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Narrativa "made in Canada"

Bellow, el autor de Herzog, nació en el barrio industrial de Lachine, en Montreal, y Malcolm Lowry anduvo por las frías tierras canadienses antes de incendiar en México la prosa de Bajo el volcán. Pero los verdaderos narradores canadienses son Margaret Atwood (1939), por ejemplo, premio Príncipe de Asturias en 2008, el astro rey de la constelación narrativa contemporánea, una de las autoras internacionales más prestigiosas y la narradora más cercana al espíritu de Virginia Woolf que se ha visto nunca en Canadá. Ganadora del Booker por El asesino ciego (2000), historia de mansiones familiares, sentimientos encendidos y lujosos transatlánticos, y autora de Resurgir (1972) o de El cuento de la criada (1986), una espléndida fábula que se diría futurista si no fuera porque está narrada con un intimismo convincente, la historia de una república fundamentalista cristiana que esclaviza a las mujeres fértiles para perpetuar la oligarquía dominante. Observaciones microscópicas de detallismo naturalista y vocabulario sumamente rico, y una narrativa de carácter camaleónico que surge de la versatilidad genérica de Atwood, que jamás ha querido circunscribirse a un género determinado. Pero siempre acaba habiéndoselas con la culpa, las relaciones entre sexos, el matrimonio y el retorno al pasado no siempre mítico de la infancia, como sucede en Ojo de gato (1988). ¿Cómo demonios consigue Atwood dar siempre con el tono adecuado para que leamos lo que ha escrito como si fuese el testimonio incuestionable de la vida real? Tal vez la respuesta nos la esté dando en sus estimulantes reflexiones acerca del oficio de escritor, de la función de la narrativa y del papel de la mujer en la literatura publicadas en el ensayo 'La maldición de Eva, o lo que aprendí en el colegio' (en La maldición de Eva), que la acerca a las convicciones engagées de otras grandes narradoras contemporáneas como Nadine Gordimer, Doris Lessing o Toni Morrison.

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"El recuerdo nos lleva al futuro"

Sólo la gran Alice Munro (1931), tal vez la más exquisita, desafía el protagonismo del planeta Atwood. Autora de volúmenes de relatos fundamentales como El progreso del amor (1986) o La vista de Castle Rock (2006), ha escrito algunos de los cuentos esenciales de la literatura anglosajona del XX, siempre desde la poética modesta del medio rural y de la mujer posadolescente, el detalle revelador y la iluminación epifánica. Aparentan ser ejercicios de costumbrismo, pero sus relatos son en realidad sofisticados diagnósticos de la condición humana. Si leen su 'Introducción' al volumen recopilatorio Selected Stories (Penguin, 1998), entenderán enseguida su dedicación en exclusiva al arte de mimar las palabras que más tarde mimarán al lector: un adjetivo vale en su prosa por un tratado emocional, y un ramo de flores de jardín lo es todo menos un relato menos un detalle ornamental.

Desperdigados en el cosmos narrativo del Canadá, se sitúan después los demás planetas del sistema. Douglas Coupland (1961) se ganó la fama con su novela Generación X: Relatos para una cultura acelerada (1991), manifiesto de la vanguardia pop y de la tecno-novela conectada a la religión, el sexo y la tecnología. Más tarde ha publicado J-Pod (2006), convertido en serie de televisión, si bien será para siempre jamás el padre de la Generación X, el analista de la fascinación por la cultura popular de masas y por el impacto de los medios de comunicación y el diseño gráfico y las artes visuales, el gurú de la narrativa experimental de los noventa, heredero de Vonnegut y de Warhol. Simplemente por haber escrito Sangre de mi sangre (1999), la magnífica novela-río de la saga de los MacDonald desde el XVIII escocés a mediados de los ochenta en Nueva Escocia, Canadá, Alistair MacLeod (1936) se merece un lugar de privilegio en la narrativa canadiense, consolidado desde que en 2000 salió a la luz su volumen de cuentos completos, Island. Robertson Davies (1913-1995), el autor de la novela Los ángeles rebeldes (1981), que abre la Trilogía de Cornish, Mavis Gallant (1922), afincada en París y autora de magníficos relatos cosmopolitas de expatriados solitarios e ilusiones defraudadas, en su mayoría publicados en The New Yorker y reunidos en Cuentos (1996) editados por Lumen el año pasado, y el enigmático Réjean Ducharme (1941), autor de El valle de los avasallados (1966, y recién publicada en Ediciones Doctor Domaverso), cautivadora novela lírica e introspectiva acerca de la infancia como refugio de la niña prodigio Bérénice, de un estilo lúdico inconfundible, pasan por ser los más veteranos de entre los clásicos contemporáneos.

Y brilla también el planeta Michael Ondaatje (1943), que por encima de todo es el autor de la célebre novela El paciente inglés (1992), con la que ganó el Booker y el reconocimiento internacional merced a su versión cinematográfica, y la más joven estrella, Joseph Boyden, autor de la novela Tres días de camino (Destino), biografía de ficción de un indio de Ontario que llegó a héroe de la Primera Guerra Mundial, y sobre todo evocadora historia de supervivencia.

Un sistema planetario ciertamente atractivo, el canadiense. Tan atractivo como escasamente explorado con otros nombres como Robertson Davies con Lo que agarra en el hueso y La lira de Orfeo (Libros del Asteroide), Nancy Huston con Marcas de nacimiento y La huella del ángel (Salamandra) y Elizabeth Smart con En Gran Central Station me senté y lloré (Periférica). -

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