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Columna
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Tormentas perfectas

Francisco G. Basterra

Una tormenta perfecta, en sentido meteorológico, es el producto de una conjunción de factores catastróficos que combinados provocan una tempestad que no podía ser peor. Por ejemplo, un huracán avanzando desde el nordeste por el Atlántico para chocar en los Grandes Bancos, frente a Canadá, con un frente frío que ha barrido Norteamérica de oeste a este. Vientos de más de 150 kilómetros por hora y olas de hasta 30 metros de altura pueden tragarse barcos de acero de miles de toneladas o pequeños pesqueros sin dejar rastro alguno. Ocurrió en 1991. Sebastian Junger lo reconstruye con detalle en The perfect storm (Norton), que luego daría título a una conocida película. En el horizonte internacional, en distintas latitudes, asistimos estos días a la formación de dos tempestades que podrían aspirar políticamente a esta definición de perfección que describen los meteorólogos. La primera se combina sobre Europa con la conjunción de dos ojos, las grandes tormentas tienen ojos negros con vientos que giran en sentido contrario a las agujas del reloj, que operan sobre Grecia y Bruselas. La segunda gravita sobre Estados Unidos sacudiendo a la presidencia de Obama, pero es también alimentada por un frente frío procedente de Oriente Medio y el Golfo Pérsico. Pierde fuerza en su frente interno. Con el voto previsto para el domingo en el Congreso sobre la reforma sanitaria, el presidente podría salir del cepo que ha arruinado el primer año de su mandato. Pero en su borde externo, Netanyahu bloquea el conflicto palestino y utiliza la amenaza del Irán atómico, pretendiendo que el camino a Jerusalén pasa por Teherán, y no al revés.

Pasar el rescate griego al FMI sería una peligrosa dejación de Europa en la peor crisis del euro

Veamos cómo se mueven los frentes de la tormenta europea. Responsables españoles de la presidencia rotatoria subrayan nuestra labor de guardaagujas de un tráfico muy complicado por la superposición de presidentes producto de la arquitectura institucional derivada del Tratado de Lisboa. Actuar de intermediarios honestos, ayudando a poner en marcha las nuevas instituciones y aprobar en el semestre la iniciativa legislativa europea, son objetivos a nuestro alcance. Van Rompuy, el católico democristiano belga, reflexivo y buscador de compromisos desde la presidencia permanente del Consejo Europeo. El portugués Durão Barroso, presidente de la Comisión, muy celoso de sus prerrogativas y que mantiene un firme pulso protagonista con Van Rompuy. La ministra europea de Exteriores, Catherine Ashton, producto de la cuota femenina, socialista y británica. Es al parecer alérgica a volar en exceso y partidaria de disfrutar el sagrado weekend inglés siempre en Londres, rasgos muy respetables pero que no ayudan en un cargo que exige una permanente itinerancia. Su desconocimiento de los dossiers exteriores más relevantes la convierten en el eslabón más débil de la cadena europea y en una decepción ya medible. El presidente Zapatero se ha echado a un lado desde el principio. El presidente del Consejo Europeo, a la chita callando, hace todo lo posible por impedir segundos protagonismos. Zapatero, abrumado por la situación interna y consciente de que Europa no da votos en España, tiene escaso espacio de juego en esta poco entendible bicefalia. Esta semana, el presidente español le hizo un favor a Gordon Brown, aplazando la decisión de regular con más rigor los hedge funds, comprensible como devolución de la ayuda del premier británico para que España pudiera estar en el G-20.

A esta pelea inicial de todos los protagonistas entre sí para marcar sus espacios, provocando un cierto caos, se suman la crisis económica, el problema de Grecia y la amenaza más amplia al euro, para formar una tormenta perfecta. Cuando arrecia, es pertinente preguntarse quién dirige la orquesta europea. La percepción es que la dirección no llega desde Bruselas sino que Berlín y, en menor medida, París, lanzan, confusa y contradictoriamente, sus propuestas para botar el barco de la gobernanza económica de la UE e impedir el hundimiento de la moneda única. Van Rompuy y Zapatero, Ashton, Barroso, ven pasar las pelotas por encima de la red, espectadores del partido incapaces de acallar la cacofonía ambiente. No se escucha la voz del patrón europeo, evidenciando el lastre de no tener ni una unión económica ni una política exterior común. La dubitativa canciller Merkel, debilitada en Alemania con una coalición con los liberales que no termina de arrancar, se niega a pagar el rescate griego, devalúa el compromiso adquirido por la UE de salvar a Atenas, sugiere la expulsión de la moneda única de los países presupuestariamente no virtuosos y le pasa la pelota al Fondo Monetario Internacional. De confirmarse, una peligrosa dejación de Europa frente a la crisis más acuciante desde el lanzamiento del euro. Lo que está en juego es el crecimiento económico y la supervivencia del modelo de vida y de bienestar social europeos. Atentos al Consejo Europeo de la próxima semana.

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