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La visita de Benedicto XVI
Columna
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El carabinero de Dios

Francesc Valls

Anoche las dependencias del Palacio arzobispal de Barcelona albergaron a Benedicto XVI. Hoy utilizará el catalán durante la celebración de la misa en la Sagrada Familia. Todo un gesto de reconocimiento de la nación catalana -afirman los exegetas- y algo que, cierto es, nunca se había logrado de Juan Pablo II, a quien Jordi Pujol intentó en vano convertir. Fue una larga y fracasada catequesis catalanista que comenzó con el obsequio de una Gran Enciclopèdia, así que llegó a la presidencia de la Generalitat. Todo terminó con la capitulación de un Pujol que se declaró miembro del "ejército derrotado de Montini" (Pablo VI). Pues bien, una parte de la ciudadanía se dará por satisfecha con la buena disposición hacia el catalán y Cataluña que hermeneutas de postín aseguran que exhibirá el pontífice bávaro. El temor es que la idolatría hacia lo catalán oculte la dureza de unas palabras que cierren a cal y canto los ojos a esa realidad que la jerarquía vaticana tiende a sustituir por el culto al dogma.

Las memorias del Papa no incluyen sus impresiones sobre los 24 años que pasó como carabinero de la Iglesia católica
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Dejar la huella de Benedicto XVI a merced del reduccionismo lingüístico es un ejercicio de simplificación. Estamos ante un más que notable intelectual, experto en san Agustín y san Buenaventura, que lidera la jerarquía de la confesión católica. El conocimiento de la teología tradicional y neoescolástica del papa Ratzinger lo ha mantenido en el paradigma medieval. Como sostiene su ex colega de Tubinga Hans Küng, Joseph Ratzinger ha sido incapaz de evolucionar hacia el paradigma posmoderno: en dogmática es helenista y en gobierno es romanista católico, en el sentido de promover una Iglesia medieval.

Benedicto XVI tiene unas interesantes memorias, escritas en 1998, pero que se interrumpen en 1977, justo cuando se produce su ingreso en la jerarquía vaticana. Nada sabemos de sus impresiones en ese periodo de 24 años en el Palazzo del Sant' Uffizio en los actuó de carabinero de la Iglesia católica, expresión acuñada por el cardenal Ottaviani. En su calidad de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el actual Papa interrogó y se batió con "desviaciones y errores" de teólogos como el dominico belga Edward Schillebeeckx, el franciscano brasileño Leonardo Boff, el claretiano catalán y obispo de São Felix do Araguaia, Pere Casaldàliga, y el padre de la teología de liberación, el peruano Gustavo Gutiérrez. Eran épocas en que pesaba más el asesinato del sacerdote polaco (ya beato) Jerzy Popieluszco por la policía del régimen comunista que la del obispo Óscar Arnulfo Romero o de los jesuitas de la Universidad Centroamericana por el Ejército salvadoreño. Se enfatizaba la síntesis con los cismáticos lefebvrianos tradicionalistas de Ecône y se soslayaba a una parte de la Iglesia latinoamericana. Decía Casaldàliga que si el Espíritu Santo tiene dos alas, en Roma solo le ven la derecha. Si alguien atribuía esa miopía a Juan Pablo II estaba equivocado. La curia vaticana tiene sus inexorables reglas físicas y es duro revertirlas. La primera condena de Benedicto XVI como Papa recayó en el jesuita Jon Sobrino, a quien prohibió enseñar y escribir. En el terreno cotidiano poco han cambiado las líneas maestras eclesiales respecto al divorcio, la homosexualidad, el sacerdocio de la mujer o el celibato opcional. Pero esos son asuntos de orden interno. Más preocupante e irresponsable, por el perjuicio de muerte que causa, es la campaña contra el preservativo. Se siembra la duda y la mentira sobre la eficacia del condón. Se condena su uso. Incluso se escandaliza la jerarquía eclesial cuando un Parlamento como el belga censura las palabras del Papa al respecto en África. Sistemáticamente, se aplasta a todos aquellos que son capaces de disentir prestando oídos a la sociedad. El argumento repetido durante la restauración del Papa Wojtyla es que el progresismo del Vaticano II vació las iglesias. No se han llenado mucho con ejemplos como el del fundador de los Legionarios de Cristo, que iba camino de los altares con un buen historial delictivo bajo el brazo.

Cuando el gran teólogo Yves Congar sufrió por tercera vez la censura y el destierro de Francia (1956), escribía a su madre: "Me han destruido prácticamente... se me ha desprovisto de todo aquello en lo que he creído y a lo que me he entregado... No han tocado mi cuerpo; en principio no han tocado mi alma, nada se me ha pedido". El redentorista Häring, en un breve libro de memorias escrito poco antes de morir, relataba que había sufrido dos interrogatorios. Uno se lo hizo la Gestapo; el segundo y peor, la Congregación para la Doctrina de la Fe.

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Y es que, además de saludar en catalán, hay que tener voluntad de comprender los signos de los tiempos.

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