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Columna
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Lo social

En consonancia con la progresiva subordinación de la sociedad civil a los estados, el adjetivo "social" había emprendido en Europa una deriva semántica. Lo social ya no formaba parte de la vida privada de las personas; lo social no representaba la soberanía de los seres humanos frente a impuestos, policías o reglamentaciones; lo social, paradójicamente, ya no era patrimonio de la sociedad: se había apropiado de lo social el poder público. Partiendo de la hipótesis, nunca demostrada, de que la autoridad puede realmente dirigir la realidad, lo social ya no retrataba necesidades, impulsos y deseos de personas concretas, sino que daba a lo público cobertura terminológica y moral. Era una radical contradicción: si el poder público se diferenciaba de la sociedad, lo público debería diferenciarse de lo social. Pero una especie de perversa aspiradora gubernativa había succionado la palabra, privándola de su sentido original. Los sindicatos favorecían ese proceso, toda vez que convertir en públicos más y más espacios privados acrecentaba su influencia. De ese modo, lo social permitió encontrar un caudal inagotable de nuevas vías para limitar aún más la autonomía individual.

Pero la revolución que ha supuesto el universo digital se acompaña de un paso de gigante en la conquista de nuevos espacios de libertad para ideas y conductas. El mismo concepto de "redes sociales" supone recuperar ese adjetivo para la sociedad. Gracias a las redes sociales, lo social vuelve por donde solía. Se ha creado un nuevo espacio, de dimensiones incalculables, que escapa a las estructuras públicas, un vasto universo donde la gente actúa a su libre albedrío. En la red la gente se desenvuelve con una libertad asombrosa, opinando, discutiendo, relacionándose, compartiendo afinidades, articulando nueva agrupaciones, o troceando el mercado en un abanico de intereses políticos, religiosos, artísticos o mercantiles cada vez más diverso. No solo se han convertido en una muralla frente a la pretensión del poder público de controlarlo todo, sino que también ha supuesto la saludable recuperación de una palabra que llevaba camino de convertirse en maldita. Lo social se sacude el monopolio de organizaciones burocratizadas y vuelve al patrimonio vasto, diversos, inclasificable y fecundo de la gente.

Eso es lo que representan hoy las redes sociales. En las redes sociales, como en todos los espacios, hay que aprender a vivir, nunca mejor dicho, en sociedad. Y vivir en sociedad no es vivir en la selva. Ni los delitos ni el abuso de la infancia tienen lugar en la vida social: garantizar ese principio es exactamente la función que corresponde al poder público, eso y no imponer la ideología de quienes lo detentan. Y es esperanzador que quienes se encuentran en la vanguardia de esta insubordinación afloran precisamente allá donde más duele: las nuevas generaciones.

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