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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Dino de Laurentiis, tiburón y delfín de la historia del cine

El productor italiano firmó obras maestras del neorrealismo como 'Arroz amargo' y filmes memorables como 'Serpico'

"È un fenomeno". La frase, del diseñador italiano Roberto Cavalli, definía a la perfección a su amigo Agostino de Laurentiis (1919, Campania, Italia). Cavalli, que le hizo el vestuario para una de sus últimas películas, Aprendiz de caballero, se plantó en el rodaje de esta en 2007 en Bracciano, cerca de Roma, para hacerle compañía al viejo productor, ayer desaparecido a los 91 años. Cuando algún periodista se acercaba al modisto para preguntarle el porqué de su presencia allí este contestaba alzando las manos y juntando los dedos con las palmas hacía arriba, un modo muy italiano de decir: "¿qué clase de pregunta es esa?".

En realidad, Cavalli solo mostraba la clase de fidelidad que provoca un tipo como De Laurentiis, tiburón para unos, delfín para otros, siempre con un ojo mirando al frente y dos oteando en la nuca, sabedor de que los cuchillos solo se esquivan si uno los ve venir.

Trabajó con Roberto Rossellini, Federico Fellini, Milos Forman y David Lynch

De Laurentiis empezó en esto del cine como tramoyista, aunque cuando convenía era soldador, fontanero o chico de los cafés. Con eso y una oreja capaz de escuchar 12 conversaciones a un tiempo no tardó mucho en establecerse como alguien en quien confiar, alguien "que sabía". Sus 30 años coincidieron con la revolución neorrealista que recorría Italia al estilo de un vendaval. De Laurentiis se las apañó para estar allí, al lado de alguien tan mítico como Carlo Ponti, y trasteó con tipos como Roberto Rossellini y el propio Federico Fellini. Produjo La strada para este último y Arroz amargo para Giuseppe de Santi. En esta conoció a su primera mujer, la ondulada actriz Silvana Mangano, que le daría cuatro hijos y de la que únicamente se separó 40 años después, cuando Mangano murió, en Madrid, el día 16 de diciembre de 1989, aquejada de un cáncer.

Por aquel entonces el nombre De Laurentiis ya era conocido en Europa y en Estados Unidos. Al país de los sueños llegó Dino cuando su apuesta por unos grandes estudios de cine en el corazón de Roma -la conocida como Dinocitta- se dio de narices con el muro de la bancarrota y le obligo a emigrar con una mano delante y otra detrás.

A pesar de todo, le bastó con eso para producir películas tan memorables como Serpico (Sidney Lumet, 1973), Ragtime (Milos Forman, 1981), Conan el Bárbaro (John Millius, 1982), Manhattan Sur (Michael Cimino, 1985) o El ejército de las tinieblas (Sam Raimi, 1992). En su currículo también sacaban la cabeza títulos como Los tres días del cóndor (1975), Flash Gordon (1980), La zona muerta (1983) o Dune (1984). Precisamente con esta última, adaptación de la saga de ciencia-ficción de Frank Herbert, se fraguó la leyenda del De Laurentiis mandón, amante de las broncas y bregado en el "no" y el "ya veremos".

Por el proyecto pasaron -que se sepa- nombres como los de David Cronenberg o Ridley Scott, que viajaban al encuentro del productor, se encontraban con un tipo que fumaba puros del tamaño de un 747 y que les miraba como si fuera a convertirles en sus esclavos en cuestión de segundos. Los dos dijeron que no y huyeron como alma que lleva el diablo. El tercero que acudió fue un hombre que creía tener una relación directa y sincera con el boxeador sin guantes, David Lynch. Lynch aceptó el encargo y lo siguiente que supo es que era propiedad de De Laurentiis.

Dune se estrenó, fue un fracaso total y el director -aún hoy- sigue renegando del puro, de la película y De Laurentiis. En cierto modo podría decirse que aquel señor bajito, hijo de una familia dedicada al negocio de la pasta (la tradicional, se entiende) y con mala uva, siempre fue un maniático del control y de las cosas hechas a su manera. Solo así se explica que después de tamaño descalabro el italiano fuera capaz de seguir como si tal cosa. De hecho, siguió produciendo hasta el final, esta vez con la ayuda de su segunda esposa, Martha de Laurentiis, quien entendía los designios de su marido con el rabillo del ojo. El recuerdo de aquellos últimos rodajes con las sillas de ambos flanqueando las del realizador de cualquiera de sus proyectos, vigilando su inversión como un halcón a su presa, es el mejor homenaje a la figura de un hombre que vivió como le dio la gana y que nunca se bajó del burro. No es poco para un señor italiano y con barba que se pasó los últimos 40 años de su vida guerreando en las trincheras de Hollywood.

De Laurentiis, con los <i>oscars </i>que ganó con Carlo Ponti por <i>La strada.</i>
De Laurentiis, con los oscars que ganó con Carlo Ponti por La strada.AFP

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