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me cago en mis viejos III

TREINTA

Puedo interactuar con la piba en la que me he metido, pues del mismo modo que yo noto en mi cuerpo invisible el elástico de sus bragas o los aros de su sujetador, ella percibe en el suyo un malestar general. Abandono entonces de golpe su organismo y compruebo que respira con alivio, como si acabara de eructar. Estoy lejos de manejar con soltura este cuerpo invisible. No sé, por ejemplo, si del mismo modo que mi ropa se ha vuelto invisible conmigo, desaparecerá también cualquier cosa que toque. Cierto que aún no soy capaz de tocar, pero intuyo que se trata de una cuestión de práctica, ya veremos. De momento, lo que más me interesa es averiguar si puedo regresar a la visibilidad de forma voluntaria.

Vuelvo al retrete de la librería, cierro los ojos, e imagino mi cuerpo entero

Vuelvo, pues, al retrete de la librería, cierro los ojos, e imagino mi cuerpo de arriba abajo, con cada uno de sus detalles. Al terminar de imaginarlo, levanto los párpados y aquí estoy de nuevo. ¡¡Funciona!! Por un momento, tengo la tentación de volverlos a cerrar e imaginar que me diluyo, para ver si regreso al estadio anterior, pero me encuentro físicamente agotado, como si hubiera corrido la maratón. Algo me dice que debo ir más despacio.

Salgo a la tienda, ahora con mi cuerpo visible, y veo a las mismas personas cuyos organismos he atravesado hace un momento. Tomo el ascensor, bajo a la primera planta y busco a la piba de la que acabo de salir. La descubro haciendo cola en la caja, para pagar el libro con la historia de Albinus. Decido, no sé por qué, seguirla. Pero en ese instante, al volver la vista hacia la puerta, veo a Lucifer en la calle. Salgo a toda velocidad y distingo su espalda y su cabeza entre el resto de las espaldas y las cabezas que bajan hacia Montera. Llego, medio corriendo, hasta él y resulta que no era él, o que se ha transformado en otro en el momento de darle alcance. Me encuentro, casualmente, cerca del portal en el que imaginé que estaba la pensión donde vivía Carlos Cay. Entro en él, subo al cuarto piso, llamo a la puerta y me abre la dueña. La conozco y me conoce, de modo que atravieso el pasillo, me dirijo al chabolo y resulta, cágate, que soy el Carlos Cay imaginado. Todo se ve en 3D.

EDUARDO ESTRADA

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