_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La emergencia de África

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, invitó a París a 13 jefes de Estado africanos para celebrar la independencia de sus países y asistir en primera fila al desfile tradicional del 14 de julio, abierto por contingentes de esos mismos países.

Sin embargo, hasta ese día, el quincuagésimo aniversario de las independencias de las ex colonias francesas en África había pasado desapercibido. La ceremonia se desarrolló de la mejor manera posible, y ante el alborozo popular que suele acompañar este evento. Los espectadores entrevistados transmitían una sensación de alegría compartida: por una parte, se trataba de un homenaje solemne a esos países cuyas tropas tanto contribuyeron a la liberación de Francia en 1945; por otra, del reconocimiento y la perpetuación de un vínculo, hoy -al menos queremos creerlo así- liberado de lo que representó el colonialismo. Hasta aquí, la postal. Pero esta iniciativa y este desfile tan poco ordinario suscitaron una polémica inmediata, y ahora nos permiten interrogarnos sobre el estado de las relaciones entre Francia y África. En cuanto un jefe de Estado africano pisa el suelo francés, las protestas no se hacen esperar, pues muchos de ellos cultivan el arte de perpetuarse en el poder, retrasando todo lo posible cualquier perspectiva de alternancia. En las tribunas estaban, concretamente, Paul Biya, que, junto con Robert Mugabe, el dictador de Zimbabue, es el decano de los jefes de Estado africanos, pues accedió a la presidencia de Camerún en 1982. Otros, como Denis Sassou N'Guesso, que gobierna el Congo, a menudo aparece como acusado en el caso de los "bienes mal adquiridos" por los jefes de Estado africanos.

La afirmación de China como potencia en África ha tensado sus relaciones con la Unión Europea

No debemos perder de vista la emergencia de África en el concierto de las naciones. Tres acontecimientos permiten comprender esta circunstancia. El primero es la tradicional cumbre francoafricana, que este año se ha desarrollado en Niza, y de la que no han salido grandes líneas maestras, sino solo la reafirmación de nuestros vínculos con los países que participaron en ella: una vez más, se dejaron oír las polémicas habituales sobre la naturaleza de tal o cual régimen. Algunos días más tarde, tuvo lugar en Brasil una cumbre que reunió al presidente Lula con los representantes de unos 40 países africanos. Esta vez no hubo polémica alguna, sino la conclusión de un acuerdo global simple: Brasil se compromete a suministrar a cierto número de esos países importantes cantidades de OGM, productos que, como es sabido, tienen mala prensa en Europa, pero en naciones como India se consideran un arma alimenticia considerable. A cambio, los beneficiarios se comprometieron a equipar a sus campesinos con materiales agrícolas brasileños. No se puede ilustrar mejor el desfase que existe entre los actuales esquemas franceses, cuya percepción de África está limitada por las anteojeras de la política interior.

Antes de estas dos cumbres, había tenido lugar en Pekín una gran concentración que, igualmente, reunió a una cuarentena de países africanos. Era la cuarta edición del foro de cooperación sinoafricano que, esta vez, se reunió en Sharm el Sheij el pasado mes de noviembre. El hecho de que China se ha lanzado a la conquista de África ya no es un secreto para nadie. El acuerdo global es que la nación asiática ayuda a desarrollar la infraestructura y la agricultura africanas, mientras que África recurre cada vez más al savoir faire y al comercio chino. Así, las relaciones China-África se están convirtiendo en el signo de que este continente está a punto de entrar en una fase de despegue económico, mientras que China ve en ellas un escaparate de su estatus de potencia mundial. Es interesante señalar que el enfoque chino se apoya en la reestructuración neoliberal de las economías africanas.

Esta afirmación de China como potencia africana ha hecho de África una cuestión espinosa en las relaciones entre el gigante asiático y la Unión Europea. El Parlamento Europeo ha aprobado recientemente una resolución crítica con respecto a China, pues considera que este país persigue antes que nada la explotación de los recursos naturales africanos. El carácter incondicional de la ayuda china es una forma, explican, de debilitar los intentos de la UE para promover en África la buena gobernanza, así como un desarrollo sujeto a normas medioambientales y sociales.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_