en el mundo rico tampoco nos estábamos preguntando quién en realidad pagaba la cuenta de nuestras comodidades. Nos creemos que el colonialismo ha desaparecido y simplemente se ha transformado en otra cosa. No es asunto de buenos y malos, es más complicado.

¿Nos lo hemos merecido? En parte, pero no quisiera dar una impresión desesperada.

No creo que la solución esté en el Tea Party. ¿Y usted? A mí eso de divinizar el futuro… Esa actitud da miedo. Pero no voy a denunciar eso en mis canciones. No creo en la música que se mueve a base de lemas, lo bonito es explorar contradicciones, diferentes puntos de vista. No debemos simplificar nada en eslóganes. Se habla mucho y se piensa poco.

Eso que usted es un maestro de la narración en sus canciones. ¿Cuál es la pieza perfecta? ¿La que mezcla una historia con algo de poesía? Cada canción tiene su sentido, su utilidad, su lugar, no las hay inferiores o superiores, tampoco cambian nada. En mi caso son una forma de expresión. Si algo me conmueve o me toca, lo expreso y tengo la suerte de que hay gente que me escucha y se identifica con ello e incluso les ayuda a entender qué les pasa. El hecho de cómo las canciones ayudan a la gente es más sencillo, nada que ver con la ambición de llevarle las respuestas a nadie.

¿No busca la canción perfecta? No, no la busco. No preconcibo nada. Lo hago y punto. Escribo y acabo reuniéndolo todo en un disco. Tampoco pretendo que se escuchen con un sentido unitario, que cada uno elija lo que le gusta. La música nunca deja de hacerse y tampoco mi obra busca una unidad, una coherencia. Cada vez que las interpreto varían, cambian y ofrecen compañía a la gente con otros matices. Ni siquiera pretendo que se entiendan al cien por cien. Creo que cada canción debe encerrar su misterio.

¿Dar pinceladas, pintar, más que escribir? Algo así. Seguir impulsos que queden dentro, quizá para huir de esa necesidad de comunicación directa que obsesiona a todo el mundo ahora. También de las polarizaciones.

Blanco o negro. O eres un genio o das asco. Tampoco es eso. Es absurdo. No todo puede ser entendido a la tremenda. Eso es mentira. Lo más sencillo puede ser fundamental, sobre esa línea trabajo. Todavía, aunque no sabemos dónde acabaremos. Puede que este sea el último disco que haga porque para el momento en que tenga otro preparado la discográfica no exista. El negocio se está transformando tan rápido que puede pasar. Hay una obsesión por vender canciones de saldo.

Puede que acabe escribiendo una canción al día y la lance por Internet. Consumo. A lo mejor hasta me gusta. No tendrá el sentido comercial que tiene ahora, que es mínimo. Sería divertido, como hacer pan. La canción del día. No importa, no pasa nada. En vez de mostrarnos apocalípticos sobre lo que venga, disfrutemos las posibilidades que se nos abren. No lo vivamos con cinismo, seamos positivos, ya hay demasiadas cosas de qué quejarnos.

Es la vida. Soy optimista, no creo que la historia se cierre ante mí. No ambiciono grandeza. No necesito que me adore todo el mundo para que venga a mis conciertos, solo el público necesario para seguir adelante. No tengo por qué vender mucho, ni un disco más a la larga para que la gente que lo desea de verdad acuda a verme.

¿No le corroe la ansiedad? ¿No siente la presión de las grandes estrellas del pop o el rock? En absoluto. He visto esas obsesiones en otras personas y no las quiero para mí. He vivido intensamente. He sido desgraciado y feliz.

Ahora es padre de gemelos. ¿Satisfecho y entregado? Claro, esa experiencia da un profundo sentido a todo. Incluso a costa de los agobios que pueda tener cualquier padre. Es lo más importante, mucho más que cualquier cosa que haga. Lo que me perdí con mi hijo mayor, a quien no atendí suficiente porque estaba demasiado pendiente de consolidar mi carrera y me arrepiento, no pienso volver a repetirlo. Es lo que tocaba. Pero no pienso volver a repetirlo. Hay mucha gente que se pierde esas alegrías en la vida cotidiana porque está absorbida por su trabajo. Yo también tengo un trabajo, una casa, soy afortunado, pero puedo además compatibilizarlo.

Cuando recuerda ahora a aquel chico que se apostó a cantar en la calle para conseguir un contrato con la CBS, ¿cómo lo ve? En cada momento he actuado como creía que debía. Lo que hacía tenía su valor. Entonces buscaba una oportunidad para grabar. Tampoco te daban tanto. Solo te adelantaban tu propio dinero para hacer un disco. Era una apuesta. Yo solo quería grabar a ver qué pasaba. En ese sentido, como tampoco he sido un artista mayoritario, arriesgaban poco. Por supuesto que gané mi dinero, pero quise centrarme en forjar una carrera noble y eso es poco compatible con el negocio. Porque esa ansia de superación o de nivel artístico les produce poca confianza. Pero lo que no tiene gracia en este negocio es repetirse, ¿no cree? Hay que romper los lazos para crecer.

Pero usted siempre ha sido un 'outsider'. Cuando apareció en el ambiente punk londinense se presentó con corbata. Eso era personalidad y lo demás tonterías. Puede. Es lo que quería, no se trataba de hacerse famoso. La fama es un accidente que acompaña todo. Yo quería escribir e interpretar canciones. Tocar y viajar, como mi abuelo, mi padre.

¿Dónde siente que encaja en este mundo? Este es mi pequeño retrato de usted: un irlandés nacido en Londres que conoce a la perfección la música de Estados Unidos y vive en Canadá. El perfecto anglosajón. No me había puesto a pensar así en ello. La libertad que me da la música borra cada línea de lo que pone en mi pasaporte. Pero la verdad es que nunca he pertenecido a los lugares donde he vivido. Liverpool no es exactamente Inglaterra, nací en Londres, me fui a Dublín, pero tampoco éramos realmente irlandeses porque mis padres provenían de Irlanda del Norte. La nacionalidad, la pertenencia a un país, no es importante para mí. Es el lugar en el que te sientes bien en cada momento de tu vida y eso puede ser una noche agradable o la compañía de tus amigos, incluso extraños. Ahora mismo, para mí, ese lugar en el que me siento a gusto es Vancouver y Nueva York. Cuando estoy lejos, la tecnología me lo acerca. Tampoco sé dónde acabaremos. Depende de qué quieran hacer los niños cuando crezcan.

¿Cuál es exactamente el problema entre usted y los ingleses? No ha sido muy fino con ellos algunas veces. Son exageraciones de los periodistas, no entienden ciertas cosas y me cuelgan el letrero de que odio Inglaterra. Pero no es así. Me fui una vez para Irlanda a vivir, cierto, pero no por odio.

Llegó a decir que le daban vergüenza los ingleses en la época de Thatcher. Bueno, fue una etapa en la que me sentía completamente ajeno a la política de ese país y creí en la necesidad de oponerme, pero no porque no me gustara. Vengo a menudo, mi familia vive ahí y el poco tiempo que estoy lo disfruto.

Al menos uno se siente un poco del lugar donde juega su equipo de fútbol, y el suyo es el Liverpool. Bueno… Me aclaman allí cuando toco bien. Pero si meto la pata, dicen que soy del Sur.

¿Qué es el fútbol para usted? Un juego más que un fenómeno. Lo sigo desde 1962, a los jugadores que he admirado siempre, no a esa especie de superhombres de ahora. Es increíble en lo que se han convertido. Y me admira que este mundo subsista al mismo nivel que hace nada cuando todo lo demás se desmorona alrededor. También la pasión y la locura que sigue causando. No sabría explicar por qué.

Puede que se explique por lo feliz que hace a la gente. Puede ser. Pero no justifica las cifras porque tampoco es 100 veces mejor de lo que era en el pasado. Me resulta un poco irreal y absurdo. Me recuerda a la burbuja y al mundo ideal que vivió el negocio de la música en los ochenta: cortes de pelo horribles, música mala y cifras astronómicas para apoyar naderías que duraban dos segundos, con algunas excepciones. Me da que todo eso va a acabar mal.

¿Cree que tendrán su castigo, entonces? Seguro.

Era su padre quien le llevaba al fútbol, ¿no? Sí, y no teníamos equipo fijo. Pero una vez vi ganar al Liverpool 5-2 y me quedé con ellos. Cuando eres niño te apuntas al caballo ganador.

También su padre le regalaba discos. Mi padre y mi madre. Ella vendía música y debía conocerlos bien para recomendarlos en la tienda. Aprendía mucho y debía formarse un criterio. Los discos entonces eran artículos de lujo y debían venderse a conciencia. Mi padre era músico de jazz y como tal debía buscarse mucho su medio de supervivencia. Además de tocar la trompeta, se dedicó a cantar en todo tipo de clubes y a grabar desde anuncios hasta lo que fuera. La música me rodeaba, además mi padre debía escuchar grupos de la época para interpretar sus canciones, desde The Beatles hasta The Kinks o Small Faces.

¿Con eso creció? Más o menos, entre eso y la sabiduría de mi madre, entre Sinatra, Nat King Cole, músicos de jazz.

Así que desde niño supo apreciar el buen estilo a la hora de cantar, las buenas voces. Usted sabe cantar. ¿Cree que otros artistas de su estilo no le han dado al canto la importancia que se merece? Técnicamente no me considero buen cantante. Lo que sí tengo es mi propio sentido del ritmo y el tempo a la hora de cantar. A veces me critican que meto demasiadas letras en mis canciones, pero es porque sé hacerlas funcionar así, con una especie de sentido teatral y dramático. Son cosas instintivas.

Bueno, pero todas esas horas escuchando desde niño esa música le habrán conformado un gusto. Todo el jazz y la música clásica a la que acudía de niño también. Me llamaba la atención el misterio, y cuando me he hecho mayor he ido comprendiendo mejor su significado. Esa dimensión diferente a la escala que dan las canciones.

¿Fue en esa época cuando empezó a tocar la guitarra? Una guitarra en su mano adquiere una dimensión de orquesta sinfónica. Así como puedo perderme en sonidos, en este último disco quise que casara bien la voz con la guitarra. Fue instintivo, pero al darme cuenta lo trabajé, lo perfeccioné. Después de 33 años descubro y busco esos efectos nuevos. Cada canción necesitaba una guitarra distinta. 

Elvis Costello, músico.
Elvis Costello, músico.JAMES O'MARA

El chico que irrumpió con corbata en el punk

Elvis Costello (Londres, 1954) pertenece a la segunda gran ola de la cultura pop. Irrumpió en el panorama punk y 'new wave' del Londres setentero, pero con una personalidad muy marcada y un sentido musical profundo y ajeno a la improvisación o a la inconsciente ignorancia imperantes, bastante creativa, por otra parte, en varios casos como The Sex Pistols.

Venía de familia musical

Su padre tocaba en bandas de jazz y en clubes, y su madre vendía discos en una época en la que no estaban de saldo y había que conocer a fondo el género. Su primer disco, My aim is true, fue firmado en solitario. Pero en los siguientes contó con la colaboración de su primer grupo: The Atractions. Le han seguido The Imposters y diferentes experiencias con otros músicos, incluso del espectro clásico, como Anne-Sofie von Otter o el cuarteto Brodsky. En 2003 se casó con Diana Krall. Tienen dos hijos gemelos.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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