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Fallece el cura Espiña, impulsor del uso del gallego en la Iglesia

Erradicó los castigos a seminaristas por hablar el idioma

Manuel Espiña Gamallo, uno de los sacerdotes que impulsaron la galleguización de la liturgia a mediados de los años 60 y reclamaron un mayor compromiso de la Iglesia con la sociedad gallega, falleció en la madrugada de ayer en Pontevedra, a los 76 años, a causa de una esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que padecía desde hacía dos años, según sus allegados. Su cuerpo fue incinerado ayer, y en la iglesia pontevedresa de San Bartolomeu se ofreció un funeral en su memoria.

Espiña había nacido en Folgoso (Cerdedo) y estudió en el Seminario de San Martiño Pinario en Santiago, y en la Universidad de Comillas (Santander). Cursó después humanidades y las carreras de Filosofía y Teología. Allí se ordenó sacerdote en 1959. Su primer destino fue como vicario parroquial en Santa María do Azougue (Betanzos) y después ejerció de director espiritual en el Seminario Menor de Belvís, en Santiago. Allí consiguió erradicar los castigos a los seminaristas que hablaban gallego. También influyó en la vocación de Moncho Valcárcel, O cura das Encrobas, y logró que fuese readmitido cuando lo expulsaron del Seminario Mayor por su actitud rebelde, según recordaba ayer el presidente de la Irmandade Moncho Valcárcel, Ramón Muñiz de las Cuevas, de la que Espiña era vicepresidente.

En 1965, Espiña consiguió por oposición ser nombrado canónigo de la Real Colegiata de A Coruña y fue profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación coruñesa. Al año siguiente, en la iglesia de las Capuchinas, empezó a dar misas en gallego, el idioma en el que siempre dio sus clases. Su vocación galleguista le llevó a colaborar en la traducción de los Evangelios y del misal, por el que recibió en 1968, con su compañero Manuel Morente, el primer Pedrón de Ouro. A mediados de los 90 promovió una campaña para la creación de un obispado para A Coruña. En los últimos años, según Muñiz de las Cuevas, se afianzó en sus planteamientos nacionalistas y en la Teología de la Liberación.

Una de sus últimas apariciones fue en diciembre de 2004, cuando vendió un cuadro de Luís Seoane para recaudar fondos en ayuda de la Fundación del Padre Silva en Ourense. Seoane le había regalado en 1975 la obra, Cristo obreiro, para que pudiese pagar la multa de 150.000 pesetas (900 euros) que le habían impuesto por criticar las cinco sentencias de muerte dictadas por el franquismo en sus estertores. Sin embargo, unos amigos reunieron el dinero y el canónigo de la Colegiata depositó la obra en la Fundación Luís Seoane de A Coruña. "La especulación urbanística puso cerco a los terrenos donde se asienta la Obra del Padre Silva, así que le ofrecí el dinero del cuadro para que la pudiese trasladar a Barcelona", aseguraba a este periódico años después. El cuadro lo acabó comprando la Fundación Caixanova por 30.000 euros. "No era la mejor oferta, pero Seoane hubiese preferido que lo pudiese ver el público de la ciudad más proletaria de Galicia, Vigo", comentaba.

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