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La primera crisis del euro

Europa: 'autodisciplina' fiscal

El marco institucional del euro se caracterizaba, como es sabido, por una política monetaria única y unas políticas fiscales descentralizadas. Para evitar que el coste de la indisciplina fiscal de algunos países tuviera que ser soportado por los demás se establecieron dos mecanismos: el Pacto de Estabilidad (de inspiración cien por cien alemana, y al que Francia añadió la coletilla "... y Crecimiento") y la regla de no bail-out. El primero establecía límites a los desequilibrios fiscales, cuyo incumplimiento ponía en marcha una serie de procedimientos cada vez más duros, hasta desembocar en sanciones; el segundo elemento establecía que cada país era responsable de sus deudas.

La crisis del euro es en buena medida consecuencia de la trasgresión de ambas reglas. En los primeros años tras la unión monetaria la igualación de los tipos de interés indujo una expansión en los países de la periferia y un estancamiento en los países del núcleo. Francia y Alemania experimentaron dificultades crecientes para cumplir con el PEC, de manera que, en 2003-2004, decidieron dinamitar el Pacto para evitar unas sanciones que hubieran considerado humillantes. El incumplimiento por los dos principales países de la Eurozona fue especialmente grave, no sólo por su papel de liderazgo, sino también porque, precisamente por su tamaño, eran los que tenían un mayor potencial de contaminación del resto de la zona.

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En cuanto a la regla de no bail-out, el rescate a Grecia y el recientemente aprobado mecanismo de estabilización financiera suponen su trasgresión de hecho, si no de derecho. Desactivado el PEC, la ruptura de la regla de no bail-out elimina el ancla fiscal de la unión monetaria, dejando al euro a la deriva.

¿Qué se puede hacer para volver a anclar el barco del euro? Hay varias posibilidades, todas las cuales presentan cierto grado de dificultad y pueden ser complementarias.

En primer lugar, una mayor coordinación fiscal. Europa ha dado señales de querer moverse en esa dirección, que comporta necesariamente ciertos avances hacia la unión política. A la larga es la única garantía de sostenibilidad de la unión monetaria, pero representa una cesión de soberanía que no está claro que los ciudadanos deseen ni que la clase política europea esté en condiciones de impulsar. El actual clima de incomprensión mutua no parece idóneo para profundizar en esta dirección.

En segundo lugar, reforzar el PEC y los mecanismos de sanciones existentes. Es dudoso que las iniciativas en este sentido vayan a ser creíbles. Si el problema del PEC era un marco teórico muy estricto y una aplicación muy laxa, no es obvio que redoblando las sanciones, por ejemplo, se vaya a ganar en credibilidad. Un observador calificó el procedimiento de déficit excesivo del PEC como "un raro ejercicio de sadomasoquismo colectivo", cuyos resultados han sido decepcionantes.

En tercer lugar, establecer normas auto-impuestas de disciplina presupuestaria, como la enmienda constitucional adoptada recientemente por Alemania, que establece un límite del 0,35% del déficit ajustado del ciclo, aunque con mecanismos de escape en circunstancias excepcionales.

Los mecanismos auto-impuestos tienen la gran ventaja de que pueden ser asumidos democráticamente, frente a las normas que proceden de Bruselas. Pueden además incorporar dispositivos de corrección automática, que eviten dinámicas insostenibles de la deuda como la observada recientemente en Grecia. Al establecerse sobre el déficit estructural, es posible acomodar políticas estabilizadoras anticíclicas, pero no más allá de los llamados "estabilizadores automáticos"... aunque el cálculo del déficit estructural conlleva la enorme dificultad para calibrar correctamente el ciclo ex ante. En definitiva, quizá la autoflagelación funcione allí donde fracasó el sadomasoquismo.

Santiago Fernández de Lis es socio de Analistas Financieros (AFI).

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