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Reportaje:FUERA DE RUTA

Piedra (santa) sobre piedra

Una visión arquitectónica de los lugares sagrados de Israel y Cisjordania

Es la historia más grande jamás contada, y además se ha contado miles de veces. La mayoría de ellas, desde el pasado y la religión. La música de fondo para el viaje podría ser la Sinfonía al Santo Sepolcro, de Vivaldi; y la lectura, el ensayo Orientalismo, donde Edward W. Said nos recuerda que en el siglo XIX Oriente fue un lugar de peregrinación y que "todas las peregrinaciones a Oriente cruzaban o tenían que cruzar las tierras bíblicas". Esta vez nos acercamos a los Lugares Santos desde la perspectiva del presente y la arquitectura en un viaje de cinco días en coche.

BELÉN

El lugar donde se supone que nació Jesús es hoy una ciudad de Cisjordania de 30.000 habitantes administrada por la Autoridad Palestina, a nueve kilómetros al sur de Jerusalén. Como si de una obra de land art se tratase, Belén se reconoce en el paisaje desde la carretera por la muralla de hormigón de seguridad israelí de ocho metros de altura levantada en 2002. Pesa e impresiona. Aséptica e implacable por fuera, viva y descarnada por dentro; en ese lado destacan las fotografías de gran formato de rostros cómicos y sonrientes en blanco y negro de palestinos e israelíes realizadas por el fotógrafo JR en 2007. Una intervención que intenta humanizar lo inhumano.

El ingreso en la ciudad resulta aparatoso. El protocolo obliga a pasar de un coche israelí a uno palestino en un punto de vigilancia del ejército judío donde una puerta de acero controla el acceso desde/hacia Cisjordania.

A pesar de que en Belén la mayoría es cristiana, la presencia de los musulmanes resulta más evidente. Es curioso ver cómo el centro de la ciudad está paralizado y a la vez lleno de gente. Todos son hombres alrededor de la mezquita de Omar. Sentados, de pie, charlando, rezando, mirando, como esperando que pase algo, escuchando la llamada a la oración que recita y canta el almuédano desde el minarete con un sonido casi hipnótico que perturba y envuelve la ciudad.

Al fondo de la plaza del Pesebre, la basílica de la Natividad: una construcción original del 325 que esconde una belleza inesperada y que resulta interesante desde el punto de vista volumétrico. Por fuera es un edificio de piedra emocionantemente feo, sin forma, sin escala, sin detalle, sin gesto y profundamente bello; un pastiche histórico resultado de la combinación de dos iglesias que se construyeron sobre la gruta donde la tradición dice que nació Jesucristo.

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La puerta principal de la basílica es diminuta y estrecha. Mide 1,20 metros de altura, lo que obliga a entrar inclinado; esto se hizo así para evitar en la Edad Media que los jinetes ingresaran a caballo sin desmontar. Como Alicia en el País de las Maravillas, accedemos al interior; cinco naves y un ábside definen un lugar mágico, diáfano y monumental con suelo de piedra y cerchas de madera. Y cuando uno se cree que ya lo ha visto todo, al fondo, casi escondido, bajando unas escaleras, se encuentra el punto exacto donde se dice que nació Jesús; así lo indica una pequeña marca circular situada en el suelo (de nuevo nos obliga a agacharnos), gastada por el número de veces que se ha tocado y rodeada de imágenes de santos y lámparas en el interior de una chimenea. El lugar es una gruta rectangular de tres metros de altura angosta y húmeda, ennegrecida por el humo; con falta de oxígeno por la cantidad de gente y de velas prendidas; llena de objetos y fieles rezando de pie, de rodillas o sentados en el suelo. Un espacio que puede resultar claustrofóbico.

Salimos de la basílica. La presencia opresiva del muro se siente y hace daño incluso a 20 kilómetros de distancia. Algo parecido a vivir en una burbuja, en un mundo irreal, como si alguien estuviese vigilándonos constantemente.

NAZARET

El paisaje entre Belén y Nazaret se presenta sinuoso y cambiante. Pasamos de un área de frondosa vegetación a una superficie árida: el desierto de Judea. A lo lejos, por un lado, como un espejismo de polvo y arena, hundida, se divisa Jericó, una de las ciudades más antiguas del mundo y una de las más bajas (se encuentra a 240 metros por debajo del nivel del mar). Por el otro, el río Jordán, marcado ahora por una valla metálica que separa Israel de Jordania. De nuevo, la rigidez de las fronteras.

Nazaret, que cuenta con el doble de población que Belén, es una ciudad árida y gris de un urbanismo disperso, calles en pendiente y casas a medio construir. Abundan los puestos de zumo de granada y tiendas que hacen negocio de la vida de Jesucristo vendiendo crucifijos, belenes tallados en madera y coronas de espinas a modo de souvenirs.

El lugar santo más importante de esta ciudad es la basílica de la Anunciación. Finalizada en 1969, puede presumir de ser el mayor templo de todo Oriente Próximo. Originalmente fue la casa-gruta donde la tradición cristiana dice que vivió María, pero el tiempo y la historia hicieron que sobre ella se erigiera un templo a lo grande, un edificio monumental sobre una pendiente, de piedra y absolutamente simétrico dividido en dos niveles; sin mayor encanto.

En el superior, una iglesia convencional, donde lo más sugestivo son los monumentales y muy elaborados murales de vírgenes de distintas zonas geográficas colgados en las naves laterales. Llaman la atención el de China, una virgen con quimono, ojos rasgados y lentejuelas; y el africano, con turbante y un atuendo de vivos colores. El nivel inferior conserva el espacio supuestamente habitado por María, sin decoración y con una iluminación muy tenue.

JERUSALÉN

La ciudad donde se sitúa la muerte de Jesucristo se ha convertido, con 763.800 habitantes, en la urbe más poblada de Israel, además de ser uno de los lugares sagrados más importantes por la convivencia de las tres grandes religiones monoteístas.

Jerusalén es una ciudad literalmente blanca: hay una normativa que obliga a usar la piedra caliza como revestimiento en cualquier tipo de construcción, y esto no se llega a percibir desde dentro, pero sí cuando uno toma cierta perspectiva y sube al monte de los Olivos, situado a un kilómetro de distancia, donde un rayo de sol sobre una edificación es capaz de iluminar la ciudad por completo.

La ciudad antigua, protegida por una muralla y ocho puertas -siete abiertas y una cerrada, a la espera de la llegada del Mesías-, guarda en una superficie de apenas un kilómetro cuadrado una mezcla aparentemente imposible de culturas y religiones. Sus cuatro barrios tienen calles estrechas, empedradas y en pendiente. Lo común es ver a un judío ultraortodoxo hablando con otro en el mismo espacio que un musulmán vende unas babuchas mientras un turista les hace una foto.

El Muro de las Lamentaciones se encuentra en el barrio judío, dentro de un gran recinto vigilado junto a una explanada y separado de ésta por una valla móvil. Con una altura de 15 metros, es el principal lugar sagrado del judaísmo. Consiste en una estructura lineal homogénea de gigantescos bloques de piedra más o menos regulares, rugosos y de color blanco pardo. Impresionante. Frente a él, judíos -la mayoría, ortodoxos- rezan balanceándose de pie con una mano sobre la pared, apoyados con los brazos, sentados en una silla o de espaldas con kipá (gorro) y talit (chal). Entre sus piedras crece una mezcla de vegetación y deseos escritos en papel.

La continuación del muro contiene una biblioteca y un lugar de reunión. Un espacio que, por raro que pueda parecer y en contraste con el de la pared, es una fiesta: lleno de niños gritando, corriendo y saltando, turistas tomando fotos y judíos rezando. Todo al mismo tiempo. Lo atractivo es el conjunto, los planos superpuestos que crean un bullicio inesperado; el contraste entre el alboroto de la plaza llena de turistas, colegiales y judíos, y el silencio del murmullo constante de los rezos.

Un buen momento para visitar el recinto es un viernes a las seis de la tarde, cuando empieza el Shabbat, el día de descanso de los judíos en el que no pueden realizar ningún tipo de trabajo; en esos momentos, además de rezar, también se baila frente al muro mientras suenan de fondo las campanas de las iglesias cristianas y las oraciones de las mezquitas próximas. Un festín sonoro religioso.

A medio camino entre el barrio musulmán y el cristiano recorremos el Via Crucis. Un lugar de peregrinaje con doble significado: el religioso y el del negocio. Con tiendas a ambos lados de las calles colmatadas de cruces, vírgenes o mantas con la cara de Jesucristo, resulta incluso complicado distinguir las señales circulares de piedra con números romanos que hacen referencia a las 14 estaciones por las que pasó Jesucristo cargado con la cruz.

La última estación termina en la iglesia del Santo Sepulcro, levantada en el 326 sobre el punto más alto de la ciudad vieja, el monte Gólgota. Un edificio desconcertante por su tamaño y complejidad. Dos iglesias que se unieron, formando un amplio espacio único, ante la masiva afluencia de peregrinos. La penumbra y el fuerte olor a incienso intimidan a quien lo visita. Lo que más impresiona es el fervor de la gente.

En la entrada, fieles llorando, sollozando, arrodillados, rezan sus oraciones en torno a la piedra de la Unción. Sobre ella, candelabros y ocho lámparas suspendidas desprenden agua de rosas con la que la gente purifica objetos religiosos y personales como crucifijos, medallas, anillos o relojes.

Bajo la cúpula de la iglesia de 11 metros de altura se forma una larga cola circular -con mayoría de turistas rusos y norteamericanos- que gira en torno al Santo Sepulcro. Un espacio pequeño dentro de otro faraónico. Un volumen de gruesos muros de piedra caliza que encierran dos estancias de dimensiones parecidas. Se entra agachado, otra vez, y de uno en uno. Y de nuevo el tránsito desde el bullicio y las multitudes a un lugar íntimo. Ajeno al ajetreo de fuera, uno se queda ahí dentro a solas, ensimismado en silencio mirando una piedra.

» Gonzalo Pardo es arquitecto.

Vídeo: CANAL VIAJAR

Guía

Información

» Laila Tours (www.lailatours.com). Especializados en viajes a Tierra Santa.

» Las embajadas cumplen funciones de promoción turística y aportan información útil:

» Embajada de Israel (917 82 95 00; www.embajada-israel.es). Velázquez 150, 7º. Madrid.

» Embajada de Palestina (913 45 32 58; www.embajada-palestina.es). Avenida de Pío XII, 20. Madrid.

» Turismo de Israel (www.turisrael.com).

» Turismo de Palestina (www.visitpalestine.ps).

Comer

» Chakra. King George, 41, Jerusalén (www.chakra-rest.com).

» Katy's. Hasoreg, 2. Jerusalén. Uno de los mejores de la ciudad.

» Cavalier. Ben Sira, 1. Jerusalén.

» Pina Barosh. Hachaluzim, 8. Nazaret.

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