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Columna
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El castigo

Sami Naïr

Para Pepín Vidal Beneyto, in memóriam.

Las elecciones regionales francesas acaban de poner de manifiesto lo que todo observador atento podía advertir desde hacía meses: la profunda desafección que afecta al electorado tanto respecto al presidente Sarkozy como a la política de su Gobierno. Nicolas Sarkozy es famoso, pero nunca ha sido realmente popular. En las elecciones presidenciales derrotó por poco margen a una izquierda descompuesta y sin programa, pero los franceses nunca le han reconocido esa aura que envuelve el cargo presidencial. Lo más grave para él es que, en lugar de afrontar el desafío y asumir el cargo con seriedad, ha querido ocuparse de todo, al ejercer de primer ministro y de ministro de todo al mismo tiempo, y esto lo ha dejado a la intemperie a la hora de los balances. Es por ello que el rotundo fracaso de la derecha en las elecciones regionales es interpretado por todo el mundo, incluso por muchos de su mismo bando, como un fracaso suyo personal.

La abstención en la primera vuelta era ya significativa, pero afectaba mucho más a los electores de la derecha que a los de la izquierda. En cambio, la población de izquierdas, que había esquivado las urnas este último decenio, parece que vuelve parcialmente a votar, no tanto, por cierto, porque esté convencida del programa de la izquierda como por su tremendo enfado con la política de la derecha. Además, las amenazas asociadas a las medidas que se tomarán después de estas elecciones, bajo el dictado de la Comisión de Bruselas, son conocidas por todos y no permiten augurar nada bueno para los asalariados. Ellos son quienes deberán por tanto sufragar la crisis provocada por los banqueros.

Al tener las regiones cada vez más poder y por tanto más responsabilidades, estas se encontrarán con la presión de un contexto de fuerte restricción presupuestaria. En cierto modo, esta victoria masiva de la izquierda es un regalo frágil y de gusto amargo; los socialistas y sus aliados deberán hacer tragar la píldora de los ajustes financieros necesarios. En el fondo, pone en evidencia tres grandes rasgos de la actual vida política francesa. En primer lugar, el desconcierto ya apuntado del electorado de derechas. La novedad, sin embargo, es el repunte de la influencia del Frente Nacional (FN), de extrema derecha. Ese electorado, nacionalista, xenófobo y popular, se había unido a Sarkozy en las últimas presidenciales por varios motivos relacionados concretamente con la inmigración. Sarkozy creyó adecuado dar un impulso al tema de la inmigración, inventándose un aberrante debate sobre la identidad nacional, con el que creía poder recuperar los votos de la extrema derecha en el transcurso de las recientes elecciones regionales. Pero esta vez, por una parte, los partidarios de Le Pen han preferido el original antes que la copia y, por otra, dentro del electorado de la derecha tradicional pero republicana, esta iniciativa ha recibido críticas por ser inapropiada y culturalmente peligrosa. A menos que se produzca una demagógica huida hacia adelante muy aventurada, el actual Gobierno lo tendrá de todas todas muy difícil si quiere seducir al electorado del FN, ya que éste ha quedado socialmente decepcionado y ha padecido los efectos de la política de liberalización a ultranza del Gobierno. En cuanto a Dominique de Villepin, no dejará pasar la oportunidad de extraer en beneficio de la derecha las lecciones de la gestión de Sarkozy. En segundo lugar, tras la victoria de la izquierda en las elecciones municipales de hace dos años, hay en estos momentos un desfase muy importante entre lo que podríamos llamar la mayoría política y la mayoría parlamentaria. La derecha es actualmente minoritaria en el país, pero mayoritaria en la Asamblea nacional. Esto no significa en absoluto que el poder se haya convertido en ilegítimo, pero tendrá dificultades en recuperar su credibilidad puesto que no dispone de ningún relevo.

Por último y en tercer lugar, aunque el electorado de izquierdas esté movilizado, sigue siendo aún muy escéptico respecto a las capacidades de la izquierda para gobernar en todo el país, puesto que no ha podido resolver ninguno de los problemas que en el pasado provocaron su fracaso. Esta es la única esperanza que les queda al presidente y a la derecha. Todo transcurre como si el pueblo se negara a dar un cheque en blanco a la izquierda, con la esperanza de que esta logre finalmente movilizarse en torno a un programa creíble y alejado de las disputas personalistas. Sarkozy ha recibido sin duda un castigo, y los dos años que le quedan antes de las presidenciales se prevén muy difíciles. Pero la izquierda debería moderar su entusiasmo. Es cierto que se ha llevado el 54,3% de los sufragios, pero con una abstención del 49%. La confianza está aún por conquistar.

Traducción de M. Sampons.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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