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Cóctel pop-conceptual

Cuando se cumple medio siglo de eso que llamamos arte contemporáneo, esto es, del giro que registran las formas e ideas artísticas hacia 1960, es ya tiempo de revisar esas obras y esos años. Esto hace el CAAC con una obra de Marta Minujín (Buenos Aires, 1941), una artista que sintetiza muchas de aquellas inquietudes y que sigue desarrollándolas: en septiembre inauguró en Buenos Aires su Obelisco multidireccional, una ironía sobre arte público.

Pese a ser una excelente alumna, según los cánones académicos, Minujín, estudiante de bellas artes, buscaba ya otros modos de hacer. Los encuentra en París, donde permanece becada entre 1961 y 1963: en sintonía con el nouveau réalisme, hace esculturas blandas con colchones. Después, en un happening memorable, las quemó, mientras liberaba cientos de pájaros y conejos, apostando por un arte efímero y libre de tutelas institucionales.

De nuevo en Buenos Aires, Menesunda (1965) es una instalación en la que el espectador debía atravesar sorprendentes espacios: desde una habitación con parejas en la cama hasta una cámara con temperatura bajo cero. Luego, en 1966, en el Instituto Di Tella -decisivo en Argentina para el arte experimental y tecnológico- realiza Simultaneidad en simultaneidad, en la que su acción coincide en el tiempo con las de Wolf Vostell, en Colonia, y Allan Kaprow, en Nueva York, transmitiéndose las tres vía satélite. La propuesta de Minujín, además, consiste en congregar a sesenta profesionales de medios de comunicación: responden a una entrevista y a la vez pueden oírla en el receptor de radio que se les entrega y verla en un monitor de televisión que tienen delante.

Estas dos dimensiones, el espectador activo y la personalidad mediática convertida en objeto de los medios, las estudia más detenidamente en Minucode, hecha en 1968, en Nueva York, donde disfruta de una beca Guggenheim. Es esta la obra que, cuarenta y dos años después, puede verse en Sevilla, en la primera muestra de Minujín en España. Era un proyecto laborioso: en periódicos de amplia y selecta audiencia, se anuncian cuatro cócteles para, sucesivamente, gentes de la política, el arte, los negocios y la moda. Después, se publica un cuestionario que deben rellenar los interesados. Una computadora selecciona a ochenta participantes en cada evento y elige entre ellos a ocho que intervendrán en una sesión especial. Llegado el día, mientras los asistentes dibujan su mapa de relaciones en una sala, los ocho líderes, en otra, asisten a películas hechas con estructuras al estilo del arte óptico sobre las que ellos pueden intervenir. Se filma cuanto ocurre en ambas salas. Después, en un nuevo cóctel, se proyectan las filmaciones y los actores, convertidos en espectadores, pueden verse a sí mismos.

La muestra incorpora amplia documentación relativa al acontecimiento y las películas de las fiestas. Si las proyecciones hacen pensar en Blake Edwards y Desayuno con diamantes, el conjunto de la obra remite a la genealogía de la actual conversión de la vida y el arte en espectáculo. La obra se sitúa en el fértil quicio que une ideas pop y propuestas conceptuales: los invitados ven en la filmación su imagen pública, que moldea su conducta, y ven a la vez su imagen, que remite a ellos mismos, aunque negándolos porque ellos están allí, en la pantalla. En 1967 Foucault habló del espejo como fusión de utopía y heterotopía. La conferencia no se publicó hasta 1984, pero la obra de Minujín parece un fértil comentario de esa idea de Foucault que sin duda no conocía.

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