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Columna
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El exorcismo

Josep Ramoneda

Me había parecido entender que el gobierno de izquierdas era una opción estratégica del PSC. Que con ella se pretendía superar las fronteras identitarias y situar la política catalana en torno a la oposición derecha/izquierda como ocurre en todas las democracias. Ahora Montilla proclama: "su tiempo -el del tripartito- ha pasado" y "no lo reeditaremos aunque sumemos". Un cambio estratégico de este orden merece alguna explicación más, sobre todo ante un electorado que si ya estaba perplejo por los desencuentros acumulados por los socios de gobierno, más lo está ahora viendo los bandazos que da el PSC a medida que se acercan las elecciones. Antes de este solemne adiós al tripartito, ya se había dado un giro previo. El presidente, que en julio encabezó la indignación de Cataluña por la sentencia del Estatuto, en septiembre empezó a recomponer el discurso de antaño, en el que el PSC aparecía como la alternativa al nacionalismo catalán y sus diversas veleidades. ¿Qué significa el réquiem por el tripartito? ¿Que el PSC abandona la dialéctica derecha-izquierda y vuelve a la dialéctica identitaria?

La liquidación del tripartito deja a la izquierda sin opción. ¿Se puede hablar de elecciones realmente competitivas?

A pesar de los éxitos innegables en cuanto a realizaciones concretas, el tripartito ha fracasado políticamente. Las encuestas lo dicen de manera rotunda. La gente no quiere que se repita. La teoría electoral dice que tener el gobierno da un plus de votos de en torno a los tres puntos a la hora de la competición. El tripartito será una excepción: gobernar le ha restado. No ha habido un mensaje político compartido. Y el PSC se ha ido desdibujando a medida que el tiempo pasaba. Buscando la sintonía con el electorado, Montilla niega el tripartito. Juega, además, con la ventaja de que, probablemente, los resultados electorales no darán oportunidad a la verificación de su promesa, es decir, anticipa su fracaso. Montilla afirma que no cambiará "sus principios a cambio de ser investido". ¿Está diciendo que sí los cambió hace cuatro años? Los socios son los mismos, y sus exigencias también. El ecologismo y la independencia siguen siendo sus banderas. ¿Qué gana el presidente con esta renuncia? ¿Es posible aspirar a ganar unas elecciones negando el gobierno que se ha presidido durante cuatro años? ¿Qué confianza genera con ello a los ciudadanos? El acto del Liceo da la sensación de un rito de exorcismo: el presidente y su partido expulsan los demonios que les han torturado durante cuatro años y se sienten liberados. Pero me temo que liberados para la derrota.

Ante las elecciones, el anuncio de Montilla significa que renuncia a que gobierne la izquierda. Si el tripartito es irrepetible, para que hubiera un gobierno de izquierdas sería necesario que ocurriera lo imposible: que el PSC obtuviera una mayoría suficiente para gobernar solo. No lo ha conseguido en 30 años, no lo va a conseguir ahora que las encuestas le dan un desgaste sin fin. Quedan solo dos opciones: un gobierno nacionalista en cualquiera de sus variantes (CiU en solitario, con apoyo externo del PP o en coalición con Esquerra), "cuanto más nacionalista menos nacional", por decirlo con una fórmula de Carod Rovira. O la mítica sociovergència, en la que los socialistas conservarían cuotas de poder pero estarían condenados a un papel secundario y perderían su condición de alternativa. Tengo para mí que el gobierno CiU-PSC, un fantasma que gravita siempre sobre la política, nunca se hará carne. En cualquier caso, la liquidación del tripartito deja a la izquierda sin opción. ¿Se puede hablar así de unas elecciones realmente competitivas? ¿Qué debe votar un elector que no quiera un gobierno nacionalista conservador?

Ante este panorama, la negación del tripartito solo cabe entenderla en clave poselectoral. Montilla ha llegado a la conclusión de que la suerte está echada. Con sus bandazos, ya no para ganar sino para salvar los muebles, tiene más posibilidades de restar que de sumar, porque desconcierta a todos. Y lo que hace es situar al PSC en el día siguiente. ¿Cómo? Con el regreso al pasado. El PSC deja de priorizar la construcción de una izquierda nacional catalana, para regresar a la disputa identitaria, para volver a ser la alternativa al nacionalismo y sus diversas variantes. En realidad, es un retorno a la anormalidad de un país sin alternativa. El PSC vuelve así a una cultura que siempre ha estado latente: sus elecciones son las locales y las españolas, no las catalanas. Es lo que de él espera el PSOE. Pero, cuidado, porque la pendiente de la derrota suele ser muy inclinada y genera efectos en cadena. El día después del entierro del tripartito, la pregunta es: ¿quién reconstruirá la izquierda nacional catalana?

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