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El corazón europeo late en Brujas

La ciudad belga traza la influencia de los primitivos flamencos en el arte contemporáneo y en la forja de la idea comunitaria

Elsa Fernández-Santos

Si se mantiene el paso firme por las empedradas calles de la noble Brujas, en apenas un día se puede vislumbrar qué ocurrió en Alemania, Polonia, Hungría o Rumanía a partir del siglo XV con la explosión de los artistas primitivos flamencos. También, qué está pasando, casi cinco siglos después, en los antiguos Países Bajos con la brutal corriente de arte contemporáneo centroeuropeo. Un gigantesco hombre globo del artista polaco Pawel Althamer en el museo Membling quizá lo explique todo. El festival urbano Brujas Central 2010 gira alrededor de dos grandes exposiciones que pretenden hermanar las corrientes de arte que han unido a esta pequeña y rica población, conocida por su chocolate y por tener casi tantos tipos de cerveza como habitantes, que hoy se debate entre su etiqueta turística de Ciudad Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y el deseo de liberarse de fajas monumentales y respirar como una ciudad moderna.

En la exposición que se inaugura hoy se han reunido casi 300 obras

No es fácil. El mismo director de Brujas Central, Filip Strobbe, reconoce que los habitantes (25.000 en el centro y más de 100.000 en la periferia) se resisten a abandonar lo que son (prósperos gracias a tres millones de turistas al año). "Pero vivir bajo la dictadura de la Unesco nos enterrará vivos. Muchos creemos que Brujas tiene derecho a pertenecer al siglo XXI, no queremos ser solo un museo al aire libre. La Unesco quiere congelarnos".

De los dos grandes eventos culturales que dirige Strobbe, hoy se inaugura el más mediático, De Van Eyck a Durero, una exposición que con sus cerca de 300 obras resulta tan exhaustiva como excesiva. Se prevén 150.000 visitantes que literalmente se dejarán los ojos ante obras que requieren (y algunas hasta llevan) lupa. La historia de cómo los primitivos flamencos influyeron en los pintores de la Europa Central es aquí un apasionante juego de paralelos.

Con los flamencos llegó el gusto por el detalle, por lo mínimo dentro del máximo, por el color (azul, rojo, verde, dorado...), un estilo que contagió a los artistas europeos que desde el Este miraban a los maestros flamencos. Obras llegadas de los museos más importantes del mundo (el Prado, el Thyssen, el Rijksmuseum, el Albertina, la Frick Collection, el British Museum...) muestran algunas de las obras que, entre 1420 y 1520, cambiaron el curso del tiempo. Retablos, esculturas, grabados... los motivos religiosos rodeados de infinitos detalles realistas en las telas, el mobiliario, la arquitectura y los paisajes. La influencia de Van Eyck se convirtió en la Biblia para decenas de artistas. "Con todas estas obras queremos alumbrar nuestro propio patrimonio", explica Till Holger Borchert, comisario estrella de esta exposición, que asegura que aquí está todo lo que podía estar y que solo lamenta que falten dos piezas de dos iglesias alemanas. Dos años de trabajo que se podrían resumir con la firma con la que Van Eyck cerraba sus trabajos y que popularizó cuando todavía no existía el sello del nombre: "Lo mejor que he podido".

Si Holger representa al comisario socarrón y de aire poderoso, Luc Tuymans, el artista belga que ha seleccionado las casi 200 piezas de arte contemporáneo, parece incómodo al intentar poner palabras a las obras de Una visión de Europa Central. Casi no respira un iPhone, un cigarro y la ansiedad de querer abarcar lo inabarcable. Las seis pinturas de Andrzej Wróblewski son un escalofrío de fin de guerra, ejecuciones y una madre con su hijo (azul) muerto. En una instalación una docena de cámaras de cine apuntan a una pared, forman un eclipse en la pared, pero Tuymans dice: "Son taques". No lejos, en el techo del seminario de la ciudad, otra obra del mismo autor, el checo Pavel Bücher, muestra una docena de campanas que reproducen el zumbido que provocaba la masa en el estadio Strahov de Praga, donde cabían 200.000 personas. La dictadura, el cemento, las rejas (una pieza de Miroslaw Balka reproduce en medio del campo una imposible trampa para pájaros), la muerte. Camas de sal con dos salidas de gas encendidas, la escuela de muertos de Tadeo Kantor, los americanos cuyos orígenes centroeuropeos les hermana con todo esto (Warhol, Katz, Weege...) o la máquina de masturbar del artista y cineasta Jan Svankmajen.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
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