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La xenofobia en Europa | El papel de la Comisión
Columna
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Populismos tóxicos

Francisco G. Basterra

De Obama a Sarkozy. Líderes menguantes a ambos lados del Atlántico. Arrasado por el populismo, próximo a la insania, el presidente norteamericano, y populismo vergonzosamente oportunista, atizado desde el poder para morder en la derecha extrema y aliviar una presidencia declinante, en el caso de Francia y la deportación de gitanos. Jibarización de los derechos humanos y manteo de la Unión Europea por los Estados nación, cuando se sacude su tan criticada inoperancia, se atreve a llamar las cosas por su nombre y ejerce la defensa de los tratados. Los integrantes del club miran al dedo y no a la luna, hacen piña corporativa con el presidente francés y piden respeto para los gobiernos nacionales. Con el honor de Francia supuestamente a salvo, el Elíseo se permite señalar la hipocresía de sus colegas, que harían lo mismo pero más discretamente, y le recuerda a la canciller Merkel que Alemania acaba de acordar con Kosovo la deportación de 12.000 gitanos. Al final, el problema lo provoca la comisaria Reding, de genio vivo, que se atrevió a comparar las deportaciones francesas con las realizadas por los nazis en la II Guerra Mundial. Luego se excusó. Al frente de la manifestación gremial de apoyo al colega francés, Zapatero, que podría presumir de una razonable política de integración de los 600.000 gitanos que hay en España, pero que agradece a Sarkozy la silla que nos ha prestado para participar como invitados en el G-20 y, aun más, la impecable colaboración de Francia en la lucha contra ETA.

Puede que Francia salve la legalidad de lo hecho. Pero no la inmoralidad de su actuación
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Es posible que Francia salve la legalidad de lo que ha hecho. Pero no la inmoralidad de su actuación. Quedará la ignominiosa circular dirigida por el Ministerio del Interior a los prefectos regionales para que actuaran específicamente contra los gitanos y sus campamentos. Atreverse a decirlo y dilucidar su legalidad no es insultar a Francia. Por un breve instante hemos podido creer en la Comisión Europea y en su desdibujado presidente Durão Barroso. Que sirva de precedente y no cunda la melancolía. Pero acabamos de asistir a un ejemplo más de la renacionalización de las políticas europeas. El analista francés Dominique Moissi acierta cuando afirma que "hay una gran contradicción entre el objetivo de Sarkozy de reinventarse en el escenario internacional como presidente del G-20 y al mismo tiempo hacerlo en Francia halagando a los votantes de extrema derecha".

En América, una sublevación populista zarandea la presidencia de Obama, encallada en la crisis económica y el paro, a 50 días de las legislativas de medio mandato en las que los demócratas pueden perder el control del Congreso. La Oficina del Censo informa de que 44 millones de estadounidenses viven en la pobreza (datos de 2009), cuatro millones más que el año anterior, un 14,3% de la población, algo desconocido desde los años sesenta. Obama llegó en 2008 para cambiar el rumbo del país y como gran unificador. No ha logrado, de momento, ninguno de los dos objetivos. Preside una nación polarizada por una exitosa insurgencia de la derecha extrema, atizada por predicadores de las ondas, anoten los nombres de Rush Limbaugh y Glenn Beck, que ha logrado abducir al Partido Republicano, tachado de insuficientemente conservador. El Tea Party ha cruzado el río Delaware, el que también cruzara con otros objetivos George Washington, en una acción de guerra inmortalizada en un famoso cuadro. Pero Washington se convertiría después en el primer presidente de Estados Unidos, cosa que no ocurrirá con la nueva estrella del frente del té, Christine O'Donnell. Esta mujer de 41 años, indocumentada en la estela de Sarah Palin, ha alcanzado el top ten de la gloria en YouTube con el vídeo de una campaña que llevó adelante contra la masturbación, que equiparaba al adulterio. Ha triunfado en las primarias, ojo que las carga el diablo, para convertirse en candidata al Senado por Delaware por el partido de Abraham Lincoln, desplazando a un sensato republicano.

La causa es restaurar América, restablecer una especie de limpieza de sangre política, no tanto ganar las próximas elecciones. El movimiento populista ha sembrado la desinformación, comprada por muchos, de que Obama es musulmán, no nació en Estados Unidos y quiere imponer el socialismo. Esta amalgama de furia, fundamentalismo religioso, patrioterismo e ignorancia, atrae a fanáticos de toda laya, con un visceral rechazo del establishment político, del Gobierno intervencionista, de las élites, de los medios liberales, de los impuestos, de la sanidad pública. Dios, patria, armas e individualismo son sus patrones. Su abono, el desencanto general con lo establecido potenciado por la frustración económica. Ha conseguido poner a Obama a la defensiva y definir la agenda política. Es altamente tóxico, lo mismo que el populismo que perpetra Sarkozy en Francia.

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