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AL CIERRE
Columna
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Intimidad forzosa

Rafael Argullol

Cuenta Boris Pasternak que a medida que se degradaba la Revolución Rusa y se imponía el totalitarismo, se generalizaba el uso del tuteo como forma cotidiana de dominación. En El doctor Zhivago, en efecto, los comisarios del pueblo quieren reducir la resistencia de sus supuestos adversarios con un "oye, tú, camarada" que, tras el aparente igualitarismo, implica la transformación de las personas en meros componentes de una masa que debe ser aleccionada y doblegada. El objetivo es claro: la intimidad forzosa, lejos de ser una muestra de amistad o familiaridad, es un método de sometimiento.

Por eso me alarma que en nuestra sociedad nada igualitaria se prodiguen cada vez con mayor frecuencia las expresiones de una intimidad no voluntaria. Esto es particularmente claro si te hallas en manos de quien va a imponer su intimidad, lo quieras o no. Llama la atención, por ejemplo, que una mayoría de médicos y enfermeros se permitan tutear a sus pacientes, sobre todo en los grandes hospitales y clínicas. Quien ha entrado en el recinto siendo una "señora" o un "señor" es convertido, mediante el tuteo, en un ser al que no sólo le falta la salud, sino también el respeto y la dignidad. Y algo semejante pasa en el transporte aéreo. Como también estás en sus manos, cada vez hay más pilotos y azafatas que se dirigen a los pasajeros con la familiaridad que antes se reservaba para los niños. Acaso porque en ambas situaciones sobrevuela la sombra de la parca, lo cierto es que se hace progresivamente difícil mantener el estatuto de persona en una cama de hospital o en un asiento de avión.

Lo insoportable es que el Estado se haya sumado al festín de la mala educación

Pero lo decididamente insoportable es que el Estado se haya sumado al festín de la mala educación, con fórmulas que recuerdan lo evocado por Pasternak o, como ficción futurista, por Orwell en 1984. "Ponte el cinturón de seguridad", "si bebes, no conduzcas", "disminuye la velocidad", etcétera. En medio del capitalismo más feroz, el Estado (casi podríamos decir "el camarada Estado") se comporta como si el comunismo hubiera triunfado, aunque únicamente en el terreno de la vulgaridad.

Y quizá los publicitarios de esas campañas tuteadoras lleven razón y sea cierto que el comunismo de la banalidad ha triunfado. Sin embargo, no quiero esta intimidad forzosa con el Estado. Mis amigos los elijo yo mismo, y es con ellos con quienes comparto mi intimidad.

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