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Tribuna:EN PRIMERA PERSONA
Tribuna
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Lo que no pudo ser

Creo que fue en 2008 cuando conocí a Juan Carlos. Minero e hijo de minero, trabajó durante algún tiempo en una de las cuencas mineras que hay al norte de la provincia de León. Fuerte, bonachón y dotado de un gran sentido del humor, llegaba a casa después del trabajo cantando y con la radio del coche a todo meter. La música era su gran pasión.

Por aquel entonces disponía de algún tiempo libre y pensé en colaborar con alguna ONG. La Asociación Española contra el Cáncer (Aecc) me pareció una buena opción. Un día, la coordinadora de voluntariado me habló de un joven al que habían diagnosticado un tumor cerebral maligno. Según los médicos, a Juan Carlos le quedaban unos cuatro meses de vida. Sonia creyó que haría buenas migas con él si lo fuera a visitar de vez en cuando. Además, compartir un rato con alguien que no fuera de su familia rompería un poco su penosa y sufrida rutina. Acepté.

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Quiero morir en casa. ¿Puedo?

No sabía qué iba a hacer. Juan Carlos estaba ciego y casi inmóvil en la cama, pero tenía algo a mi favor: en los últimos 35 años me había dedicado profesionalmente a la música, y la música era la pasión de Juan Carlos.

Una vez a la semana iba a verlo, llevaba mi ordenador portátil con un montón de canciones de los grupos y cantantes que más le gustaban. Mientras otra compañera voluntaria acompañaba a su madre a dar un paseo, yo me quedaba con él en su casa. A veces hacíamos concursos de preguntas y respuestas sobre temas diversos, pero sobre todo de música, claro. Sabía todo lo que se puede saber sobre el pop español, ahí siempre ganaba.

Durante más de un año, en el que estuvo saliendo y entrando del hospital, mi amigo disfrutaba con nuestras conversaciones y yo con sus enseñanzas. Quería morir en casa, su familia quería que muriese en casa, pero al final, sus condiciones físicas, le impidieron cumplir su deseo. Murió en un hospital.

La vida es una paradoja y da muchas sorpresas. Yo pretendía enriquecer lo poco que a Juan Carlos le quedaba de vida. Lo que al final resultó fue que el enriquecido fui yo. Él me enseñó a tener sentido del humor cuando uno está realmente hecho polvo. Me enseñó a cantar cuando sabes que ya te quedan pocas canciones que ofrecer. Juan Carlos me enseñó a valorar un plato de macarrones con tomate y a esconder en sus entrañas cualquier cosa que a su madre le pudiera hacer pasar la noche en vela.

¡Qué suerte tengo de haber conocido a tan gran ser humano!

Santiago Piñel es voluntario de la Asociación Española Contra el Cáncer.

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