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ANÁLISIS
Columna
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TDT: Trinchera Digital Terrestre

Antoni Gutiérrez-Rubí

Hay un tipo de oferta informativa o de entretenimiento que ofrece un falso y artificial formato de debate, con gran éxito de audiencia. Se adultera la confrontación propia de una tertulia para mostrar, sin más, un espectáculo bélico de palabras y gestos, una guerra sin cuartel de trincheras estéticas e ideológicas, donde las personas se convierten en personajes bajo guión y sin reflexiones propias.

En estos espacios, la participación de los ciudadanos carece de valor demoscópico y se reduce a un carrusel degradante de opiniones insultantes, injuriosas o de mal gusto. Impera el ruido cacofónico, el prejuicio hostil y la forma gruesa que inhibe a sensatos y moderados. Alimentando las pasiones se les expulsa, ya sea en la Red, en la radio o en la televisión, con una propuesta que combina lo soez con lo ruin y el morbo con el bochorno.

La derecha democrática puede quedar secuestrada por agitadores radicales. Ya sucede en Internet

Aunque parezca increíble, esta propuesta resulta atractiva y eficaz para determinados discursos y posicionamientos con cuotas de audiencia crecientes y con consecuencias políticas y sociológicas muy precisas. Es una oferta formal que deviene estrategia de fondo y que otorga a los duros el papel de liderazgo de los bloques sociológicos, en especial, en el espacio ultraconservador. Y para ello, no se duda en utilizar técnicas precisas de adoctrinamiento inconsciente que bloquean, como inhibidores, a la razón, y estimulan las más bajas pulsiones de millones de personas que, renunciando a pensar o razonar por sí mismas, sólo pueden repetir consignas inflamadas de desprecio inicial y que suelen acabar, la mayoría de las veces, en odio irracional hacia el adversario, el distinto, el opositor.

En este contexto, el aumento de cadenas de televisión ultraconservadoras no es algo nuevo y se apoya en una tupida red de redes que retroalimentan la emisión audiovisual desde el activismo digital. En Estados Unidos, por ejemplo, triunfa la cadena FOX, que incluso convoca manifestaciones anti-Obama (a quien llaman comunista). Todo ello, con el apoyo inestimable de redes como FreedomWorks, Tea Party Patriots y ResistNet. El mayor emblema conservador, Bill O'Reilly, ha sido desbordado por extremistas como Glenn Beck o Sean Hannity. Sus diatribas, insultos y mentiras generan opiniones radicales que, dada su fuerza expresiva y su capacidad de zumbido propias del rumor y del libelo, están haciendo que el mensaje ultraconservador salga a la luz, persuadiendo a muchos republicanos para que radicalicen su postura y su ideología. Y ése es el objetivo. No sólo quieren destruir al adversario político, sino que quieren ocupar ese espacio conservador y hacerlo suyo. Es la técnica de "ocupar y expulsar".

El odio se propaga bien en la Red (también en televisión). Su carácter viral, junto con una cierta pasividad individual a la violencia retórica de algunos fanatismos online, son un excelente caldo de cultivo para el virus del odio social, cultural o político. En la Red los más radicales suelen ser los más fuertes. En mayo de 2009, un informe del Simon Wiesenthal Center afirmaba que se ha registrado un incremento del 25% en el número de grupos "problemáticos" en las redes sociales en Internet durante el último año.

La derecha democrática, articulada alrededor de partidos políticos, puede quedar secuestrada o condicionada por los agitadores radicales. Ya sucede en Internet, donde la fuerza de las redes radicales ha fragmentado el espacio civil democrático, ha demonizado a los adversarios y ha encuadrado, con disciplina militar y férrea, a un nutrido -y creciente- ejército de activistas que actúa sin dudar. Frente a ellos, la mayoría democrática y progresista, se retira, inconsciente del progresivo avance de este nuevo radicalismo, y se cobija en confortables espacios menos exigentes y dados a la confrontación pero que, aislados y descoordinados, ofrecen poca capacidad de resistencia organizada ante tanto alboroto y destrozo.

Hoy, de los diez espacios digitales más importantes en España (que no sean versiones online de prensa escrita), ocho son de pensamiento abiertamente conservador. Y sus estrategias, ahora, empiezan a desplegarse en la TDT (Televisión Digital Terrestre) como un nuevo escenario de batalla que no ha hecho nada más que comenzar. La irrupción de programas exclusivamente ideologizados hacia posiciones políticas ultraconservadoras, como los que se emiten, ha hecho aparecer nuevos relatos que configuran e influyen en la opinión pública y que antes eran simples mensajes reproducidos en algunos diarios, emisoras o páginas web.

La finalidad de la propaganda radical no es tanto la de informar sino la de hacer un uso sistemático de símbolos y palabras (incluso de violencia verbal) con la intención de alterar y controlar las opiniones públicas. Esta oferta audiovisual sólo suministra a sus espectadores lo que quieren escuchar, redoblando las dosis de adoctrinamiento que generan dependencia emocional, al tiempo que construye una comunidad de pensamiento uniforme y exalta los sentimientos. El objetivo de la comunicación es, entonces, exaltar esas emociones para radicalizarlas en forma de pasiones... digitales y muy terrestres.

Antoni Gutiérrez-Rubí es asesor de comunicación.

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