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La Fiesta Nacional de Cataluña
Columna
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Una Diada particular

Francesc Valls

La investigación hace que lentamente los imaginarios vayan mostrando sus puntos débiles. Lo comúnmente aceptado cae pero no de repente. Fue el historiador Josep Benet quien hace años desveló que Lluís Companys no había sido fusilado descalzo, sino con las mismas zapatillas blancas con las que fue detenido por la policía militar alemana en La Baule (Francia), por cierto con la colaboración de algún catalán. Ayer, en estas mismas páginas, Jacinto Antón daba otra vuelta de tuerca a la deconstrucción, al relatar que la investigación realizada por Xavier Hernàndez y Francesc Riart nos muestra a un Rafael Casanova subido a caballo y con uniforme de coronel. Nada que ver con la iconografía romántica, que muestra, pendón en mano, a un sufriente conseller en cap de Barcelona -en versión de Rossend Nobas- en el lugar donde "cayó", aunque luego se volvió a levantar, pues murió 29 años más tarde en su casa pairal de Sant Boi ejerciendo la carrera de leyes.

Gran parte de la sociedad catalana se siente obligada a pasar su examen de catalanidad en la ofrenda a Casanova
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La Diada, a la sombra del 28-N

Decía Enric Prat de la Riba que Cataluña para educar su espíritu debía celebrar la historia dibujada por "héroes triunfadores masculinos y bien equilibrados que han llevado el éxito por compañero". El impulsor de la Mancomunitat sugería desde La Veu de Catalunya que el 11 de septiembre no era una fecha del todo indicada para celebraciones patrias, pues se trataba de conmemorar una derrota. Hasta los anarquistas de la CNT que en 1934 se mofaban de Rafael Casanova ("un monárquico de una monarquía no catalana que hoy los republicanos ponen en los cuernos de la luna") pasaron a desfilar ante la estatua con el faísta Joan García Oliver al frente, en 1937. Como notable precedente, en 1936 se había entonado Hijos del Pueblo.

Las necesidades del guión siempre mantienen contradictorias y tensas relaciones con los símbolos. Bueno, eso sucede en democracia. Con las dictaduras se acaban las polémicas y todo elemento sospechoso es puesto a buen recaudo. Ahí está el ejemplo del largo y obligado reposo que pasó la estatua de Casanova en los depósitos municipales durante el franquismo: desde el 1939, por decisión del alcalde Mateu, hasta 1977.

Como la tradición tiene corta memoria, lo que nació ayer mismo se convierte en ancestral. Quizá por eso, gran parte de partidos e instituciones se sienten obligados a pasar su examen de idoneidad catalanista cada Onze de Setembre ante el monumento. Y lo hacen aunque ello se convierta en un auténtico via crucis. El Partido Popular de Josep Piqué llegó a tachar de "patochada y payasada" la ofrenda floral a Casanova para justificar su no asistencia en 2004. El presidente Maragall ideó una jornada institucional -muy criticada, por cierto, por los más nacionalistas- para exonerar a los partidos menos catalanistas del abucheo e incluso las amenazas a las que se ven sometidos cada año. Pero en 2007, ya liberado del díscolo Piqué y embarcado en la cruzada contra el Estatuto catalán, el PP volvió al escenario de la ofrenda quizá con voluntad de lograr la canonización sin positito super miracolo. Este año, después de la sentencia del Constitucional, el PP ha entendido que no está el horno para santorales y Alicia Sánchez-Camacho -en otras ediciones tan entusiasta- ha decidido evitar ser los más pateados, porque la Diada de ayer no fue una excepción y la liturgia se repitió. Los profesionales del abucheo sacaron a las ocho de la mañana su barretina del armario y acudieron a silbar con mayor o menor intensidad, pero este año desde más lejos, a la sociedad realmente existente: todo el arco parlamentario se llevó su parte. Uno de los clásicos es el Espanyol, un club que por tener este nombre es abroncado de entrada, aunque toda la junta desfile con el uniforme del Capità Calunya. Por la noche, afónicos, los guardianes de las esencias volvieron a guardar la barretina en el armario hasta la Diada del año que viene.

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La experiencia histórica muestra que no hay que sacralizar los actos, ni convertir las ofrendas florales en competiciones obligatorias de sufrimiento por la catalanidad. De lo contrario, se permite que el friquismo se erija en gran tribunal que otorga certificados de idoneidad.

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