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Columna
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Estructura y lengua en Galicia

No sólo no apoya el PP la presentación de tesis doctorales en gallego en la UNED, sino que, al parecer, hará el grueso de su campaña electoral en castellano. Hay un proceso de radicalización en el tema de la lengua que, en el caso de la pequeña burguesía de ascendencia rural próxima y vida urbana actual, que es mayoritaria en el voto PP, es muy fuerte. La razón hay que buscarla tanto en la creencia rural de que el gallego es lengua de pobres y de gente inculta como en la creciente presión sobre estas clases emergentes de las nuevas clases medias e incluso altas, que parecen seguir un trayecto distinto que incluye la recuperación de la lengua de Galicia.

A la pequeña burguesía ruralizante (trabajadores cualificados y no cualificados, sobre todo) se suman en Galicia las viejas clases medias de largo recorrido histórico y vinculadas a los primeros procesos de modernización, hijas también de las clases rurales hidalgas. Ese acuerdo tácito entre clases rurales emergentes en lo urbano y viejas clases medias/hidalgas es la base de la ideología anti-idioma gallego que lleva al PP a intentar dar satisfacción a tales clases.

El gallego, al borde de la derrota, renace en la ciudad con las nuevas clases medias y altas

La lenta y sorda confrontación se centra hoy en las ciudades, en las que un idioma gallego al borde de la derrota vuelve a intentar renacer de la mano de sectores pudientes e ilustrados de las nuevas clases medias y altas, al estilo catalán, en un proceso muy parecido al euskera en Euskadi y en el conjunto de Euskal HerrIa.

En el caso del euskera se puede hablar de una lenta pero real recuperación, no así aún en el caso del gallego, aunque habrá que ver datos muy recientes para calibrar su exacta situación a día de hoy: el deseo de un porcentaje muy alto (y empíricamente establecido sobre el terreno) de padres urbanos, por encima del 40% en muchos casos, es que el gallego fuera el idioma de iniciación infantil, incluso siendo el castellano el idioma de la casa. La ley actual no permitirá que los padres cumplan su voluntad. Esa es la situación real.

No soy muy amigo de politizar los temas lingüísticos, pero lo cierto es que se politizan solos, sin que la buena voluntad de la gente que, por encima de sus ideas políticas, quiera ver al gallego en el centro de la comunicación gallega, tenga mucho que hacer en esta cuestión: son temas que nacen politizados y es preciso irlos separando de esa característica, si bien el PP no ayuda a día de hoy a que eso sea así.

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Nos faltan datos aún para saber si el intenso año y medio desde las elecciones ha producido resultados en la estrategia de recuperación de nuestra lengua y, con ella, de nuestra dignidad, o de parte de nuestra dignidad adherida a la misma lengua nacional del viejo reino que fuimos. Nos faltan datos, pero si tuviera que echar mano de sentimientos "cualitativos" diría que sí, que se han producido claros avances sociales en el uso de gallego en las villas grandes y en las ciudades. Veremos de qué manera los datos "cuantitativos" nos lo van confirmando. O no.

Se acercan las elecciones municipales y la lengua no es el único tema, pero debe ser un tema importante, al nivel de la conservación el territorio y de la estimulación del empleo. En realidad todas esas cosas van juntas, y los niveles económicos de la realidad, los territoriales y los lingüísticos forman una unidad de funcionamiento social que si se rompe pierde eficacia. Y esto ya lo saben en los dos lugares más productivos y eficientes del Reino de España: Cataluña y el País Vasco. ¿Seremos los terceros e entrar en esa línea eficiente?

Para entrar en una ruta definitiva de dignidad y eficiencia es preciso revisar un montón de tópicos y creencias inútiles relacionadas con la economía y con la lengua que se nos han ido inculcando para ser más dependientes y menos propios en todos los terrenos. Una larga pedagogía de la desolación ha hecho mucho más difícil todo, desde los procesos de modernización, en el buen sentido de la expresión, hasta los procesos de auto-identificación cultural. Todo nos está costando más que a vascos y catalanes. Nuestras rémoras son mayores, y los déficits de los primeros procesos modernizadores siguen pesando, también en la renuncia a nuestra propia lengua. Pero hay indicios de que todo esto puede empezar a cambiar, e incluso e que ya lo está haciendo.

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