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Columna
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Catalanes y/o españoles

Xavier Vidal-Folch

Debajo del debate político posestatutario palpita una realidad económica cambiante.

Sin ruido, pero sin pausa, van cayendo en desuso algunos principios y mitos económicos que han servido durante decenios para trabar vínculos entre Cataluña y España.

Uno es el del atraso económico de España. Un atraso del que la Cataluña-fábrica, heraldo de la modernización productiva, había de rescatarla. "No había industria en ningún otro lugar de España" por lo que la tarea de los catalanes debía ser la de "despertar con su impulso y su ejemplo las fuerzas dormidas de todos los pueblos españoles", escribió en La nacionalitat catalana, en 1906, el fundador del catalanismo contemporáneo, Enric Prat de la Riba. O como postuló Unamuno, había que "catalanizar España".

Caen los mitos: ni España es ya la economía del 'atraso' ni Cataluña depende solo del mercado español

El atraso español fue bien investigado y documentado -es decir, sin retórica-, por un destacado hijo espiritual de Vicens Vives, el historiador económico Jordi Nadal, en un texto clave: El fracaso de la Revolución Industrial en España, 1814-1913 (Ariel, 1975). Nadal narra la "historia de esta frustración", la del fiasco de un país que pugnó sin éxito por figurar entre los "first comers" europeos, en la vanguardia de la modernidad. Sólo emergió, en términos internacionalmente competitivos y significativos un sector, el textil algodonero; y ya, después del arranque, la industria pesada del Norte.

Pues bien, la industrialización de Madrid (y otras áreas) en los sesenta, la liberalización económica desde la Transición y sobre todo el regreso de España a Europa en 1986 con la consiguiente internacionalización empresarial (sobre todo hacia Latinoamérica) liquidaron esa marca de fracaso.

Puede haber retrasos respecto de los países más avanzados. Y de hecho los hay, enojosos, hasta peligrosos: en el nivel de industrialización y terciarización, en la acumulación de políticas públicas, en los listones de formación e investigación. Pero ya no hay un atraso generalizado de España. La convergencia con la UE ha puesto a este país (aunque ahora mismo flaquee temporalmente) en la media de producto per cápita.

Bastantes nietos de Prat de la Riba todavía no han tomado nota de esa hazaña histórica. De modo que en el imaginario catalanista anida aún la arqueológica percepción de una España-antigualla que ya no es la real. Y por tanto, pervive el imperativo categórico consecuente: el de convertir a Cataluña en la máquina-herramienta de una necesaria modernización... que ya se ha producido. Cuidado: la actualización del discurso económico catalanista interesa también a quienes no lo comparten, pues la pretensión de tener la misión de "modernizar" al conjunto era una forma evidente de compromiso común: con el conjunto.

En sentido algo inverso, nuevos datos económicos acreditan la obsolescencia del mito según el cual la dependencia comercial catalana respecto del conjunto de España es abrumadora. O en vulgar, que sin el mercado español, la fábrica catalana se paralizaría. Lo que concluía con la adusta advertencia de que con las cosas de comer no se juega: vade retro, veleidades secesionistas.

Antes de mito, ese aserto fue realidad. En tiempos de Prat (de proteccionismo y mercados exteriores nada porosos), el mercado de Cataluña era enteramente el español. Pero llegó la globalización. Y en las tablas input-output de 1987 ya se consolidaba un giro: las ventas internacionales catalanas pasaban al 13,6%, por un 38,2% al mercado español. Y en las de 2001 se equilibraban: 31,7% al mercado español; 25,8% al internacional. Un reciente estudio de la Cámara de Barcelona confirmaba la tendencia. En 2007 el grueso de las empresas catalanas exportaron por 49.678 millones; vendieron al mercado español no catalán por 53.207 millones; y por 51.122 millones al mercado propio. Cada uno supone hoy, pues, un tercio.

Y claro, al compás de este deshilacharse de la dependencia, proliferan los fans de la independencia, incluso entre la intelligentsia económica. Jacint Ros Hombravella ha publicado un título contundente: "Més val sols: la viabilitat econòmica de la independència de Catalunya" (La Magrana, 2009).

De modo que los catalanes partidarios de ser catalanes y españoles, en lugar de una cosa o la otra, y quienes estén con ellos, deberán alumbrar otros paradigmas de complicidad. Que vayan más allá del redentorismo (españoles, dejadnos modernizar España) o del imperio (catalanes, no os mováis un ápice, pues vivís de nuestras compras).

Paradigmas que económicamente deberían basarse (entre otras cosas) en la interdependencia, el reto exportador, la configuración de nuevas multinacionales. En la apuesta por Europa y el ancho mundo.

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