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Columna
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El pacto y la tregua

Josep Ramoneda

"Madrid nunca pacta, a lo sumo concede treguas". Lo dice una personalidad catalana que por razón de su cargo frecuenta las instituciones españolas. Es exactamente lo que acaba de ocurrir ahora. Ante la crisis del Estatuto, Montilla protesta y Zapatero le concede una tregua. Alto el fuego: vamos a estudiar si encontramos vías legales para recuperar lo que la sentencia se llevó. Se crearán unas comisiones de trabajo, se abrirán diversas expectativas, pasarán los días, las promesas no acabarán de concretarse nunca, volverá a crecer el malhumor en Cataluña. Subirá la tensión. Se hará un apaño, una nueva promesa, otra tregua, un nuevo enfado y así sucesivamente.

La misma noche de la sentencia, el presidente Montilla se hizo portavoz de la irritación catalana. Rápidamente, el PSOE ofreció una tregua y el presidente la aceptó. La recuperación de la armonía entre socialistas ha sido más fácil que encontrar un mínimo denominador común en Cataluña con los demás partidos del Gobierno y con CiU. Montilla centra su estrategia en la defensa del Estatuto. Pero este Estatuto ya no existe: se lo cargó el Constitucional. Apostar por recuperarlo por otras vías es una estrategia perdedora: a lo sumo, conseguirá algunas compensaciones, pero siempre muy lejos de lo que era el texto aprobado en referéndum. Es una estrategia que sólo sirve para marear la perdiz y evitar el tan temido choque parlamentario con el PSOE.

El PSC da la sensación de no ser consciente de la fuerza de intimidación que realmente tiene

Si Montilla quiere ofrecer a los electores una alternativa al independentismo y al soberanismo, tiene una opción: exigir la reformulación de un pacto bilateral entre Cataluña y España, a la vista de que el Constitucional ha extinguido el que salió de la transición. Cataluña y España tienen un problema. Por responsabilidad, unos y otros deben sentarse y buscar un pacto posible. Si es esta la perspectiva, y no la simple defensa de un Estatut que ya no existe, sí que puede adquirir sentido un proyecto político unitario en Cataluña. A soberanistas e independentistas les puede interesar unir fuerzas para tratar de arrancar de España un pacto de Estado que tendría la bilateralidad como premio. Y, eventualmente, para certificar que Madrid no pacta y que no hay otra salida que montárselo por cuenta propia.

Para que la estrategia del pacto con España sea todavía posible es necesario sumar fuerzas ante los dos partidos de Madrid y usarlas con todas las consecuencias. De lo contrario, ni llegarán a sentarse en la mesa. El PSC da la sensación de no ser consciente de la fuerza de intimidación que realmente tiene. Un tira y afloja para pasar de un Estatuto descafeinado a un estatus semidescafeinado no me parece un proyecto político suficiente para movilizar a la ciudadanía. Suena a antiguo. En cambio, un nuevo pacto con España sí lo es. Aunque sólo sea para probar su imposibilidad. Al fin y al cabo, el soberanismo de CiU -con su apuesta por el concierto- propone algo parecido, aunque con otro nombre para que desde el independentismo no le saquen tarjeta roja.

El PSC es un partido muy importante para el equilibrio político de Cataluña. Su contribución ha sido decisiva para la cohesión de Cataluña, es decir, para evitar que se rompiera en dos comunidades. El PSC puede entrar en una fase complicada después de las elecciones autonómicas, especialmente si desde Madrid se ideara una operación reconquista. Sería difícil evitar su fractura. Las opciones políticas que el presidente Montilla tome de aquí a las elecciones marcarán sensiblemente el futuro de este partido. Y, desde luego, la rápida aceptación de la tregua ofrecida por Zapatero no estoy seguro de que sea el mejor camino. En cambio, la ambición de forzar un nuevo pacto bilateral con España le afirmaría como referencia esencial de los que no están, de momento, por la labor de romper con España ya, pero que entienden que Cataluña debe hacerse respetar. Y permitiría a los socialistas ofrecer lo que ahora les falta: una hoja de ruta para la próxima legislatura.

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La historia del PSC y del PSOE es un ni contigo, ni sin ti, en el que el PSOE siempre sale ganando. Hay un día en la vida en que hay que tomar la decisión de irse de casa. Es el fin de la adolescencia y la entrada en la vida adulta. Ello no tiene por qué significar la ruptura con la familia, ni el abandono de la solidaridad entre hermanos. Simplemente significa emanciparse. Curiosa la familia socialista en que el PSOE siempre se considera con derecho a exigir lealtad al PSC, pero nunca siente la obligación recíproca.

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